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El Loto Negro —el Renacer De Un Jade—

El Loto Negro —el Renacer De Un Jade—

Status: En proceso
Genre:La Vida Después del Adiós / Reencuentro / Apoyo mutuo / Amor eterno / Demonios / Reencarnación
Popularitas:813
Nilai: 5
nombre de autor: Xueniao

Tras haber ganado la guerra entre los tres reinos y revivido al loto blanco, Liú Huó, rey del inframundo , se verá envuelto en una nueva travesía lleno de obstáculos en sus camino.

Nuevos enanemigos amenazara la paz de la corona en busca de venganza y poder. Pero esta ves será la prueba del Loto Blanco, quien tendrá que tomar el poder que por sangre siempre le correspondió y, poner fin a las calamidades de atormentan la tranquilidad y el equilibrio entre los imperios.

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Noche nostálgica, entre recuerdos.

Imperio Hēiyù.

El invierno siempre fue una temporada que amé en DíYú; a diferencia de los demás imperios, aquí podemos apreciar la flor de la nevada, aquella blanca flor que se cristaliza a la orilla de todo arroyo cada vez que empieza el invierno, su flor favorita. Caminé lentamente recorriendo los pasillos de la gran mansión que en algún momento llamé hogar, tan llena de recuerdos, tan tortuosa, tan solitaria. —Han pasado más de treinta mil años, ¿no?

Miré hacia atrás en dirección a la voz que me despertó de los recuerdos; aunque no es nada raro escuchar risas retumbando alrededor, a veces no logro distinguir la realidad y las alucinaciones de mi cabeza. Sonreí nostálgicamente mientras me dejé caer en una pequeña cama empolvada. —Treinta y dos... pero aún escucho vívidamente sus risas en mi cabeza, tan vívidamente como sus gritos antes de morir.

Liu Huó caminó lentamente, agarrando una manta con diseños de estrellas; se sentó a mi lado, mirándome fijamente, y me la tendió con una sonrisa conciliadora y cargada de tristeza. —¿Cómo eran ellas?

Tomé la manta lentamente entre mis manos y antes de poder pensarlo, ya la tenía pegada en mi pecho y mi cara, intentando absorber los recuerdos. —Eran lo más mágico y perfecto que jamás puedas imaginar...

Miré a Liu Huó, y una pequeña sonrisa se formó entre sus labios mientras con una de sus manos palmeaba mi espalda en señal de consuelo. —Estoy escuchando, tienes todo el tiempo que necesites; yo escucharé hasta la última palabra que salga de tus recuerdos.

Miré la manta entre mis manos; estaba desgastada por el pasar de los años, pero seguía manteniendo sus figuras y diseños intactos, como todo en la habitación, como todo en el resto de la mansión. —Conocí a Lao Lin Li por primera vez hace cien mil años. Para ese entonces solo tenía diez mil años y ella apenas rondaba sus ocho mil... era un Loto.

Miré fijamente a Liu Huó mientras recordaba claramente la sonrisa cálida que me dedicó el primer día que la vi. —Ella era igual que tú, Alteza. Hoy en día, un loto solo nace cada mil años, pero para ese entonces no era raro ver estos. Claro que, como tal, siempre fueron signo distinguible de la realeza, futuros emperadores de los cielos, seres con un futuro prometedor. Y claro que ella debía nacer entre esos seres tan únicos.

Me paré lentamente y abrí un pequeño cofre que reposaba entre la mesada; saqué lentamente un pergamino desempolvándolo y se lo tendí a Liu Huó. Él lo abrió tranquilamente, quedando en silencio por un momento, y una suave sonrisa se formó en sus labios. —Era una diosa...

Sonreí y asentí, recibiendo nuevamente el pergamino. Lo miré nostálgicamente mientras pasaba mis dedos por la mujer pintada en él. —Sí... y fue el ser más puro que pude existir en este mundo, Huó Huó. A-Lin Li no conocía la maldad; no había una pizca de maldad en su ser, jamás la hubo y es por eso por lo que murió de esa forma...

...

—¡Papá! ¿Vas a llevarme a la corte la próxima vez? Mamá dijo que vas a la corte celestial porque tu trabajo es muy importante en los cielos. Yo también quiero ser tan importante como tú cuando tenga tu edad.

Reí energéticamente mientras escuchaba la carrera de palabras que salía de la boca de mi pequeña hija; sus ojos brillaban a medida que relataba los sucesos de sus travesías, y aun cuando no entendía ni la mitad de sus palabras, no podía evitar sentir la calidez de estas. —¿Tu madre dijo eso? Yo creo que deberías ser más como ella. ¿Sabías que tu madre es muy especial?

—¡Claro! Porque se casó con papá. Mamá es muy inteligente; tengo los mejores padres, aunque el abuelo siempre dice que mamá no debió casarse contigo. Yo le dije que eso era absurdo, porque si no se casa contigo, no podría existir y sería muy aburrido.

Negué suavemente mientras veía a mi esposa corriendo hacia mí; extendí uno de mis brazos mientras que con el otro sujetaba fuertemente a Chou Mian, que mantenía una sonrisa de oreja a oreja. —¡Mamá! Apúrate, papá llegó ya hace un rato. Caminas muy lento...

La sonrisa de A-Lin Li llenaba mi alma; vi cómo lentamente disminuía su paso mientras sus ojos se iban cerrando en esa característica sonrisa que se formaba en sus labios. —Cariño, ya estás aquí. A-Mian corre muy rápido, se parece mucho a su padre.

Sentí sus labios estamparse en mi mejilla y posar sus manos en mi pecho mientras sonreía radiantemente ante la escena. —¿Cómo fue el viaje? ¿El emperador jade está bien?... ¿Dijo algo sobre...?

Sonreí intentando esfumar sus miedos y besé su frente, guiándolas dentro de casa. —Está bien, todo está bien, A-Lin Li no tiene de qué preocuparse; este marido tuyo se encargará de todo.

El resto del día fue tranquilo, sumergidos en la calidez y el amor dentro del hogar. Siempre era igual, A-Mian llenaba de risas y ruido el lugar, y A-Lin Li era la calidez y el amor que nos calentaba el alma. Era totalmente perfecto; era feliz. La noche cayó, A-Mian fue la primera en ir a la cama, ansiosa por celebrar su cumpleaños al día siguiente.

Mientras que con A-Lin Li nos quedamos hasta tarde procurando dejar todo listo para ver la sonrisa de nuestra adorada hija al despertar. Fuimos por última vez a su habitación aquella noche. Dormía plácidamente aferrada a su manta favorita, una manta repleta de estrellas pintadas por su propia madre. A-Mian siempre decía que era como dormir en el cielo; amaba aquel pequeño trozo de tela. Sonreí lentamente acariciando su cabeza y besando su frente; A-Lin Li se aseguró de abrigarla bien, y salimos lentamente de su habitación dirigiéndonos a la nuestra. No pasó realmente mucho tiempo antes de la catástrofe, pero A-Lin Li había caído profundamente dormida apenas apoyó su cabeza en mi pecho.

Yo amaba realmente verla dormir así, sus pestañas largas y blancas y sus cabellos sueltos que parecían un manto blanco cubriendo su piel de porcelana, pero lo que más amaba, era sentir sus fuertes latidos sincronizarse con los míos. Saber que aquella mujer dormía cada día en mis brazos, que cada día corría recibiéndome con una enorme y cálida sonrisa, me hacía sentir el ser más afortunado del mundo. Pero todo acabó aquel día; sabía que las cosas no estaban bien, el tratado entre los tres reinos cada vez era más tenso y agrietado, muchos seres esperaban una guerra, una guerra que muchos queríamos evitar a toda costa, pero la codicia fue más fuerte y solo faltaba un empujón, un pequeño empujón para que la pequeña grieta entre los reinos, terminara por ser un abismo que jamás se pudiera volver a sellar.

Pero jamás pensé que aquel empujón lo pagaría yo con lo más preciado de mi existencia. Había caído plácidamente dormido cuando un grito desgarrador se coló por mis oídos.

 Tanto A-Lin Li como yo nos levantamos de un solo salto; miré a mi esposa y le dije que no saliera de la habitación por nada, agarré mi reloj y la espada, soplé las velas dejando todo en oscuridad; un nuevo grito de mi pequeña hizo que mi corazón se detuviera por unos segundos. Corrí rápidamente hacia su habitación, pero no había nada sobre su cama. Caminé dos pasos hacia delante y el sonido de un líquido en mis pies alertó todos mis sentidos; caminé lentamente hacia donde provenía la sangre, rodeé la cama de mi pequeña hija y allí estaba, acostada en el suelo frío, agarrada fuertemente a su manta con una daga en su estómago y un gran corte en su pequeña garganta. Aún estaba viva cuando la vi; pestañeaba lentamente y en silencio, me miró por unos segundos; mi cuerpo se congeló, mi corazón se apretaba tan fuerte que me sentía morir en ese preciso momento; la tomé entre mis brazos presionando su cuello para evitar que la sangre siguiera saliendo, ella solamente me miraba en silencio, sus ojos seguían los míos, como rogando que acabara con el sufrimiento.

 ¿Pero cómo hacerlo? Era mi pequeña, mi tesoro; era mi hija, mi pequeña hija; su sangre manchaba mis manos y su piel se volvía de un blanco azulado que empezaba a odiar. Intenté detener el tiempo, pero nada servía; la vida de mi hija se perdía, se iba con cada segundo y nada podía evitarlo. Cuando creí que nada más podría ser peor que aquel dolor, un nuevo grito se escuchó; agarré con delicadeza el cuerpo de mi niña y corrí rápidamente hacia mi habitación con ella en los brazos, pero la vista en aquel lugar solo terminó por hacer mi vida un infierno. La ironía de la palabra cruzó por mi mente; la culpa y el dolor consumieron todo mi ser en aquel momento. Frente a mis ojos estaba mi esposa, con una daga clavada en su pecho; su pálida piel cubierta de sangre y mientras aquellos ojos de luna se habían opacado completamente, evidenciando la falta de vida en ellos. Caminé lentamente hacia ella, dejé el cuerpo de mi hija a su lado y me tendí lentamente junto a ellas. En ese momento rogué porque sea quien sea que las mató, me matara a mí también; cualquiera habría pensado en la venganza, también lo habría hecho si tuviese algo por qué vivir, pero lo único que valía la pena en mi vida se había esfumado lentamente como el vapor. Vi cómo sus cuerpos lentamente iban convirtiéndose en pequeños fragmentos de luz y luego solo quedó el rastro de su sangre; ya no tenía nada que vengar, no tenía nada por qué vivir y solo me quedé allí, en la espera de que la muerte tocara mi puerta. Pero al parecer el destino no tenía aquello en sus planes y por más que los recuerdos me torturaran día a día, jamás logré encontrar al culpable, aun cuando aquel asesinato fue el pie para que la guerra entre las naciones diera un inicio del cual jamás habría retroceso.

....

—Luego de aquello vagué muchos años entre los reinos; busqué por todas partes alguna pista que me diera con aquel ser, pero jamás encontré nada. Sabía que los cielos habían ocasionado esto, por lo que un odio descomunal creció en mí ante ellos, aun cuando jamás encontré la prueba, sabía que fueron ellos; nadie más estaba opuesto a nuestra unión. Pero para ellos era una desgracia que alguien como ella, se uniera a un simple demonio y mucho más que dieran vida a una mestiza que podría codiciar poder entre el reino celestial.

Liu Huó me miró por unos segundos; se levantó lentamente, mirando todo alrededor y tendió su mano hacia mí. —Vamos a casa, Chou Tài. Vamos a casa y preparemos todo; te juro que lo encontraremos.

Sonreí nostálgicamente. No sé por qué, pero aquellas palabras calentaron mi alma de la misma forma que las palabras de mi pequeña A-Mian. —No, ya no necesito encontrarlo, A-Huó. Ya no viviré más en ese tormento. A-Lin Li y A-Mian me mandaron una nueva familia, tengo dos pequeños hermanos amargados que cuidar. Yo ya las puedo dejar ir, pero lo que no puedo hacer es aceptar otra pérdida más. Es por ello que necesito encontrar la cura para ti. No pienso perder nuevamente a mi familia.

A-Huó me miró y sonrió, palmó mi espalda y caminó lentamente hacia la puerta. —Entonces, ayúdame a encontrar la cura. Necesito sanar rápidamente, se nos aproxima una nueva guerra.Él me miró con seriedad, asentí sonriendo y me encaminé lentamente, dejando con suavidad la pequeña manta en la cama. Al llegar a él, pasé mi brazo por su hombro y nos dispusimos a caminar con tranquilidad hacia el palacio. —Cuéntame de qué me he perdido estos días.

—Oh, bueno, te llevarás una pequeña sorpresa cuando llegues al palacio. No creerás quién bajó a proponer un trato algo particular...

—¡Uh! Estoy ansioso por saber quién te hace poner esa expresión, Huó Huó.Miré hacia atrás por última vez antes de dejar la casa, sonreí nostálgicamente y mientras cerraba los ojos, dejé ir todo mi pasado con ese último adiós.

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