 
                            Josh es un joven psicólogo que comienza su carrera en una prisión de máxima seguridad.
 ¿Su nuevo paciente? Murilo Lorenzo, el temido líder de la mafia italiana… y su primer amor de adolescencia.
Entre sesiones de terapia peligrosas, rosas dejadas misteriosamente en su habitación y un juego de obsesión y deseo, Josh descubre que Murilo nunca lo ha olvidado… y que esta vez no piensa dejarlo escapar.
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Capítulo 5
Josh salió del instituto con los hombros pesados, como si cargara la mirada penetrante de Murilo pegada a su espalda. La voz suave del mafioso aún resonaba en su mente: *"¿Prometes venir mañana?"* Como si existiera la posibilidad de que Josh no apareciera. Como si él *pudiera* simplemente desaparecer.
Al llegar a casa, se cambió rápidamente de ropa, vistiéndose con algo más casual — una camiseta negra y unos jeans —, pero ni siquiera la ropa cómoda logró aliviar la tensión que lo acompañaba.
La cafetería era acogedora, llena del aroma de café fresco y del murmullo bajo de conversaciones. Lucas ya estaba allí, sentado en un rincón cerca de la ventana, con dos cappuccinos humeantes sobre la mesa.
— *¡Finalmente!* — Lucas levantó la mano en saludo, sonriente. — *Pensé que me ibas a dejar plantado.*
Josh sonrió, genuino por primera vez en aquel día, y se deslizó hacia la silla opuesta.
— *Lo siento, el trabajo está… complicado.*
— *Ah, sí, tu paciente VIP.* — Lucas giró el café en la taza, los ojos brillando de curiosidad. — *Entonces, ¿cómo es tratar al jefe de la mafia? ¿Ya intentó corromperte o algo así?*
Josh rió, pero el sonido salió más tenso de lo que debía.
— *No es bien así. Y no puedo hablar mucho, sabes… confidencialidad profesional.*
Lucas levantó las manos en señal de rendición.
— *Está bien, está bien, Dr. Secreto. Pero al menos dime una cosa: ¿es tan aterrador como parece?*
Josh miró al café, evitando la mirada del amigo.
— *Él es… diferente de lo que esperaba.*
Lucas frunció el ceño, percibiendo que Josh no iba a profundizar.
— *Amigo, estás extraño. ¿Todo bien?*
Josh respiró hondo, fingiendo una sonrisa relajada.
— *Sí, sí, solo cansado. ¿Y tú? ¿Cómo van las cosas en la facultad?*
El cambio de tema funcionó. Lucas se lanzó en una historia animada sobre un profesor excéntrico y una prueba que se había vuelto meme entre los alumnos. Josh rió en los momentos ciertos, fingiendo normalidad, pero su mente aún estaba presa en la sala de terapia, en aquella sonrisa afilada de Murilo.
— *Y entonces, ¿vamos a salir el fin de semana?* — Lucas preguntó, terminando el café. — *Necesitas distraerte.*
Josh vaciló.
— *Vamos a ver. Estoy lleno de trabajo.*
— *Siempre la misma excusa.* — Lucas rodó los ojos, pero sonrió. — *Pero está bien. Solo no desaparezcas, ¿ok?*
Josh asintió, pero una parte de él ya sabía que "no desaparecer" no era una promesa que él podría garantizar.
Cuando se despidieron del lado de fuera de la cafetería, el cielo ya estaba oscuro. Josh miró al teléfono — ningún mensaje, ninguna llamada perdida. Aún así, no conseguía librarse de la sensación de que estaba siendo observado.
Y, en algún lugar, él sabía que Murilo ya estaba anticipando su próximo movimiento.
El silencio del apartamento pesaba más que lo normal. Él respiró hondo, intentando apartar la paranoia que insistía en pegarse a él desde aquella mañana.
— *Es solo cansancio* — murmuró para sí mismo, frotándose los ojos.
Pero cuando entró en el cuarto, el aire se heló en sus pulmones.
**Otra rosa.**
Roja, fresca, descaradamente posicionada en el centro de la cama — exactamente como la primera.
— *¡¿Qué mierda es esta?!*
Josh avanzó hasta la flor, tomándola con fuerza suficiente para aplastar el tallo. Ningún perfume suave esta vez, solo el olor metálico de la rabia y del miedo. Él revolvió el cuarto entero:
- ¿Ventanas? **Cerradas con llave.**
- ¿Puerta? **Solo él tenía llave.**
- ¿Posibilidad de ser un error? **Cero.**
El teléfono vibró en el bolsillo. Josh casi saltó. Era Lucas:
**"Olvidé contarte… vi a un tipo extraño cerca de la cafetería. Estaba mirándonos. Después te mando la descripción."**
La sangre de Josh se congeló.
Él corrió hasta la ventana, jalando la cortina de lado — el estacionamiento vacío, apenas sombras danzando bajo postes de luz. Nada.
O… *nadie.*
Volvió al centro del cuarto, la rosa ahora aplastada en su puño cerrado. Pétalos caían en el suelo como gotas de sangre.
Fue cuando vio.
En el espejo del guardarropa, escrito en el vapor residual de su baño anterior:
**"Nunca estás solo, Doctor."**
Josh no pensó. Arrancó la toalla mojada de la cama y frotó el espejo furiosamente, hasta que el mensaje desapareció.
Respiraciones aceleradas. Manos temblorosas.
Y entonces — *el ruido.*
Algo rozando la puerta del frente.
Despacio. Deliberado.
Josh no movió un músculo.
Hasta que el *toque* vino:
**Toc. Toc. Toc.**
Tres golpes precisos.
Y una voz que no era Murilo, pero cargaba la misma oscuridad:
— *Entrega para el jefe. A él no le gusta esperar.*
Algo se deslizó por debajo de la puerta — un sobre de lino negro.
Josh esperó hasta que los pasos se desvanecieran en el corredor. Hasta que el silencio volviera.
Solo entonces se acercó, tomando el sobre con la punta de los dedos.
Dentro, una única bala de revólver — calibre .38 — y una nota.