Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 6
Pero si quería que todo fuera de acuerdo al plan, y eso incluía el esposo de su hermana, debía aguantar un poco más. Al fin y al cabo, ya lo había hecho su hombre y eso era un buen avance.
Chasqueando un poco sus dedos supo que debía comenzar el siguiente paso y para eso debía requerir la ayuda del orgullo de macho herido de su cuñado. La infidelidad que estaba sufriendo Alexander solo sería la punta del iceberg en la destrucción de su maldita esposa.
Penélope miró su reflejo en el espejo de la oficina del banco, su rostro oculto bajo la capucha, apenas reconocible. Sus pensamientos corrían mientras planeaba el siguiente movimiento.
Alexander sería su herramienta perfecta; su orgullo herido lo haría vulnerable y manipulable. Solo necesitaba seguir aparentando ser su cuñada enamorada, darle lo que él no encontraba en su hermana. Pero antes, necesitaba asegurarse de que todo estuviera listo en la mansión.
Volviendo a su carruaje, Penélope se dirigió hacia una de sus propiedades secretas, una pequeña casa en las afueras de la ciudad, donde había reunido a un grupo selecto de sirvientes y aliados descontentos con la familia real. Estos hombres y mujeres eran su ejército en la sombra, listos para actuar cuando llegara el momento.
—Lady Francisca—dijo uno de sus aliados al verla entrar—todo está preparado como lo ordenó.
Penélope asintió, satisfecha. Les había prometido libertad y recompensas a cambio de su lealtad, y sabían que cumpliría su promesa. Pasó la tarde discutiendo los detalles finales de su plan, asegurándose de que cada paso fuera meticulosamente coordinado.
Y así, para mañana, antes de que el primer gallo cantara con la llegada del sol, se rumoraría por toda la ciudad uno de los mayores secretos de la familia real: la bisnieta del rey era una mujer promiscua…
Con suerte, la ira de su hermana se desviaría en acallar aquellas palabras de las viejas chismosas y no se concentraría tanto en su pequeño sobrino.
Al caer la noche, regresó a la mansión de su hermana. Penélope se deslizó entre las sombras, evitando ser vista. No quería ser reprendida por la hora de su regreso, pese a que tenía el día "libre". No obstante, cuando subió a su habitación, el murmullo de varios criados le hicieron desviarse.
—¿Cómo es posible que la señora haya hecho eso?—susurró una de las doncellas—¡El joven amo no puede con la fiebre tan alta que tiene!
—¿Qué ocurre?—encaró preocupada.
Las dos criadas, que salían de la habitación del hijo de su hermana, se asustaron al ver a la mujer. Sin poder ocultarle nada, ya que ella tarde o temprano lo vería, le comentaron lo sucedido: ese día su sobrino se había despertado enfermo y en búsqueda de su madre, al sentir su mano encandilada de fiebre, lo apartó de un golpe y su pequeño cuerpo cayó por la mitad de las escaleras.
Penélope sintió un nudo en el estómago al escuchar lo que había sucedido con su sobrino. Aunque su odio hacia su hermana era profundo, los niños no debían sufrir las consecuencias de las acciones de los adultos.
Se apresuró a entrar en la habitación del niño, encontrándolo en la cama, pálido y sudoroso, con la fiebre ardiendo en su cuerpo.
—¡Tráiganme paños fríos y agua! —ordenó a las criadas, tomando el control de la situación.
—¿Mami?—preguntó medio dormido el niño.
Su tía sonrió con dulzura, no era la primera vez que su sobrino la confundía con su madre. Solo la vida sabe, lo dichosa que sería siendo su verdadera madre, pero lastimosamente el destino fue cruel con el niño.
Después de asegurarse de que el niño estuviera lo más cómodo posible y bajo el cuidado de las criadas, Penélope se dirigió a la habitación de su cuñado. No obstante, uno de los mayordomos del embajador, le informó que el señor había sido llamado de urgencias a la embajada.
Penélope suspiró, comprendiendo mejor por qué Alexander no había ido en auxilio de su hijo. Conocía muy bien a su cuñado y aunque el pequeño no era de su sangre, lo había reconocido como suyo y haría lo posible e imposible para procurar por él.
Regresando a su habitación, ubicada en el ático de la mansión, donde su hermana había tenido el "amor" de al menos dejarle un catre para dormir, sacó de su baúl una máscara de oro, la cual tenía los rasgos de su madre fallecida. Asumiendo por completo su alter ego como Francisca, esperó hasta que el carruaje de su cuñado llegara.
—¡¿Y qué si hice eso?!—la voz desquiciada de su hermana resonó por lo alto—¡¿Por qué se le ocurrió tocarme estando enfermo?! ¡Ese niño no podría pagar si algo malo me pasara!
—¡Eres su madre!—gritó Alexander—¡Claro que él te iba a buscar! ¡Es lo normal!
Enojada al sentirse regañada, la esposa del embajador comenzó a tomar varias de sus cosas y a tirárselas en su cara. Aprovechando el aturdimiento del hombre, lo empujó haciendo que este se golpeara contra la pared para luego escupirle en la cara.
Lo odiaba, así como odiaba a su hijo. Ambos la habían anclado a una vida que no era digna para ella. Su deseo de casarse con su primo, el próximo rey, se había estancado por culpa de ellos.
—¿Y qué si es así? ¿Qué harás? ¿Llevarme a juicio?—preguntó mientras pisaba su mano—no solo nadie te creerá porque soy la bisnieta del rey, sino porque como mujer todos me apoyarán si digo lo contrario.
Escuchando desde las sombras, escondida en un rincón apartado, la discusión que había tenido con su esposa luego de enterarse de lo sucedido. Observó como Alex entraba a su despacho para comenzar a beber. Su único desahogo era eso.
Apartando a los criados, los cuales ya sabían que debían tener sola la zona para que ella no tuviera problemas, entró sin problemas a la oficina del embajador. Allí, sentado de espalda a su escritorio, lo observó, hundiéndose cada vez más en la bebida.
—Señor embajador—habló por lo bajo—¿no sabe que el alcohol es perjudicial?
—¡¿Cómo?!—preguntó exaltado—¿Quién eres? ¿Cómo entraste?
—Soy quizá la única solución a su problema—respondió sentándose en el sofá de al frente—dígame... ¿Le gustaría vengarse de su esposa?
—¡Guardias!—gritó borracho.
No obstante, estaba tan mal, en especial por el estado del día anterior, que comenzó a temblar y su voz salía en un breve. Sentándose en frente de la mujer misteriosa, solo escuchó en silencio hasta que terminó de exponer los términos de su alianza.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨