En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Entre la guerra y el deseo: Parte 2
Mientras la guerra continuaba con sus avances y retrocesos, con cada batalla que el imperio ganaba y cada terreno que perdía, el vínculo entre Louise y Dorian se hacía más complejo y más difícil de entender. Los días se volvían noches interminable y las victorias del Imperio Vespera parecían estar siempre seguidas de nuevos conflictos. Sin embargo, para Louise, el verdadero campo de batalla no estaba en las fronteras, sino dentro de él mismo, donde luchaba contra una maraña de emociones que no lograba entender.
Cada vez que Dorian regresaba de una batalla, con la armadura manchada de sangre y una sonrisa satisfecha, Louise sentía un nudo en el estómago. Le costaba admitir que se preocupaba por el vampiro, que esperaba su regreso como si algo más que la mera supervivencia dependiera de ello. Louise intentaba convencerse de que todo era parte de su plan, que cada estrategia que elaboraba, cada consejo que le daba a Dorian, era un paso más hacia su propia liberación. Pero, ¿era realmente eso lo que deseaba?
Las noches que pasaban juntos se habían convertido en algo más que simples sesiones de planificación. Dorian lo miraba con una intensidad que Louise ya no podía ignorar, y cuando el vampiro le hablaba de sus sueños de un imperio unificado, de un futuro donde la guerra finalmente cesara, Louise no podía evitar sentir que también estaba incluido en esa visión. Y aunque intentaba resistirse a la atracción que crecía entre ambos, cada sonrisa de Dorian, cada momento de vulnerabilidad que mostraba, hacía que su resistencia se desmoronara un poco más.
Sin embargo, el mundo fuera de esas conversaciones no se detenía. Magnus Sanguis, líder de la familia Sanguis y uno de los consejeros más influyentes del imperio, observaba los movimientos de Dorian con una creciente desconfianza. Sabía que algo había cambiado en el comportamiento del rey vampiro, que sus decisiones estratégicas parecían más refinadas, más calculadas. Empezó a sospechar que Louise, ese humano que el rey protegía con tanto fervor, no era solo un prisionero, sino que de alguna manera influía en las decisiones de Dorian.
Una noche, Magnus aprovechó la ausencia de Dorian para acercarse a la torre donde Louise trabajaba en sus mapas. La sombra del duque se deslizó por los pasillos, sus ojos oscuros brillando con una curiosidad peligrosa. Louise, enfrascado en sus notas, no se dio cuenta de la presencia de Magnus hasta que fue demasiado tarde. La voz del duque, fría como el hielo, lo sobresaltó.
—Curioso lugar para encontrar a un prisionero, ¿no crees? —dijo Magnus, cruzando los brazos mientras lo observaba con una sonrisa cínica—. Tan cerca del corazón de la estrategia del imperio... Demasiado cerca, diría yo.
Louise levantó la cabeza, intentando ocultar el miedo que le provocaba la presencia del vampiro. Magnus lo miraba como un depredador que acechaba a su presa y Louise sabía que cualquier respuesta equivocada podría condenarlo.
—No sé de qué hablas —respondió Louise, intentando mantener la voz firme, aunque sentía que su corazón latía con fuerza en su pecho—. Solo me ocupo de mis estudios. No es como si Dorian confiara en mí para algo importante.
Magnus sonrió, mostrando sus colmillos afilados en un gesto que no prometía nada bueno. Dio un par de pasos hacia adelante, acercándose lo suficiente como para que Louise sintiera la frialdad de su presencia.
—Oh, por supuesto, un simple humano sin importancia. —Magnus bajó la voz, volviéndola un susurro cargado de amenaza—. Pero, ¿sabes lo que me intriga? Que desde que llegaste, las tácticas de nuestro rey han mejorado. ¿Crees que soy tan ciego como para no notar los cambios?
Louise apretó los puños bajo la mesa, intentando mantener la calma mientras el vampiro lo rodeaba como un tiburón olfateando sangre. La tensión en el aire era palpable, y por un momento, temió que Magnus pudiera leer cada uno de sus pensamientos, que pudiera ver cómo realmente había empezado a ayudar a Dorian, cómo su papel se había vuelto más importante de lo que él mismo quería admitir.
—Es solo una coincidencia —murmuró Louise, desviando la mirada hacia los mapas—. Dorian es un buen estratega, no necesita mi ayuda.
Magnus soltó una risa baja, como si la respuesta de Louise hubiera sido la confesión que buscaba. Se inclinó hacia él, acercando su rostro al de Louise, lo suficiente para que pudiera ver la crueldad en sus ojos.
—Tal vez Dorian no la necesite, pero tú... —Magnus dejó que sus palabras colgaran en el aire por un momento, disfrutando del miedo que veía en el rostro de Louise—. Me pregunto, ¿cuánto tiempo más podrás mantener este juego antes de que el rey se dé cuenta de que solo eres una carga? O peor aún, de que eres una amenaza para su imperio.
Antes de que Louise pudiera responder, Magnus se retiró, dejándolo solo con sus pensamientos y el recuerdo de sus amenazas. Louise sintió un escalofrío recorrer su columna, sabiendo que el duque no se detendría hasta encontrar pruebas de su implicación. Sabía que Dorian lo protegía, pero ¿cuánto tiempo más podría durar esa protección si los enemigos dentro del imperio seguían acumulándose?
Cuando Dorian regresó esa noche, Louise se dio cuenta de que nada volvería a ser igual. Ya no era solo un prisionero intentando sobrevivir; ahora, su vida estaba atrapada en un juego de poder más grande de lo que jamás pensó o imaginó en su vida. Y mientras observaba a Dorian sentarse a su lado, Louise estaba seguro, si no hacía algo rápido, ni la protección de Dorian sería suficiente para salvarse está vez.