Erika: Heredera De La Mafia

—¡Estoy bien, estoy bien! ¿Y vos estás bien?—respondió Javier, agitado y un poco en shock.

—He tenido días mejores, pero estoy bien —respondió Roberto con una mueca de dolor.

En el enfrentamiento, mientras cubría a su hijo, recibió un balazo en el hombro derecho.

Roberto y Javier habían logrado escapar por poco de la emboscada, dejando atrás a sus amigos abatidos y las balas que los perseguían. La camioneta, aunque en marcha, había sufrido daños graves durante el tiroteo. Mientras avanzaban por camino de tierra, Roberto se apretaba el brazo, dónde la bala le había pegado, dejando una herida bastante dolorosa.

—Viejo, ¿De verdad estás bien? —preguntó insistente Javier, con la voz llena de preocupación y adrenalina mientras miraba a su viejo, que manejaba con una mano y se presionaba la herida con la otra.

—¡Te dije que estoy bien! ¡No me rompas las pelotas, Javier! —respondió Roberto, tratando de hacerse el duro aunque el dolor era evidente en su cara—. Lo que importa ahora es alejarnos lo más posible de esos hijos de puta.

La camioneta empezó a hacer ruidos extraños, y de repente, el motor se apagó y no volvió a encender. Javier y Roberto intercambiaron miradas de desesperación.

—¡Pero la puta madre! ¡Lo que nos faltaba! ¡No se puede tener tanta mala leche! —exclamó Roberto, golpeando el volante con frustración—. No puedo creer que la chata se nos cague justo ahora.

Javier salió rápidamente del vehículo, abrió el capó y comenzó a revisar el motor, pero el frío y la oscuridad dificultaban demasiado su tarea.

—Che viejo, acá no veo una mierda. Vamos a tener que esconder la camioneta y quedarnos adentro hasta que sea de día. Además, hace un frío terrible. —dijo Javier, entrando rápidamente a la camioneta.

Roberto estaba muy molesto, pero sabía que Javier tenía razón.

—Está bien, vamos a empujar la camioneta hasta esos pinos, no tenemos otra opción —dijo Roberto, a Javier señalando una zona al costado del camino.

Se adentraron entre los pinos, empujando con dificultad la camioneta, tratando de esconderla lo más posible. La temperatura bajaba rápidamente y el cielo se oscurecía aún más, presagiando una tormenta.

—¿Creés que nos van a encontrar? —preguntó Javier, mientras se metía otra vez dentro de la camioneta.

—No sé, pero si vienen vamos a darles con todo. Hay que estar preparados para lo peor. Esos hijos de puta no son simples matones.—respondió Roberto, su voz se oía cansada, mientras presionaba su herida.

No se escuchaba nada más que el viento, que soplaba cada vez con más fuerza, y poco después, en lugar de la esperada nieve, empezó a llover. La lluvia era constante, parecía un diluvio.

—Genial, lo que faltaba, como si no tuviéramos suficiente con toda esta cagada. —dijo Javier, mientras veía como el agua iba casi inundando el lugar.

Se quedaron toda la noche adentro de la camioneta, tratando de mantener algo de calor. La lluvia golpeaba con fuerza en el techo del vehículo, creando un sonido monótono y constante. El ambiente dentro del vehículo era tenso, cargado con la adrenalina del escape y la incertidumbre.

Javier miró a su papá, notando su cansancio y el dolor de su hombro.

—Viejo, déjame ver esa herida. No quiero que se te infecte —dijo Javier, sacando el botiquín de debajo del asiento.

—No es nada, ya te dije. ¿Pensás que soy un blandido como vos? No rompas las pelotas. —respondió Roberto de mala gana.

Javier acumulaba su frustración y furia. El miedo desaparecía y era reemplazado por su enojo.

—Ni aun estando en problemas. Ni cuando lo intento ayudar. No hay manera, este tipo me trata igual —pensó Javier, sin decir nada.

Pero en un momento, no pudo aguantar más su rabia, quedarse callado un minuto más lo haría explotar.

—Che viejo ¿Por qué me tratas así, como si fuera una basura?. Ni siquiera a tus empleados los tratas así. —dijo Javier, intentando sonar firme.

Roberto lo miro fijamente y le respondió—¿Querés saber la verdad? ¿Estás seguro? —dijo con una voz cargada de cinismo y algo más que dolor físico.

Javier solo asintió, quedándose callado, sabiendo que lo que iba a decirle su padre era algo fuerte.

Roberto suspiró profundamente, como si lo que estaba a punto de decirle le pesara en el alma.

—Vos... Vos no sos mi hijo biológico. Tu vieja me cagó con otro tipo. Te crié como si lo fueras, pero no sos mi hijo. Siempre supe que no, aunque tu vieja se hacía la estúpida. —dijo Roberto, sus palabras salían con una mezcla de amargura y odio.

Javier se quedó en silencio, su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Fue como un balde de agua fría.

—¿Qué... qué mierda estás diciendo? —dijo Javier, mientras su voz temblaba—. ¿Esa mierda es tu mejor excusa?.

—Tenía que decírtelo, ya era hora. Siempre te traté como una mierda por qué sos un recordatorio vivo de que tu vieja me cagó —respondió Roberto, mirando a Javier con ojos llenos de años de resentimiento y odio.

Javier estaba en shock. Todo por fin tenía sentido para el.

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