Herencia De Sombras

El amanecer en Milán iluminaba los imponentes rascacielos de la ciudad con un brillo dorado, reflejado en las modernas fachadas de vidrio que se erguían majestuosas en el corazón del distrito financiero. Entre esos edificios, destacaba uno en particular: la sede central de Montserrat Construcciones, una de las empresas de construcción más importantes de Europa y del mundo. Este rascacielos, de líneas elegantes y modernas, simbolizaba no solo el poder económico de la compañía, sino también la ambición y la destreza de su fundadora, Clara Montserrat.

Clara llegó temprano esa mañana, como siempre lo hacía. Vestía un traje de diseñador en tonos oscuros, que realzaba su figura y proyectaba la imagen de autoridad que había cultivado durante años. Su cabello castaño, perfectamente peinado en un moño bajo, y sus ojos azules, afilados y calculadores, completaban el conjunto de una mujer que sabía lo que quería y cómo conseguirlo.

Al entrar al vestíbulo, el sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido, mientras los empleados la saludaban con respeto. Clara devolvía los saludos con una ligera inclinación de cabeza, sin perder el paso hacia los ascensores privados que la llevarían a su oficina en el último piso.

Justo cuando las puertas del ascensor se abrieron, una figura familiar apareció frente a ella. **Daniel Santini**, su segundo exesposo, se encontraba de pie, acompañado de su hijo, Luca Santini. Daniel, un hombre de unos cuarenta y tantos años, alto, con una presencia imponente y un aire de confianza, sonrió al ver a Clara.

—Clara —dijo Daniel con una ligera sonrisa, sus ojos brillando con un destello de ironía—. Te traigo a tu hijo para que entre a trabajar contigo.

Clara sonrió, pero sus ojos revelaban un destello de exasperación apenas disimulado.

—¿Qué pasa, Daniel? —respondió Clara con una voz que mezclaba cortesía y frialdad, mientras sus ojos se dirigían a Luca—. No seas ridículo, corazón.

Luca, que estaba a punto de cumplir dieciocho años, tenía una altura similar a la de su padre, con una complexión atlética y rasgos que recordaban tanto a su madre como a su padre. Su cabello negro estaba ligeramente despeinado, y sus ojos azules, idénticos a los de Clara, reflejaban una mezcla de aburrimiento y resignación. Vestía de manera informal, con una camiseta oscura y jeans, lo que contrastaba con la formalidad del ambiente.

—No soy tonto, mamá —respondió Luca, su voz llena de una mezcla de desafío y cansancio—. Sé por qué me traes aquí.

Clara sonrió, pero era una sonrisa sin verdadero afecto. Se inclinó hacia su hijo y le apretó las mejillas, un gesto que pretendía ser cariñoso pero que Luca percibió como condescendiente.

—Tienes que aprender los negocios, Luca —dijo Clara, con un tono que no admitía réplica—. Es hora de que entiendas cómo se maneja el mundo real.

Luca simplemente rodó los ojos, pero no dijo nada. Sabía que discutir con su madre era inútil. Clara tenía una manera de conseguir siempre lo que quería, y él había aprendido hace mucho tiempo que la resistencia solo conducía a más conflicto.

—Está bien —respondió Clara, dirigiéndose de nuevo a Daniel con una expresión de indiferencia—. Lo tendré aquí por un tiempo. Ya veremos cómo se desenvuelve.

Con un último vistazo a Daniel, Clara se dio la vuelta y caminó hacia el ascensor, esperando que Luca la siguiera. Daniel se quedó un momento más, observando a su hijo con una mezcla de preocupación y orgullo.

—Ve con ella, Luca —dijo Daniel suavemente—. Esto es importante.

Luca suspiró, pero finalmente obedeció. Entró en el ascensor junto a su madre, y las puertas se cerraron con un suave susurro, dejando atrás a Daniel en el vestíbulo.

El ascensor subió rápidamente hasta el último piso, donde se encontraba la oficina de presidencia de Montserrat Construcciones. Al salir, Luca se encontró en un amplio recibidor decorado con gusto exquisito. Las paredes estaban adornadas con fotografías de imponentes rascacielos, puentes y otros proyectos emblemáticos que la empresa había construido en todo el mundo. Planos arquitectónicos enmarcados colgaban de manera ordenada, mientras que varios reconocimientos y trofeos se exhibían en vitrinas de cristal, testimonio del éxito y la influencia de Clara en la industria.

Clara condujo a Luca hasta su oficina, una habitación espaciosa y luminosa con grandes ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad de Milán. El mobiliario, minimalista y moderno, estaba compuesto por un amplio escritorio de madera oscura, estanterías llenas de libros de arquitectura y diseño, y una mesa de reuniones con sillas de cuero. Sobre el escritorio, había una serie de documentos perfectamente organizados, un ordenador de última generación, y un jarrón de cristal con flores frescas.

Clara se sentó en su silla ejecutiva, acomodándose con cuidado mientras una de sus manos descansaba sobre su abultado vientre. Estaba embarazada de su tercer hijo, un varón, y aunque su embarazo era evidente, no permitía que eso interfiriera con su trabajo.

—Bueno, Luca —dijo Clara, mientras cruzaba las piernas y se reclinaba ligeramente en su silla—, dime, ¿en qué área te gustaría trabajar aquí?

Luca abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir una palabra, la puerta de la oficina se abrió y Valeria Rossi entró rápidamente. Valeria, una mujer de treinta y pocos años, era la asistente personal de Clara. Su cabello castaño claro estaba cuidadosamente peinado en una coleta baja, y sus ojos verdes brillaban con una mezcla de eficiencia y devoción hacia su jefa. Llevaba un traje de falda gris y una blusa blanca, elegante pero sobrio, que acentuaba su figura esbelta.

—Clara —dijo Valeria, con un tono de voz que denotaba urgencia—, los inversionistas de Hong Kong ya están aquí. Están esperando en la sala de conferencias.

Clara sonrió al ver a Valeria. Sabía que su asistente tenía sentimientos por ella, un enamoramiento que había comenzado desde el primer día que se conocieron. Valeria había llegado a Montserrat Construcciones para una entrevista, nerviosa y casi derrotada, convencida de que su oscuro pasado en centros psiquiátricos arruinaría sus posibilidades. Pero cuando Valeria vio a Clara, toda su inseguridad se disipó. Clara, con su belleza imponente, su carisma y su inquebrantable confianza, la había cautivado instantáneamente. Y desde ese momento, Valeria había hecho todo lo posible para ser la mejor asistente que Clara pudiera desear.

Clara le devolvió la sonrisa, sabiendo exactamente el efecto que tenía en Valeria.

—Claro, Valeria —respondió con suavidad, antes de volver su mirada hacia Luca—. Tú quédate aquí, Luca. No te llevará mucho tiempo.

Luca asintió con un gesto de desgano, y Clara se levantó de su silla, alisándose la falda mientras se preparaba para la reunión. Valeria, que había estado esperando junto a la puerta, la siguió de cerca, con una expresión de admiración silenciosa.

Mientras Clara salía de la oficina, Valeria no pudo evitar echarle un vistazo rápido a Luca, evaluándolo con curiosidad. Aunque había escuchado mucho sobre él, este era uno de los primeros encuentros que tenían. Pero su atención estaba firmemente centrada en Clara, como siempre lo estaba.

Luca observó a su madre salir de la oficina, y aunque estaba acostumbrado a la indiferencia con la que lo trataba, no pudo evitar sentirse una vez más como un extraño en su propia familia. Mientras Clara y Valeria desaparecían por el pasillo, Luca se quedó solo en la amplia oficina, rodeado de los logros de su madre, pero sintiéndose más distante que nunca de todo lo que representaba.

Se acercó a una de las vitrinas que exhibían los premios y reconocimientos de Clara, observando los trofeos dorados y las placas con inscripciones grabadas. Sabía que Clara había logrado mucho, pero también sabía que esos logros habían venido a un precio, un precio que él y su padre habían tenido que pagar.

Luca suspiró y se dejó caer en una de las sillas frente al escritorio de Clara, mirando alrededor con una mezcla de frustración y resignación. Sabía que estar allí era solo el comienzo de un nuevo capítulo en su vida, uno que no había pedido y que, sin embargo, se veía obligado a aceptar.

Mientras tanto, Clara caminaba hacia la sala de conferencias, su mente ya enfocada en la reunión que estaba a punto de tener con los inversionistas. Pero en el fondo, siempre mantenía un ojo en su familia, en especial en su hijo Luca. Sabía que él necesitaba ser moldeado, guiado para convertirse en el heredero que necesitaba para asegurar el futuro de Montserrat Construcciones. Y Clara estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para que llegara a ser digno de sucederla.