En la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una serie de desapariciones misteriosas aterra a la comunidad. A pesar de los esfuerzos de la policía local, las víctimas desaparecen sin dejar rastro. Héctor Ramírez, un detective experimentado, es llamado para investigar. Mientras avanza en su pesquisa, descubre que las desapariciones están conectadas por una serie de pistas inquietantes que parecen ir más allá de lo criminal. Atrapado en un misterio que desafía su comprensión, Héctor se enfrenta a fuerzas que no pueden ser explicadas por la lógica. A medida que el caso avanza, la atmósfera de la ciudad, cargada de historia y superstición, se convierte en un campo de juego para lo sobrenatural.
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17 de Abril 2024
Bitácora del Inspector Héctor Ramírez
El día comenzó con una reunión de seguimiento. Clara y yo repasamos los hallazgos en la capilla abandonada mientras Aurelio, sentado al fondo de la sala, analizaba sus notas. Desde su llegada como consultor, su presencia había generado opiniones divididas entre los agentes. Algunos lo veían como un oportunista, otros como un recurso invaluable. Yo, por mi parte, seguía manteniéndome en el centro: atento a sus aportes, pero sin bajar la guardia.
La capilla, aunque inquietante, no nos había dado nuevas pistas inmediatas. Las marcas en el suelo y las inscripciones en latín apuntaban a algo más elaborado de lo que habíamos anticipado. Aurelio insistía en que la clave estaba en el patrón de los nombres en la lista, pero aún no lograba descifrar cómo encajaba todo.
Por la tarde, recibimos una llamada que alteró el rumbo del día. La madre de Julia Martínez, la joven desaparecida, nos informó que había recibido un paquete extraño en su casa. Era una caja pequeña, sin remitente, con el nombre de Julia escrito en tinta roja. De inmediato nos dirigimos a su vivienda, llevando a Aurelio con nosotros por si podía aportar algo al análisis del contenido.
Al llegar, encontramos a la señora Martínez temblando, aferrando la caja como si fuera un objeto maldito. Dentro había un mechón de cabello oscuro, atado con un hilo rojo, y una nota escrita en papel antiguo que decía:
"El tiempo se agota. Uno más caerá."
La caligrafía era perfecta, casi demasiado limpia para ser escrita a mano. Clara, con guantes, tomó la nota y la colocó cuidadosamente en una bolsa de evidencia mientras Aurelio examinaba el paquete con cautela.
—Esto no es solo una amenaza. Es un mensaje cifrado, probablemente para alguien que entiende el contexto. El hilo rojo, el mechón… todo esto tiene connotaciones rituales —murmuró Aurelio, mientras trazaba un círculo imaginario en el aire.
No pude evitar sentir un escalofrío. Cada nuevo descubrimiento nos alejaba más de un caso típico de desapariciones y nos adentraba en algo mucho más oscuro.
De vuelta en la estación, revisamos las grabaciones de las cámaras de seguridad alrededor de la casa de los Martínez. Después de varias horas, encontramos algo: una figura encapuchada que dejó el paquete en la puerta durante la madrugada. Sin embargo, la distancia y el ángulo de la cámara hicieron imposible identificar al sospechoso.
Mientras revisábamos las imágenes, Aurelio pareció distraído, como si algo lo estuviera perturbando. Finalmente, habló:
—El siguiente nombre en la lista es Ernesto López, ¿correcto?
Asentí. Ernesto era un hombre de 42 años, maestro de historia en una escuela secundaria. Hasta ahora, no habíamos encontrado ninguna conexión directa entre él y las otras víctimas, pero su nombre aparecía allí, junto a Julia y los demás.
—Si esto sigue el patrón que creo, Ernesto podría estar en peligro. Necesitan llegar a él antes de que sea demasiado tarde —dijo Aurelio con un tono de urgencia que no había mostrado antes.
Clara y yo intercambiamos una mirada. Aunque no confiábamos completamente en Aurelio, no podíamos ignorar la posibilidad de que tuviera razón. De inmediato, enviamos a un equipo a la casa de Ernesto para asegurarnos de que estuviera a salvo.
Mientras tanto, Aurelio continuó revisando sus notas y el contenido del paquete. Lo vi escribir algo en su cuaderno: un dibujo, quizás una interpretación de las marcas encontradas. No quise interrumpirlo, pero estaba claro que sabía más de lo que estaba dispuesto a compartir.
Al final del día, recibimos noticias del equipo que fue a buscar a Ernesto. No estaba en su casa, y sus vecinos aseguraron que no lo habían visto desde la noche anterior. Otro nombre más que se añadía a la lista de desaparecidos.
La frustración era evidente en todos nosotros. La conexión entre estas personas seguía siendo un misterio, y cada día que pasaba nos alejaba más de la posibilidad de resolverlo. Mientras me preparaba para cerrar la jornada, Aurelio se acercó a mi escritorio.
—Inspector, esto no es solo un caso. Es un juego, y ustedes están jugando en terreno desconocido. Si no quieren perder, tendrán que estar dispuestos a cruzar límites que nunca imaginaron.
No respondí. Solo lo observé mientras regresaba a su asiento, con su cuaderno bajo el brazo. Su presencia era un recordatorio constante de que este caso no se resolvería con métodos tradicionales.
Esa noche, mientras revisaba los nombres de la lista una vez más, no pude evitar preguntarme: ¿qué tan lejos estaríamos dispuestos a llegar para encontrar la verdad?