DRAGÓN DORADO

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—Aria, ¿qué ocurre? —preguntó Lucas.

Aria caminó hacia Kael.

—¿Desde cuándo lo sabes? —lo miró fijo.

—Desde ayer. Griffiths hoy me lo confirmó. Sintió tu poder y sabía que no lo dirías… pero te necesitamos —le acercó la espada.

Aria vio a los chicos, que no entendían nada.

—No quise decirles porque aún no estaba lista… y realmente no confío mucho en la gente —admitió.

—¿Decirnos qué? —dijo Lucas, nervioso.

—Bueno pues… —Aria tomó la espada. Todo su cuerpo se volvió dorado, incluso sus ojos. Todos quedaron helados.

Ely sonrió junto a Javier, que no podía creerlo. Kael y León miraron a Griffiths, quien sonrió ampliamente.

—Soy el Dragón Dorado —dijo Aria, nerviosa—. Sorpresa. —Se tocó la nuca.

—Ardiente —dijo Crow. Aria sonrió.

Todos empezaron a bombardearla con preguntas como loros: por qué no dijo nada, cómo no lo notaron antes, qué significaba eso…

Aria les contó lo que pensaba y por qué había preferido mantenerlo en secreto.

—Esto tiene que quedar entre nosotros. Nadie puede saber aún —dice León—. Descubrimos algo que podría cambiar el valle y el reino de Osckor.

—El antiguo Dragón Dorado no murió en batalla. Lo mataron —dijo Griffiths. Todos quedaron en silencio ante esa revelación—. Lo viste, ¿verdad? —miró a Aria.

—Entonces… ¿tú eras su compañero? —balbuceó Aria. Griffiths asintió.

—¿Fue traición? —preguntó Félix. Kael asintió.

—La familia de Dario pertenece al linaje de los Arin —explicó Griffiths—. Ellos estaban involucrados con Malakar, un ser oscuro que tenía un séquito de guerreros llamado Kraelion.

Crow levantó la mirada al escuchar ese nombre.

—“Kraelion”… la raza que masacró a muchos clanes —balbuceó.

—Sí. Los busqué por siglos. Ellos fueron los causantes de la extinción de los minotauros, antiguos dragones, elfos y…

—Centauros —completó Crow, furioso—. ¿Volvieron?

—Su líder, Malakar, está oculto en la oscuridad —dijo Griffiths, mirando a Aria.

«Entonces ese poder oscuro es él…»

—¿Malakar la mató, verdad? —preguntó Aria.

—Sí… —respondió Griffiths con pesadez.

—Y ahora viene por mí.

—Sí.

Todos se tensaron.

—Lo sabía… sentía que pasaría algo —murmuró Aria.

—La Reina Rosa es una descendiente fuerte de los Arin. Está envenenando a Dario para obtener el poder del dragón. En su sangre hay codicia, como la de su padre.

—Ch… Ely, ¿le decimos? —preguntó Aria. Ely asintió.

—Creemos que Dario no es hijo del Rey Pablo —dijo Ely.

—¿Qué? —dijo León, incrédulo.

—Cuando salía de prácticas con Lucas, vi a Rosa con un hombre. Y puedo jurar que es igual a él… hasta el lunar. En todo —dijo Aria.

—¿Por qué están tan seguras? —preguntó Kael.

—Porque ahora podremos saberlo —Ely mostró los cabellos—. Los mandaré a analizar y tendremos el resultado en una semana. Solo falta que Frederick consiga la sangre del hombre.

—¿Frederick? —dijo Crow.

—¿Quién? —preguntó Lucas.

Aria suspiró y explicó lo de Frederick. Kael y León no sabían que ese era su nombre.

—Frederick, ven —dijo Aria.

Él apareció a su lado, asustando a todos.

—Mi reina… —se arrodilló, entregándole el frasco.

—Levántate. No hagas eso —pidió Aria, poniéndose colorada cuando él tomó su mano.

—Así que el oráculo siempre lo supo —dijo León.

—Me disculpo, príncipes. Pero mi vida pertenece a la Reina de Dragones. No podía ir en su contra —su voz resonó profunda.

—Dime… ¿siempre la seguirás? —susurró Lucas a Aria. Ella asintió.

—Sí. Según entiendo, nacimos juntos y moriremos juntos… puede que sea mi hermano —bromeó.

—Tómalo en serio, Aria —dijo Javier.

—Lo hago —suspiró Aria—. Es mucho… ¿servirá? —miró a Ely, que tomó el frasco.

—Si lo que dicen es verdad, debemos llevar esto al concejal apenas tengamos el resultado. Si no es un heredero real, está manchando un linaje puro. Si Malakar está rondando, es porque espera algo —dijo Kael.

—Malakar es astuto. Seguro sabía que Rosa no revelaría que Dario no es hijo legítimo. Eso provocaría guerras por codicia. Su familia es de traidores —agregó Griffiths.

—Usted debe encontrar a su compañero, mi señora. No le queda mucho tiempo. Si no lo encuentra… podría morir —advirtió Frederick.

—¿QUÉ? Ari… —Ely casi gritó, desesperada.

—No moriré. No pasará —aseguró Aria, intentando calmarla—. ¿Y cómo lo encuentro? ¿Aparece y listo? —dijo sarcástica.

—Su corazón la guiará —dijo Frederick.

Aria rió, agotada. Era demasiado para procesar. Tenía tres hombres en su cabeza, debía cuidar un valle y evitar ser asesinada por una sombra sin rostro.

—Ari… no estás sola. Te ayudaremos —dijo Ely.

—La princesa tiene razón. No pienso quedarme mirando —dijo Lucas.

—Yo tampoco —dijo Javier. Los demás lo repitieron.

—No hace falta que diga nada. Ya te juré mi vida —dijo Crow.

—Tienes nuestra ayuda, Aria. El príncipe León, Griffiths y yo estamos a tus órdenes. Nuestros dragones ahora son tus servidores —dijo Kael.

Aria, que miraba por la ventana, se giró.

«No puedes rendirte ahora. No irás al cielo… ellos están dando su vida por mí.»

—Bien… ¿por dónde empezamos? —dijo Aria.

Ely y los chicos sonrieron. Kael y los demás suspiraron de alivio; pensaron que ella se rendiría.

—Yo diría que por esto —dijo Frederick, sacando un huevo dorado.

—Por los dioses… es… —murmuró Kael.

—Gullveig —susurró Aria, tomando el huevo. Sintió su latido en su pecho, como si fuera el suyo.

—Ari… felicidades, eres mamá —dijo Ely.

Todos quedaron mudos. Aria soltó una carcajada; Ely también. Y pronto todos rieron.

—En serio, ya no le enseñes más de ti —bromeó Javier. Todos rieron.

Ese día nació un nuevo comienzo y una nueva alianza. Clanes unidos contra el mismo enemigo. Un nuevo desafío. No permitirían que el horror se repitiera. Defenderían a su reina y al valle.

El linaje del dragón debía sobrevivir.

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