Mackenzie Bailey joven hermosa descendiente de una aristocrata familia, es maltrada y humillada por sus hermanos y cuñada, hasta casi llevarla a la muerte, despreciada por su fisico, tratada como el petito feo, la han quebrado de mil y una formas hasta dejarla rota, lograra unir sus pedazos y obtener venganza.
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Cap 3: Confesión a medias
Me despierto horas más tarde, cuantas exactamente no se, no coordino nada.
No sé en que día estamos, o si es de día o noche.
Toco mi frente y la herida ya no está, ni siquiera el granito, solo la cicatriz, cuanto tiempo ha pasado me pregunto.
Con cuidado me incorporo y quito la cobija para mirar mi pierna derecha, esta herida aún se ve y es bastante profunda, va a quedarme una marca horrible.
Pero en comparación a estar muerta no es nada.
Toco suavemente mi pierna y la siento algo entumecida, cuanto tiempo abra transcurrido y que pasaría en mi hogar.
Seguro se estarán riendo de mí, de mi estupidez al creer en Felipe.
Brenda debió disfrutar al máximo su fiesta de cumpleaños, su maldad no tiene límites y yo fui el arlequín de su espectáculo, estoy perdida en mis pensamientos que no noto al médico entrar hasta que me dice.
Veo que despertó mi paciente favorita, mi cuerpo tiembla de miedo, aún no quería que supieran, no quiero regresar a la mansión de mis padres.
Lo miro estática con absoluto terror, mientras suplico internamente que no de aviso a mis padres.
Como si leyera mis pensamientos, me dice que no me dañaría ni permitirá que alguien más lo haga y siento alivio y algo que me dice confía, pero como hacerlo cuando estás rota.
Respiro profundo y trato de calmarme.
El médico se acerca vacilante y yo niego, así que se para y me explica que debe chequear mis signos vitales por lo que acepto.
Cuando lo veo anotar varias cosas en su carpeta, me animo a preguntar que día es y cuanto tiempo llevo en el hospital.
Su respuesta me deja sorprendida.
Es lunes y ya tengo 10 días.
Pase 10 días en coma, estuve al borde de la muerte y mi padre dice que solo fue una broma que sé salio de control, acaso es un chiste me cuestiono.
Quiero agua, aunque ya no siento la garganta seca, tengo mucha sed.
Me alcanza un vaso con una pajilla y me dice que tome despacio y sorbos muy pequeños, pues podría marearme.
Luego examina mis ojos, la linterna me molesta.
Recuerda quien es y lo que paso, asiento pues la verdad.
Aunque quisiera no hacerlo digo muy bajo, pero él alcanzo a escucharme.
Cuál es tu nombre me pregunta con una sonrisa.
Mackenzie Saray Bailey Caruso tengo 18 años de edad y estudio derecho internacional, soy hija de los abogados Adolfo Bailey y Cristina Caruso.
Podría decirme que paso, como resulto herida de esta manera.
Trago grueso, pues un nudo se forma en mi garganta y lágrimas amenazan con salir.
Ellos me odian, no se detendrán dijo con miedo, ayúdeme tomo las manos del médico suplicante.
No dejen que me lleven a casa ruego.
Sus padres te maltratan me pregunta indignado y yo niego.
No ellos son buenos y me quieren, en especial papá, pero mis hermanos ellos... no termino de decir pues la puerta es abierta y mi padre ingresa furioso.
Como es que mi hija despierta y nadie me informa.
El médico intenta soltarse y yo lo apretó más.
No pronuncio palabra, pero mis ojos dicen más que miles de ellas.
Calma pequeña estas a salvo, le dedica una mirada asesina a mi padre y este solo le devuelve una retadora.
Es... Estoy bien doctor gracias digo bajo, no quiero que se meta en un problema, mi padre puede destruirlo en un abrir y cerrar de ojos.
Esa mirada la pone cuando algo no le gusta y jamás pierde, pienso asustada.
El doctor no muy convencido asiente, suavizo mi agarre para que se retire.
Señor Bailey su hija acaba de despertar, le estaba haciendo preguntas de rutina y parece recuerda todo, esto lo dice en tono serio.
Le recomiendo no alterarla, debe descansar, en un rato vendrá una enfermera con algo para que ella coma, asegúrese que lo haga y cuide no coma muy deprisa, su estómago esta vacío y puede ser incómodo y doloroso.
Papá solo asiente y se acerca a la cama donde estoy.
Que bueno que despertaste princesa, acaricia mi cabello.
Papi yo... hice una pausa no quería llorar, quería darte las gracias.
Papa solo me mira y puedo ver arrepentimiento en sus ojos.
Me agradeces mi niña, yo debo disculparme por no cuidarte y tú me das las gracias, su voz se quiebra y las lágrimas que intento contener escapan como cascadas.
Si no hubieras llegado yo... No me deja terminar, pone un dedo en mis labios para callarme.
No lo digas ni de broma, si algo te ocurre no lo soportaría, me abraza suavemente y besa mi cabeza.
La enfermera ingresa con una bandeja, encontrándonos abrazados.
Permiso la comida de la señorita.
Papá agradece, la enfermera deja la comida en una mesa y se retira.
Ya escuchaste al médico debes comer mi amor, me dice con ternura.
Acerca la bandeja que solo contiene una poco de sopa y un jugo.
Papa toma una cuchara y comienza a alimentarme como cuando era niña, no puedo dejar de pensar cuando todo cambio, cuando nació ese odio de mis hermanos.
Papá siempre ha sido un hombre ocupado, pero eso no lo ha limitado para ser un buen padre y a los tres no trata igual.
Como poco a poco y siento arder mi garganta, así que le digo a papa que pare cuando llevo tres cucharadas de sopa.
Me alcanza el jugo, doy un sorbo a la pajilla y la frescura de la fresa llena mi paladar del delicioso sabor que tanto adoro.
Quiero descansar digo, pues siento un gran agotamiento luego de tres cucharadas más de sopa y dos sorbos del rico jugo.
Papa me ayuda y me da un beso en la frente, cierro mis ojos y me quedó dormida.