Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 22
Aila
Una mujer con un velo, ¡una mujer con un velo! Me repetía, alarmada, una y otra vez en mi cabeza. Mi mente estaba atrapada entre la incredulidad y el temor. Sentía como si el mundo a mi alrededor se ralentizara mientras procesaba lo que había visto. Cuando ella giró para mirarme directamente, sentí una especie de electricidad recorrer mi cuerpo. Luego, su mirada se desplazó hacia Nikolas, quien, al percatarse de mi estado, también se giró hacia mí. Su expresión era calmada, serena, como si todo esto fuera lo más natural del mundo.
—No te asustes, es María —dijo Nikolas, con una sonrisa que intentaba tranquilizarme.
Lo miré, aún más alarmada. ¿Qué acababa de decir? ¿María? Mi mente no lograba procesar sus palabras. ¿Me estaba diciendo que María existía de verdad? El latido de mi corazón se intensificó, casi dolía por la fuerza con la que golpeaba en mi pecho. Sentía que me faltaba el aire.
La mujer del velo, María, se rió suavemente, como si mi reacción le resultara enternecedora. Dio unos pasos hacia mí, sus movimientos eran gráciles, como si flotara en lugar de caminar. Me miró con una calidez imposible de describir con palabras. Luego, sin decir nada, se inclinó y depositó un beso en mi frente. En cuanto sus labios tocaron mi piel, un viento suave y cálido se desató a nuestro alrededor. Cuando abrí los ojos, ella había desaparecido.
Lo sorprendente no fue solo su desaparición, sino el sentimiento que quedó en mí. Una inexplicable sensación de paz inundó todo mi ser. Sentía mi corazón calmado, mis pensamientos ordenados, como si cada duda o temor que me asaltaba antes hubiera sido borrado.
—¿Por qué siento tanta tranquilidad? —murmuré, llevándome una mano al pecho, que ya no latía desbocado.
Nikolas apretó mi mano con suavidad, ofreciéndome su apoyo. Me miraba con esa sonrisa que siempre conseguía devolverme la calma.
—Es María —dijo simplemente—. Tiene ese efecto en las personas. A veces, cuando siente que alguien lo necesita, aparece. Le gusta ver este tipo de momentos, porque se siente querida y amada. Sabes que hay todo tipo de religiones, pero las que piden su ayuda son pocas. Por eso, cuando puede, le agrada ofrecer su consuelo.
Mis labios temblaron mientras formulaba la pregunta que bullía en mi mente.
—¿Ella es real?
Nikolas asintió con una serenidad que casi me abrumó.
—¿Y Jesús? ¿Él también existe?
Asintió de nuevo, y sentí mi corazón latir más fuerte, esta vez no de miedo, sino de una mezcla de esperanza, asombro y algo que no podía definir. Era como si de repente el mundo se hubiera ampliado ante mí, revelando secretos que habían estado ocultos todo este tiempo.
—No te preocupes —me dijo, dándome un beso en la frente—. Poco a poco irás descubriendo todo. No hay prisa.
La noche transcurrió tranquila después de eso. Pero a media noche, Nikolas y yo decidimos regresar al Polo Norte. Extrañaba nuestra cama y la calidez del lugar. Me había acostumbrado a esos colchones cómodos y esponjosos, y me sentía extrañamente orgullosa de ello.
A la mañana siguiente, al entrar en la oficina de Nikolas, me encontré con una escena inesperada. Una mujer de cabello rubio y piel pálida estaba de pie frente a él, agarrándose la cabeza con una expresión de frustración. Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, me vio y gritó:
—¡La humana!
De un salto, se abalanzó sobre mí, y al extender sus brazos, unas alas blancas se desplegaron a su espalda. Me quedé petrificada, incapaz de moverme o decir algo. Mi mente luchaba por procesar la información mientras la reconocía: era la Reina de las Nieves. La recordaba por su cabello dorado, tan brillante como la luz del sol reflejada en la nieve fresca.
Nikolas, que estaba revisando documentos, levantó la vista y la miró con exasperación.
—Recuérdame, por favor, ¿qué haces aquí? —le preguntó, con tono seco.
Ella se colgó de mí con más fuerza, sonriendo con entusiasmo.
—¿Tú qué crees, Claus? —respondó, ignorando por completo su mirada seria—. Quiero hacerle un vestido de novia precioso, antes de que lleguen los retoños.
—¿Qué? —murmuré, mirando a Nikolas, quien suspiró y se masajeó las sienes antes de mirarme a los ojos.
—Ella te hará el vestido —dijo con resignación—. Es buena en eso. Puedes mostrarle un diseño base o trabajarlo juntas.
—¿Y la tela? —pregunté, todavía tratando de seguir el hilo de la conversación.
La Reina de las Nieves se separó un poco para mirarme a los ojos con una sonrisa radiante.
—No necesitamos tela, preciosa. ¡La nieve es mucho mejor! —Exclamó, extendiendo las manos y dejando que pequeños copos danzaran a su alrededor como si fueran parte de un espectáculo.
Nikolas se acercó y la apartó con cuidado, liberándome de su abrazo entusiasta. Luego me envolvió con sus propios brazos, como si quisiera asegurarse de que estaba bien.
—¿Entonces, sí le dará tiempo? —le pregunté, mirando a Nikolas.
Asintió con una sonrisa cálida.
—La magia puede hacer cosas increíbles —me aseguró, inclinándose para darme otro beso en la frente. Sentía que cada vez que lo hacía, algo dentro de mí se ordenaba, como si todo tuviera sentido de nuevo.
Y así, me vi envuelta en un nuevo capítulo de mi vida, donde la magia, los milagros y lo imposible se habían convertido en parte de mi realidad. Una realidad que, por extraña que pareciera, cada vez me resultaba más natural.
Después de que me dejaran comer algo para recuperar energías, llegó el momento de concentrarme en el diseño del vestido. Había sido una tarea difícil llegar a una idea que realmente me gustara, pero al final sabía lo que quería: algo que me hiciera sentir segura, algo que reflejara mi esencia. No deseaba extravagancias ni lujos innecesarios, solo elegancia pura, sencilla y capaz de transmitirme la confianza que necesitaba en ese momento tan importante.
Cuando salí al exterior de la mansión, la Reina de las Nieves ya me esperaba. Una silla había sido colocada en el centro de lo que parecía un escenario preparado solo para nosotras. El aire helado se sentía más intenso allí, pero no me molestaba; era como si la nieve reconociera su propósito y se moviera con suavidad a nuestro alrededor. De repente, un sinfín de copos comenzaron a girar, formando una cortina de nieve que nos envolvió, aislándonos del mundo exterior. Todo se sentía etéreo, casi mágico, como si estuviera dentro de un sueño del que no quería despertar.
—Tendré que quitar todo para empezar a formar el vestido. ¿Estás lista? —preguntó con un tono sereno pero cargado de expectativa.
Asentí, mi corazón latiendo con fuerza. Con manos temblorosas, me quité el vestido sencillo que llevaba puesto, quedando solo en ropa interior. Sentí un leve rubor en mis mejillas, pero el frío de los copos y la intensidad del momento pronto me distrajeron.
Entonces, comenzó la magia. Los copos de nieve que flotaban alrededor cambiaron su movimiento, acercándose a mí como si tuvieran vida propia. Al principio, parecían acariciar mi piel, pero luego comenzaron a adherirse, envolviendo mi cuerpo con delicadeza. Primero formaron el escote, que se ajustó perfectamente a mi pecho como si hubieran leído mi mente. La textura parecía un tejido único, como una mezcla de hielo y seda, reluciendo bajo la luz pálida que se filtraba entre la cortina de nieve.
Las mangas comenzaron a formarse después, delineándose con una precisión increíble. Cada detalle parecía fluir con naturalidad, como si estuviera destinado a ser así. Me sentía como si el tiempo se detuviera, observando cómo la magia cobraba vida a mi alrededor. Miré al frente y allí estaba ella, la Reina de las Nieves, completamente inmersa en su labor.
Su cabello dorado levitaba suavemente, como si estuviera siendo impulsado por la energía que emanaba de su ser. Sus ojos brillaban con intensidad, reflejando la luz de los copos de nieve, mientras sus manos se movían con gracia y determinación. Estaba hablando en un idioma que no podía comprender, pero que resonaba como una melodía antigua, cargada de poder y significado. Cada palabra que pronunciaba parecía infundir vida a los copos, moldeándolos con una precisión divina.
Era imposible apartar la mirada. Sentía como si estuviera siendo testigo de algo único y profundamente sagrado. El vestido no era solo una prenda; era una creación nacida de la magia y del corazón, un reflejo de lo que yo quería ser en ese día especial. Con cada segundo que pasaba, la emoción crecía en mi interior, mezclándose con la calma que el ambiente transmitía. Por primera vez, sentí que el vestido no solo me vestiría, sino que sería una extensión de mi alma.