Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 5
Las noches se habían convertido en un secreto ritual para Serena.
A escondidas, cuando la casa se sumía en el silencio y las lámparas de los pasillos quedaban apagadas, empezaba a reunir su pequeño tesoro, trozos de fruta fresca que guardaba con cuidado en un pañuelo limpio, galletas que crujían al partirse entre sus dedos, y, en los días de verdadera suerte, un pedazo de pan dulce que conservaba como si fuera oro. Lo escondía todo en una cajita vieja que había encontrado en su habitación y, cuando estaba segura de que nadie la vería, caminaba de puntillas hacia aquel rincón apartado donde sabía que él estaría.
Al principio, todo era un monólogo.
Serena le hablaba con voz baja, como si temiera asustarlo, mientras él devoraba la comida con un hambre silenciosa. Sus manos sujetaban cada bocado como si fuera un tesoro frágil, y sus ojos —oscuros y alertas— rara vez se apartaban de la comida, como si temiera que, en cuanto mirara hacia otro lado, todo desaparecería.
Una de esas noches, tras verlo comer con la misma cautela de siempre, Serena decidió contarle algo más que lo que había hecho durante el día.
—Sabes —susurró, con una sonrisa que mezclaba timidez y tristeza—. Me trajeron aquí para… para ser la prometida del joven maestro de la casa.— No esperaba respuesta.
Desde que había llegado, hacía ya un mes, no había visto ni oído nada de la Condesa Julia ni de Roger, su supuesto prometido. Aquella ausencia, lejos de incomodarla, le daba un extraño alivio… como si su lejanía le permitiera respirar sin sentir un peso constante sobre el pecho.
Con el tiempo, las noches se llenaron de sus relatos. Le contaba como habían sido sus lecciones, si había cosido hasta cansarse, si había escapado un momento para recorrer el jardín, o si había tenido algún roce con las criadas más viejas y gruñonas. Siempre, antes de irse, repetía con una convicción suave pero firme.
—Mañana volveré, y te traeré algo.
Pero él nunca respondía.
Ni una palabra, ni un gesto evidente. Solo esos ojos, que la seguían en silencio, como si fueran un muro impenetrable que separaba su mundo del de ella. Serena empezó a pensar que quizás no sabía hablar… o que había olvidado cómo hacerlo.
Hasta que una noche, el muro cedió.
Serena acababa de recoger el pañuelo vacío en el que antes había llevado la comida. Sonrió, dispuesta a despedirse, cuando lo escuchó.
Una palabra. Apenas un susurro, tan tenue que casi se confundió con el crujir de la madera.
—Rhaziel.
Se quedó inmóvil, con el corazón latiéndole en los oídos. Por un instante pensó que lo había imaginado… pero entonces él la miró. Su expresión seguía siendo reservada, pero en esa mirada había algo nuevo, una apertura mínima, frágil, como una ventana entreabierta después de una tormenta.
—¿Rhaziel…? —repitió ella, probando el nombre—. Es un bonito nombre.
Un destello fugaz cruzó los ojos del niño. No llegó a ser una sonrisa, pero tampoco era la barrera gélida a la que Serena se había acostumbrado. Y así, a partir de esa noche, las palabras empezaron a brotar, primero lentas, inseguras, como si hubieran estado demasiado tiempo escondidas… y después, con la naturalidad de quien, por fin, empieza a confiar.
A pesar de que Rhaziel había comenzado a hablar, no decía demasiado. Serena apenas sabía su nombre; desconocía de dónde venía, si tenía familia o un hogar al cual regresar. Eran detalles importantes que despertaban en ella una curiosidad ansiosa, aunque no se atrevía a preguntarle. Temía que, al presionarlo, todo lo que habían construido hasta entonces se desmoronara.
En una de aquellas noches, mientras le entregaba la pequeña ración que había logrado guardar del día, Serena se armó de valor para cambiar un poco la rutina. Había tomado un libro de la biblioteca esa tarde y lo llevaba ahora entre sus brazos. Lo colocó con cuidado sobre el regazo, observando a Rhaziel mientras comía en silencio.
—¿Sabes leer? —preguntó suavemente, con una sonrisa ligera que intentaba ocultar la expectación.
Por un instante, pensó que él no respondería. Rhaziel levantó apenas la mirada, la sostuvo de manera fugaz, y luego la desvió con un leve movimiento de cabeza en señal de negación.
Serena sintió que algo en su interior se iluminaba; era la respuesta que había esperado. Sus dedos acariciaron distraídamente la portada del libro, como si la idea que rondaba en su mente necesitara confirmarse en ese gesto.
—¿Te gustaría aprender? —añadió en un tono aún más bajo, como si temiera que con solo pronunciar la propuesta lo asustara.
El niño frunció levemente el ceño, no como un gesto de enfado, sino como quien se debate internamente entre la desconfianza y la curiosidad. Permaneció callado por unos segundos que a Serena le parecieron eternos. Entonces, con un asentimiento tímido, aceptó.
La sonrisa que escapó de los labios de Serena fue tan cálida que por un momento Rhaziel la observó sin apartar la vista. Ella no lo notó; ya estaba abriendo el libro y acomodándose más cerca de él, procurando que pudiera ver las páginas.
—Mira —dijo, señalando con la yema de su dedo una de las primeras letras—. Esta es la "A". Su sonido es así…
Al principio, Rhaziel apenas repetía los sonidos, torpe y con la voz apagada, pero Serena no se impacientó. Al contrario, cada error lo tomaba como una oportunidad para acercarse un poco más, para pronunciar despacio, para invitarlo a intentarlo de nuevo. Sus gestos eran delicados, cargados de una paciencia que él no estaba acostumbrado a recibir.
Las primeras noches fueron así, Serena leía en voz alta y él la escuchaba en silencio, apenas arriesgándose a repetir alguna palabra. Con el tiempo, la dinámica cambió. Ella le entregaba el turno a él, animándolo a unir letras, a pronunciar con cuidado, celebrando cada acierto con una sonrisa sincera y un destello de orgullo en la mirada.
Rhaziel, que al comienzo había estado reacio, empezó a esperar ese momento con una expectación secreta. Serena notaba cómo se inclinaba hacia ella cuando señalaba una palabra, o cómo sus ojos, al lograr reconocer una sílaba, se encendían con un brillo que pocas veces había mostrado.
Para Serena, aquellas lecciones nocturnas se convirtieron en algo más que un pasatiempo. Eran un refugio. Le permitían olvidar, aunque fuera por un rato, el compromiso que pesaba sobre ella y el nombre de un prometido que apenas conocía, pero cuya sola mención bastaba para que un escalofrío le recorriera la espalda. No hablaba directamente de ello, pero su voz, cada vez que se refería a “lo que debía ser su futuro”, perdía firmeza, y su sonrisa se tornaba vacilante.
Y Rhaziel, aunque callado, parecía percibirlo. No hacía preguntas, no buscaba respuestas. Simplemente permanecía allí, escuchando, permitiéndole hablar y desahogarse de manera indirecta. Quizá, pensaba Serena en secreto, el vínculo que habían formado era la única certeza que tenía en ese lugar desconocido.
que pasará 🤔 todavía falta mucho por qué regrese su salvador.
y este loco pervertido autoritario y con una madre loca y permisiva. no podra salvarse de lo que quiera hacer este loco.😭😭😭😭😭😭😭😭
Todos sus planes acaban de esfumarse como un débil suspiro.
Espero que Roger no logre hacerle nada antes de la ceremonia de bodas (la cual, según la sinopsis, es interrumpida por un guerrero de ojos violeta).