Ethan ya lo había perdido casi todo: sus pacientes, su reputación y la fe en la gente. Todo por una acusación que jura era mentira. Cuando aceptaron mantenerlo en la clínica bajo una condición —tratar a un paciente que nadie más quería—, tragó su orgullo y aceptó. El nombre en el expediente: Kael Drummond.
Luchador profesional. Incontrolable. Violento. Y con el hombro izquierdo casi inutilizable.
Kael no confía en nadie. Creció quebrando a otros antes de que lo quebraran a él. Su cuerpo es su arma, y ahora le está fallando. Lo último que quiere es un terapeuta metiéndose en sus límites.
Pero entre sesiones forzadas, provocaciones silenciosas y cicatrices que no son solo óseas, Ethan y Kael se enfrentan… y se reconocen. El dolor es todo lo que conocen. Quizás también sea donde empiecen a sentir algo que nunca habían tenido: cariño.
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Capítulo 14
[Sábado, 9h de la mañana | Apartamento de Kael]
Kael se despertó con el sonido bajo de la lluvia fina golpeando la ventana. Lo primero que vio fue a Ethan: acostado a su lado, el rostro girado, la respiración calma. Su brazo estaba sobre el vientre de Kael, inconscientemente agarrado, como quien se sujeta hasta durmiendo.
Kael se quedó quieto. Casi no respiraba.
Pasó los dedos despacio por la muñeca de Ethan. Contó los latidos. Uno, dos, tres. El toque era leve, pero entero. Presente.
Ethan abrió los ojos despacio, sin susto, como si ya supiera que estaba siendo observado.
—¿Cuánto tiempo llevas mirándome? —preguntó con voz de sueño, sin abrir mucho los ojos.
Kael sonrió, pequeño.
—El tiempo suficiente para darme cuenta de que roncas mucho menos de lo que imaginaba.
—Qué encanto —murmuró Ethan, estirándose—. Tienes un talento especial para los elogios torcidos.
—Todavía estás aquí. Así que debe estar funcionando.
Ethan se giró de lado, apoyando la frente en la de Kael.
—¿Querías que me hubiera ido?
—Parte de mí quería. Solo para no tener que lidiar con el miedo de despertarme y que te hubieras ido.
—¿Y la otra parte?
—La otra parte... quería exactamente esto. Silencio. Lluvia. Tú.
Se quedaron así por un tiempo. Ninguno de los dos parecía querer moverse.
—Deberíamos hacer un trato —dijo Ethan.
—¿Qué tipo?
—Cuando el caos comience de nuevo, volvemos aquí. A este momento. Aunque solo sea por memoria.
—Cierro el trato. Pero con una condición.
—¿Cuál?
—Hoy fingimos que el mundo no existe. Sin celular. Sin noticias. Sin redes sociales. Solo café, cama y tú enseñándome a lidiar con esto que todavía no sé nombrar.
Ethan lo miró fijamente.
—¿Amor?
Kael dudó. Luego asintió.
—Eso mismo. Esa palabra grande que siempre pareció un ataque cuando venía en mi dirección.
[Cocina | Intimidad en forma de rutina]
La cocina olía a café y pan tostado. Ethan removía la sartén con una leve sonrisa en el rostro.
—¿De verdad estás haciendo huevos revueltos? —preguntó Kael, apoyado en el fregadero, usando una camiseta vieja del propio Ethan.
—¿Tienes una imagen de mí tan frágil que crees que no sé cocinar?
—No. Solo que nunca te imaginé en sudadera, descalzo, hablando de yema cremosa.
—Pues sí. Tengo capas.
Kael se acercó por detrás, pasando los brazos alrededor de su cintura.
—Estoy descubriendo cada una. Y me están gustando todas, incluso las desordenadas.
—Principalmente las desordenadas.
—Principalmente —repitió Kael—. Porque se parecen a las mías.
Ethan se giró, de frente a él, con la espátula todavía en la mano.
—¿Sabías que me enamoré de ti antes incluso de admitir que me gustabas?
Kael se rió.
—Y yo te tuve miedo desde el primer toque.
—¿Por qué?
—Porque me miraste y no viste un problema. Viste a una persona.
[Habitación | Entre cariño y verdad]
Acostados de nuevo, una película cualquiera pasando en la TV, pero nadie prestaba atención.
Ethan acostado con la cabeza en el pecho de Kael, sus dedos dibujando patrones imaginarios en la piel.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ethan, con la voz casi en susurro.
—En lo extraño que es que este sea el día más tranquilo de mi vida. Y que eso me asuste.
—No debería asustar. La paz también puede ser familiar. Solo necesita tiempo.
Kael se quedó en silencio. Luego preguntó:
—¿Me tienes miedo?
Ethan se levantó un poco, apoyándose en el codo.
—No.
—¿Ni de en lo que nos hemos convertido?
—Solo de lo que el mundo puede hacer con esto.
Kael miró al techo.
—Quería congelar este día. Solo este. Grabar en la piel.
—Entonces tatúalo en mí —dijo Ethan—. Con tu boca. Con tu mano.
Kael se giró y lo besó con calma. Ese tipo de beso que no necesita prisa, solo de presencia.
Más tarde, cuando Ethan fue al baño, Kael resolvió echar un vistazo rápido al celular. Contra lo acordado. Solo una notificación.
Lo que vio hizo que el estómago se le revolviera.
Noticia nueva en sitio deportivo:
“Kael Drummond rompe contratos con dos patrocinadores tras video polémico. Empresa alega quiebra de imagen y conducta inadecuada.”
Ethan volvió.
—¿Qué cara es esa?
Kael mostró el celular. Los ojos bajos.
—Comenzó.
Ethan tomó el celular, leyó, y se quedó en silencio por un momento.
Después, sin dudar, habló:
—Entonces vamos a perder juntos. Pero con dignidad.
Kael lo miró. Tardó. Luego asintió.
—Solo prométeme una cosa, Ethan.
—Dime.
—Que cuando todo apriete... todavía vas a mirarme como me miraste hoy por la mañana. Como si yo fuera alguien que vale la pena quedarse.
Ethan tocó su rostro, firme.
—Lo eres. Incluso cuando el mundo entero intente decir lo contrario.