La Dama Del Basurero
MISERIA
Este otoño estaba resultando singular. Los días seguían siendo tórridos, pero en las noches la temperatura descendía hasta casi cero grados centígrados. Era pasado el mediodía y Katrina corría de un auto a otro intentando vender su mercancía a los conductores detenidos en el semáforo. El trabajo había estado flojo y aún no había sacado ni para compensar los gastos. Lo peor de todo, era el concierto que estaban montado sus tripas en protesta por no haber comido nada desde el día anterior. Esta temporada estaba siendo difícil. La gente no tenía dinero y eso repercutía desfavorablemente en las ventas callejeras.
Katrina se dirigió a la vereda, pues el semáforo ya se había puesto en verde y los autos comenzaron a avanzar. Se sentó en el cordón y suspiró sonoramente. Tenía hambre y estaba cansada. El sol le daba directamente sobre la cabeza haciéndola transpirar como un cerdo. Una de sus zapatillas se había roto y, por el agujero, se colaba el calor del asfalto lastimándole el pie.
Sacó una botella de agua de su mochila y bebió un trago. Estaba caliente y le sintió un sabor desagradable. No tenía elección, así que bebió otro trago a disgusto, pero sin quejarse. Luego, tomó un pedazo de cartón de una pila de basura a pocos pasos y lo cortó dándole la forma aproximada de la suela. Se quitó el calzado y lo puso como plantilla. Se puso de pie y probó el injerto. Lo halló bastante cómodo, por lo que se volvió a sentar y se ató el cordón nuevamente.
Estaba distraída en estos menesteres cuando un automóvil de lujo se acercó al borde con la intención de estacionar. Katrina no lo notó inmediatamente por lo que el bocinazo la hizo saltar del susto. Maldijo para sus adentros al conductor y se paró inmediatamente. No dijo nada. Sabía que no tenía sentido pues a nadie le importaba la gente como ella.
La luz del semáforo volvió a ponerse en rojo y ella retomó la venta de ventanilla en ventanilla. Miró por el rabillo del ojo y pudo ver la espalda de un hombre alejándose del auto que la había asustado. "Malditos ricos", pensó. Pero fue solo un momento ya que correr de un vehículo al otro requería toda su atención para no lastimarse.
Pasaron tres cortes de semáforo y vio al coche retirarse. Decidió volver al lugar que éste acababa de dejar, pues allí, por lo menos, podía estar un rato sentada. Al acercarse, notó un bulto al lado del cordón de la vereda. Se acercó disimuladamente y vio que era una billetera. Le arrojó la mochila encima y esperó a que nadie mirara para esconderla disimuladamente en ella. Si alguno de los otros vendedores la veía, eran capaces de todo por quitársela. No quería añadir una costilla rota, o algo peor, a su recuento de males.
Se quedó un rato más sentada. Estaba realmente cansada y el calor la debilitaba aún más. Hizo un recuento mental de sus fondos para ver si podía gastar algo en comida. Llegó a la conclusión de que mejor no. Se colgó el macuto en la espalda y decidió terminar con la venta por hoy. De todos modos, le estaba yendo muy mal con eso.
Caminó por varias cuadras mirando disimuladamente a todos lados para asegurarse de que nadie la seguía. Tenía miedo de que alguien hubiera visto levantar la billetera y se aprovechara de que se hallaba sola y alejada del resto para quitársela. Entró en un callejón y esperó tensa durante un rato. No vino nadie, así que pudo relajarse un poco.
Salió de ese pasadizo y dio un par de vueltas más para estar completamente segura de no ser perseguida. Luego, entró en su “residencia”, un estrecho espacio entre dos edificios con el que había logrado quedarse. La lucha entre los callejeros por las buenas ubicaciones para dormir era feroz y agradecía ese pedacito de mundo al que podía llamar su hogar. Ella lo mantenía aceptablemente limpio y, a cambio, los vecinos no la molestaban. Utilizando algunas cajas de cartón descartadas, había logrado construirse una rústica chabola que la protegía un poco de los elementos. Se metió en el burdo refugio y, una vez a salvo, decidió revisar la billetera.
Abrió la mochila y tomó el objeto. Su primera impresión fue de sorpresa, ya que era muy suave al tacto. "Cuero legítimo", pensó. A continuación, la olió, disfrutando el aroma del material. Hacía mucho que no tenía una cosa tan perfecta entre sus manos. La acarició otra vez y la restregó en su rostro, disfrutando su tacto un momento más. Pronto reaccionó, pensando en lo estúpida que parecería si alguien la viera.
Dejó el morral a un lado y abrió la cartera. Revisó el interior quedando inmediatamente impresionada: había mucho dinero dentro, tanto en billetes nacionales como en dólares. Se sintió mareada y tragó sonoramente. Con eso podría vivir tranquilamente un par de meses. Incluso podría alquilar una habitación en alguna pensión y dejar de dormir en la calle. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y miró los compartimentos laterales. Vio tarjetas de crédito de todos los colores del arco iris: Nombres conocidos como Visa y Mastercard. Pero algunas tenían impresas denominaciones de bancos extranjeros de los cuales ni siquiera podía pronunciar bien el nombre. Incluso había una tarjeta negra con una serie de números en dorado y ninguna otra señal en ella. Las sacó del lateral de la billetera y las barajó como si fueran cartas. Entre todas ellas encontró una identificación. La tomó y devolvió el resto a su lugar.
Eduardo Matías Gómez Plaza - leyó. Dio vuelta el documento y vio la dirección: Avenida Magnolias siete mil ciento cuatro. Barrio: El Millar. Ciudad Capital. Hizo memoria intentando recordar dónde quedaba ese barrio. Dibujó un mapa mental de la ciudad y se dio cuenta inmediatamente de dónde quedaba el lugar. ¡Maldita sea! - dijo - ¡Queda en la otra punta del conurbano, y yo sin un peso! Dio un resoplido frustrado. Se levantó del improvisado refugio no sin antes guardar la billetera en la mochila. No quedaba otra: tendría que caminar. Esperaba que el parche de la zapatilla resistiera el desafío. Lo bueno era que cartón había en todos lados.
Salió del callejón y comenzó a caminar por las derruidas calles de su barrio. Pensó que el recorrido le llevaría varias horas y no lo aguantaría sin comer algo. Contó las monedas y entró a un kiosco que sabía que no era tan caro. Compró un paquete de galletitas de las más baratas y se fue royéndolas como un ratón por el camino.
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Updated 119 Episodes
Comments
Elena Ortiz
interesante!!!
2024-10-28
0
Mildred Álvarez
Muy triste tener una existencia tan pobre.
2024-08-10
4
Marioli Olivares
que triste vida de esta pobre niña y en lscrealidad hay más de lo que quisiéramos.
2024-08-10
2