Sabina, una conocida mafiosa, se ve obligada a criar a los hijo de su hermana luego de que está muere en un trágico accidente. Busca hallar respuestas para sabre toda esa situación y saber quien se atrevió a matar a su gemela.
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capítulo 5
El Retorno de Ámbar.
Era temprano en la mañana cuando Sabina se preparaba para llevar a sus hijos al colegio. Patrick se había encargado de todos los trámites para que los niños ingresaran a clases, y hoy sería su primer día.
Al bajar las escaleras, Sabina encontró a sus dos hijos con semblantes serios, mientras sus nanas terminaban de acomodar sus uniformes. Sonriendo ante sus rostros, preguntó:
—¿Qué sucede, niños? ¿Por qué esas caras largas?
—¿Madre, por qué tenemos que ir a ese nuevo colegio? —preguntó Sebastián.
—Sí, ¿qué había de malo con el anterior? —añadió Antonio.
Sabina suspiró y se arrodilló para estar a su altura.
—Sebastián, Antonio, ya hablamos de esto. Viviremos aquí, y por eso deben asistir a una nueva escuela.
—Pero... ¿qué hay de nuestros amigos?
—Pueden hacer nuevos aquí.
—Pero...
—Es suficiente —interrumpió Sabina con firmeza—. Soy su madre y tomo las decisiones aquí. ¿Queda claro?
Los niños guardaron silencio. Sabina frunció el ceño y repitió:
—Pregunté, ¿queda claro?
—Sí, mami —respondieron al unísono.
—Bien. Ahora vamos a desayunar, y luego yo misma los llevaré.
Las nanas sonrieron al ver la actitud de los niños. Una vez que se alejaron, Linda comentó:
—Señora, disculpe que le diga esto, pero sus hijos cada vez se parecen más a usted.
Sabina sonrió.
—Linda, ¿quieres que te descuenten el día de trabajo?
Norma rió al ver cómo Linda dejaba de sonreír. Las tres se dirigieron a la cocina. A lo largo de los años, habían desarrollado una relación cercana, gracias en gran parte a los niños. Sabina confiaba plenamente en ellas, lo que permitía una interacción menos formal.
Después de que todos desayunaron, Sabina dijo:
—Si se portan bien, en la tarde pueden venir a la empresa a buscarme, y luego iremos a cenar juntos.
Los niños intentaron ocultar su entusiasmo, pero sus ojos brillaban. Asintieron y, tras lavarse las manos y los dientes, tomaron sus mochilas y se dirigieron a la entrada con su madre.
Antes de partir, Sabina instruyó a las nanas:
—Lleven a los niños a la empresa. Asegúrense de que estén bien protegidos. Linda, lleva el...
—El botón antipático, lo sabemos, señora. Vaya tranquila —respondió Linda con una sonrisa.
Los niños se acercaron a sus nanas y, besándolas en las mejillas, dijeron:
—Nos vemos luego.
Sabina tomó de la mano a ambos niños y se dirigieron al nuevo colegio.
Al llegar, los niños observaron el instituto con poco entusiasmo, pero no dijeron nada. Bajaron del auto junto con su madre. En la entrada, una maestra se acercó:
—Señora Capolá, sean bienvenidos.
Sabina la miró y dijo:
—Necesito hablar con la directora, por favor.
La maestra, al notar la cantidad de hombres de seguridad que la acompañaban, respondió:
—Por supuesto, aguarde un momento a que ingresen todos los niños.
Sabina asintió y se volvió hacia sus hijos.
—Pórtense bien. Cualquier cosa, me llaman. Vendré enseguida.
—Está bien, mami.
—Ya, Antonio, deja que mamá se vaya. Yo cuidaré de él, madre.
Sabina sonrió y besó sus frentes antes de verlos ingresar.
Una vez que todos los niños entraron, Sabina fue guiada hasta la dirección y esperó a ser atendida. Después de unos cinco minutos, la directora la hizo pasar.
—Disculpe la demora, hoy es un día de locos. Dígame, ¿en qué puedo ayudarla, señora Capolá?
—Buenos días. Iré al grano. Mis hijos estudiarán aquí a partir de hoy, y quiero instalar en el predio una garita de seguridad, con todo lo que eso conlleva: cámaras, vigilancia. Sé que este instituto necesita fondos, y puedo ser una donadora anónima, siempre y cuando pueda asegurarme de la seguridad de mis hijos. Soy una persona influyente, y la seguridad de mis hijos es mi prioridad.
La directora la miró seriamente.
—Señora Capolá, entiendo su preocupación, pero no puedo acceder a lo que me pide. Eso sería violar la privacidad de los niños y los padres...
—Esos padres no tienen los medios ni los alcances que tiene mi familia para mejorar esta institución. Además, no quiero vigilar a esos niños, solo proteger a los míos. Piénselo. Mañana vendré por una respuesta, y si no es la que espero, buscaré otra institución que sí valore los beneficios que puedo brindarles.
Sabina se levantó y, antes de salir, añadió:
—Sé que este no es un asunto que deba tratar sola, por eso le doy el plazo.
Sin más, se marchó. Una vez afuera, se dirigió a sus hombres:
—Cuiden de ellos.
—Sí, señora.
Luego, se dirigió a su empresa. Al llegar, Patrick la esperaba en la puerta y la guió hasta la presidencia. Al llegar al último piso, se dirigió directamente a la oficina del presidente. Al entrar, un hombre sentado detrás del escritorio la miró con desdén.
—¿Pero qué es esto? ¿Cómo se atre...
El hombre rápidamente reconoció a Ámbar/Sabina. La secretaria intentó interponerse:
—Señor, lo siento, ellos ingresaron sin más. No pude detenerlos...
—Está bien, Leila. Retírate.
La mujer miró mal a ambos y se retiró. El señor Morales se levantó de su asiento:
—Señorita Capolá, ¿en qué puedo...?
—Sus servicios ya no son requeridos. Tome sus cosas y desocupe mi oficina. A partir de hoy, retomaré mi puesto.
El hombre intentó mantener la compostura, pero su disgusto era evidente.
—Señorita, sé que usted es la dueña de la empresa ahora, pero esta decisión no debe tomarse a la ligera. Hay que convocar a una junta y...
Patrick intervino con hostilidad:
—Ya me encargué de eso.
—¿Tú? ¿No dijiste que eras un trabajador del gobierno?
—Así es, y será interesante saber qué dirá la junta ejecutiva al enterarse de que por años ha estado robando.
El hombre palideció e intentó negar la situación, pero los hombres de Sabina ingresaron para sacarlo a la fuerza.
—Eso es mentira. Quieren incriminarme...
—Si no es verdad, no tiene nada que temer. Estos hombres lo llevarán junto con sus cómplices.
El señor Morales miró a Ámbar con odio y gritó:
—¡Tú... perra! Te fuiste y dejaste la empresa tirada...
—Eso no te da derecho a cometer actos ilícitos en mi nombre. Caballeros, llévenselo.
Los hombres de Sabina sacaron al presidente, a la vicepresidenta y al financiero, escoltados junto con otros empleados de menor rango. La empresa de su hermana estaba corrompida por la ambición de poder, y Sabina iba a limpiar todo antes de retomar su cargo.
Patrick, al verla observar todo seriamente, dijo:
—Tranquila, no me iré de tu lado hasta que levantemos este lugar.
—No me preocupa eso, pero viste su mirada. Estaba sorprendido de verme y nervioso al mismo tiempo. Él lo sabe. Sabe quién tuvo a Ámbar cautiva.
—Si es así, yo lo averiguaré.
—Bien. Esperemos en la sala de juntas a mis nuevos socios. Tenemos que dar la mejor impresión.
Patrick sonrió, sabiendo que Sabina no solo quería impresionar, sino dejar claro que ahora ella era la dueña del lugar y que las reglas cambiarían.
Daniel le hace falta agallas
por fin van a poder ser felices