Volverá... y los que la hicieron sufrir lloraran
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6 - ¿ES UN TRATO?
¿ES UN TRATO?
Eduardo montó en cólera. Sin previo aviso, descargó un puñetazo en la cara de su ayudante y lo arrojó varios metros hacia atrás. Guillermo lo miró desconcertado. No entendía por qué lo habían golpeado.
- ¿En qué momento te dije que maltrataras así a la chica? - preguntó Eduardo.
- Jefe: ¡Es una gata salvaje! ¡Era la única forma de traerla! - respondió el auxiliar.
- ¡Si no quería venir, la hubieses dejado! - replicó Eduardo.
La mujer miraba desde el piso. No creía mucho en las palabras que escuchaba. Pensaba que era todo un teatro.
- ¡Desátenla! - ordenó furioso.
El auxiliar respondió preocupado.
- Pero… Jefe ¡Es peligrosa!
- ¿Tengo que repetir la orden? - preguntó Eduardo.
- ¡No, Señor! Ya mismo la desato - respondió el auxiliar.
Guillermo cortó las ligaduras y se alejó inmediatamente de la mujer. Esta se puso de pie en posición defensiva. Eduardo suspiró profundamente y le dijo:
- Cálmese, por favor, Señorita Katrina.
La chica desvió solo un poco de atención de los hombres que la rodeaban para responderle al empresario.
- ¿Qué me calme? ¡Me secuestraron y me maltrataron! ¿Quiere que ahora le haga una sonrisita y le sirva el té?
Eduardo intentó razonar con ella.
- Tiene razón, Señorita. Pero le aseguro que todo fue un malentendido. Si se calma le puedo explicar…
- Saque a estos gorilas y puede que lo escuche - interrumpió la chica.
El hombre ordenó secamente:
- Salgan todos.
- Pero, Jefe.
- ¡Ya! - gritó Eduardo.
El grito surtió efecto ya que todos abandonaron la habitación. Antes de retirarse, Guillermo miró a la chica con odio al tiempo que se sobaba la mejilla en la que había recibido el golpe. Luego se dio la vuelta y cerró la puerta detrás de él.
- Listo, Señorita. Ya se fueron. Tome asiento, por favor - dijo Eduardo.
Katrina lo miró enojada. Se sentó en el borde del sofá, lista para salir corriendo o pelear en cualquier momento.
- Señorita Katrina. Le pido disculpas por este malentendido. Le juro que jamás pensé que la obligaría a venir contra su voluntad. Si me lo permite le compensaré el mal momento invitándole a comer - dijo Eduardo.
La expresión de enojo de la chica empeoró.
- Entiendo: como soy una muerta de hambre, todo se arregla con comida.
El hombre suspiró nuevamente. Iba a ser difícil comunicarse con esta mujer.
- En realidad, quería conversar con usted para disculparme. Pero veo que solo sigo acumulando deudas. ¿Podemos, simplemente, empezar de nuevo?
- Déjese de palabras bonitas y hable de una vez. Tengo trabajo que hacer.
- Está bien. Voy al grano.
El empresario se puso de pie y comenzó a caminar por la habitación.
- El otro día usted me hizo un favor y yo me comporté como un cabrón. Esta reunión era para buscar la forma de agradecer como es debido. Pero las cosas no salieron como esperaba y sigo acumulando razones para disculparme.
La mujer lo miró a los ojos sin decir nada. La calle le había enseñado a no confiar en nadie y por eso no estaba segura de la sinceridad de las palabras del hombre frente a ella.
- ¿Y cómo tenía pensado agradecerme? ¿Me iba a invitar a otra comida para burlarse de mí? ¿No tiene nada mejor que hacer?
- Por favor, señorita Katrina: enterremos el hacha de guerra.
Se detuvo frente a ella y se inclinó respetuosamente.
- Le pido disculpas nuevamente por mi comportamiento grosero con usted. Y por lo de hoy también. No volverá a pasar, se lo juro.
La chica bajó un poco la guardia. Decidió escuchar al hombre y decidir después las acciones a tomar.
- Hable - Dijo.
- Sé que su situación es complicada. Y también entiendo que no recibirá ningún obsequio o beneficencia que le quiera otorgar. Aunque no lo crea, comprendo las razones de su orgullo al no aceptar caridad. Por eso pensé que lo mejor que podría hacer por usted es ofrecerle un trabajo en mi compañía.
Katrina se quedó de piedra. Esperaba cualquier cosa menos eso. Si lo que decía el hombre era verdad, varios de sus problemas estarían resueltos.
- Eso sería genial - Dijo sin mucha emoción - Pero tendré que declinar su oferta.
Ahora el sorprendido fue Eduardo. ¡El orgullo de esta mujer era increíble!
- ¿Puedo saber la razón?
- Estoy segura de que usted ya me investigó. Debe saber, entonces, que vivo en la calle. Si bien trato de estar lo más limpia posible, la verdad es que no siempre puedo mantener la higiene - dijo avergonzada - Por mucho que sea su voluntad de ayudarme, no creo que tolere que sus empleados anden andrajosos y desaliñados.
El hombre entendió perfectamente el punto: le gustó la sinceridad de la muchacha.
- Eso tiene solución. En primer lugar, le daremos un uniforme, por lo que no importaría su ropa.
- Ese es un buen punto. Pero estaría en las mismas condiciones. No tengo forma de mantenerlo limpio. Eso sin tener en cuenta de que en la calle me lo pueden robar.
El empresario se sentó nuevamente frente a ella y reflexionó durante un instante.
- Entiendo. Para eso también tengo solución. Pero quiero que piense con tranquilidad lo que le voy a proponer a continuación. No me gustaría que me vuelva a malinterpretar.
- Hable.
- Antes de decir cualquier cosa quiero aclararle que no tengo ninguna mala intención con usted. Solo buena voluntad.
- De acuerdo. Diga lo que tiene que decir.
- Tengo un departamento a unas cuadras de aquí. Prácticamente no lo uso, pues vivo en la mansión familiar. Estoy dispuesto a prestárselo por el tiempo que sea necesario, para que usted tenga la oportunidad de estabilizarse y buscar donde vivir por su cuenta.
La expresión de la chica se volvió desconfiada nuevamente.
- ¿Y por qué haría algo tan estúpido?
El hombre lo pensó un momento. Miró a la mujer a los ojos y dijo:
- Confío en usted. Devolvió una billetera llena de dinero aún cuando otros se habrían quedado con ella. Y no es porque no lo necesitará. Eso me habla de sus principios y hace que la admire. Por eso estoy dispuesto a confiarle mi propiedad sin dudar. De todos modos, no sería gratis.
- Ya me parecía.
Eduardo sonrió. Esta chica le recordaba a un erizo. Pero podía comprenderla. Su vida no había sido fácil.
- No se confunda. El precio es que tendrá que mantenerlo en condiciones y pagar los servicios por todo el tiempo que viva allí.
- Eso es obvio. No puedo pretender que usted me pague lo que yo consumo.
- ¿Es un trato, entonces?