¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
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Capitulo 5
Cuando regresaban al Ducado, Lavender le informó a Violett que harían una parada. El carruaje se dirigió hacia uno de los pueblos que había sido afectado gravemente por la guerra y ahora se encontraba en plena reconstrucción. Cuando llegaron, Lavender bajó del carruaje y miró a Violett, esperando que ella también lo hiciera. Sin embargo, Violett, notando las expectativas en los ojos de su amiga, rápidamente improvisó una excusa.
—Me he sentido un poco mareada desde hace un rato —dijo Violett, llevándose una mano a la frente para enfatizar su malestar.
Lavender la miró con preocupación inmediata.
—Si es necesario, puedo llamar a un médico de inmediato —ofreció con genuina inquietud.
—No, no es necesario. Con quedarme quieta por un momento será suficiente —insistió Violett con una sonrisa forzada.
Lavender le creyó y, asintiendo, se dirigió hacia el grupo de personas que trabajaba en la reconstrucción. El lugar estaba lleno de polvo, el aire denso por el esfuerzo colectivo de restaurar las casas dañadas, las calles, las plazas, y la obra más añorada, la construcción de un pequeño puerto y puente que agilizará su movilización. Las carencias se notaban a simple vista: herramientas básicas, ropa raída, rostros marcados por la fatiga. Violett, desde la ventana del carruaje, observaba cómo Lavender se mezclaba con aquellas personas. Su amiga se acercaba a ellos con naturalidad, saludaba con una sonrisa radiante, estrechaba manos, intercambiando palabras amables.
A los ojos de Violett, aquella escena le resultaba repulsiva. Sus dedos se crisparon levemente sobre su regazo mientras sus pensamientos tomaban un giro oscuro.
—Al fin y al cabo, ella es una de ellos —murmuró.
Sin embargo, lo que realmente la inquietaba no era la humildad de aquellas personas, sino la forma en que miraban a Lavender. Rostros duros, curtidos por la vida, se suavizaban ante su presencia. Miradas llenas de admiración, incluso de esperanza. Violett apretó los labios, su expresión se ensombreció.
—¿Qué tiene ella para que la princesa y esta gente la miren así? —murmuró, casi sin darse cuenta—. Lo odio...
En ese momento, la voz de Lavender la sobresaltó.
—¿Qué es lo que odias? —preguntó Lavender, asomándose con curiosidad al carruaje.
Violett se sobresaltó tanto que dio un pequeño brinco en su asiento, y Lavender se rió ante su reacción. Avergonzada por su descuido, Violett se apresuró a responder con su habitual sonrisa.
—La situación en la que estas pobres personas terminaron, por supuesto. Lo odio —dijo rápidamente, tratando de ocultar su verdadero malestar.
Lavender, con amabilidad, asintió mientras subía al carruaje.
—Tienes razón, es una situación lamentable. Sin embargo, pronto todo cambiará para mejor —dijo Lavender, mirando el pueblo mientras el carruaje avanzaba—. Ya he conseguido el dinero que hacía falta para terminar las obras, aunque me llevo más tiempo del que creía, lo recibirán pronto, y solo tendrán que devolver la mitad, ya que el Reino ha reconocido la pérdida de sus hogares debido a la guerra. Tampoco pagarán impuestos hasta que estén bien establecidos nuevamente.
Mientras hablaba, la satisfacción en la voz de Lavender era evidente. Estaba genuinamente complacida con los avances que había conseguido para ayudar a esas personas. Violett, aunque mantenía su sonrisa, sintió cómo una pequeña espina de envidia se clavaba en su pecho al escuchar el tono orgulloso de Lavender.
—Ves todo eso —dijo Lavender, señalando una franja de tierra que bordeaba el río—. Lo he comprado. Le cederé esas tierras a estas personas para que puedan cultivarla. Del otro lado hay una mina. Mi intención es comprarla y explotarla, lo cual también sería una fuente de trabajo para ellos. Pero es algo que debo hablar con Maxon... Espero que esté de acuerdo.
El entusiasmo en la voz de Lavender era palpable, pero Violett no compartía aquella emoción.
Esa misma noche, Lavender se sorprendió con la inesperada llegada de Maxon. Era tarde, y no había recibido aviso alguno de su regreso, así que no lo esperaba. Había salido a caminar por los largos pasillos que rodeaban la mansión, con vista al jardín. Los pilares, altos y majestuosos, se alineaban uno tras otro, tan grandes que podían ocultar fácilmente a una o dos personas detrás de ellos. Fue por eso que Lavender no se percató de que alguien la observaba desde las sombras.
Avanzó algunos metros, disfrutando de la tranquilidad de la noche, cuando de repente sintió unos brazos que la rodeaban por detrás. Aunque se sorprendió al principio, reconoció ese abrazo al instante. Su cuerpo se relajó, y una suave sonrisa apareció en sus labios.
—Maxon —dijo con dulzura, sin necesidad de girarse.
Él la besó en la mejilla, susurrando en su oído.
—Cariño, ¿me has extrañado?
Lavender sonrió, asintiendo suavemente.
—Por supuesto que sí —respondió, con un toque de picardía en su voz—. ¿Y tú? ¿También me has extrañado?
—Eso es más que evidente —contestó Maxon con una sonrisa que ella no podía ver, pero que sentía en el tono de su voz.
Finalmente, Lavender se giró para mirarlo. Sus vibrantes ojos verdes, como esmeraldas bajo la luz de la luna, brillaban con intensidad. El cabello negro de Maxon había crecido un poco desde la última vez que lo vio, dándole un aire más descuidado pero igual de atractivo. Su rostro, que para ella era perfecto, le transmitía una calidez y familiaridad que le aceleraban el corazón.
Con una delicadeza que reflejaba la intimidad de ambos, Lavender posó su mano en la barbilla de Maxon, acercándose más. Se puso de puntillas y le dio un tierno beso en los labios.
—Te extrañé tanto, mi amor —susurró ella, mientras rodeaba su cuello con los brazos, dejando que el cariño y la cercanía llenaran el silencio de la noche.
Maxon, con sus brazos aún alrededor de ella, la atrajo más hacia sí, respondiendo con otro beso, más profundo y lleno de deseo contenido. Ambos se quedaron así, abrazados en la penumbra, disfrutando de su reencuentro, mientras la brisa nocturna acariciaba sus rostros y el suave sonido del jardín los envolvía.
Ya en la habitación, Maxon había tomado un baño, y su cuerpo aún estaba relajado por el calor del agua. Lavender, con una sonrisa suave, le ofreció cortarle el cabello. Maxon aceptó sin dudar, confiando en ella plenamente. Se sentó frente al tocador, mientras ella se preparaba para la tarea.
Lavender, con una concentración serena, comenzó a cortar el cabello oscuro de su esposo. Sus dedos se deslizaban con suavidad entre los mechones, trabajando con una mezcla de precisión y delicadeza. El sonido suave de las tijeras llenaba el aire, mientras el cabello caía en mechones sobre el suelo de mármol.
Mientras lo hacía, no pudo evitar perderse en sus pensamientos. Se sentía profundamente afortunada de compartir un momento tan sencillo con él, uno que, a pesar de su simplicidad, le reconfortaba de una manera que no podía expresar con palabras. Había algo en esa intimidad, en la naturalidad de estar juntos en silencio, que la hacía sentirse completamente en paz.
Lavender recordó la revelación que tuvo durante la guerra, cuando le pareció ver un destello de lo que sería su futuro. Aunque esa visión solo le mostró hasta el día en que se casaba con Maxon, no le había revelado lo que vendría después. Ahora, al vivir cada día con él, se daba cuenta de que esos momentos que compartían eran los que realmente definían su vida juntos. Todo era un misterio después de aquella boda, pero esos instantes cotidianos, como ese, eran genuinos y espontáneos. Eran la esencia de su relación.
Sonrió para sí misma mientras sus manos seguían trabajando con precisión en el cabello de Maxon. No tenía idea de lo que les deparaba el futuro, pero estaba segura de algo: mientras estuviera a su lado, ese futuro sería brillante. Maxon era su seguridad, su tranquilidad, y cada día que pasaba a su lado era un nuevo capítulo lleno de posibilidades.
—¿En qué piensas? —preguntó Maxon de repente, sacándola de sus pensamientos, su voz profunda rompiendo el silencio del cuarto.
Lavender sonrió aún más y respondió con suavidad:
—Solo en lo afortunada que soy de estar aquí contigo.
Maxon se giró un poco hacia ella, con una sonrisa cálida dibujada en su rostro.
—Yo soy el afortunado —dijo, tomando la mano de Lavender y llevándola a sus labios para besarla con ternura.
Lavender, terminó de cortar el último mechón de cabello y observó su trabajo con satisfacción.
—Listo —anunció con orgullo.
Maxon se levantó del asiento, y sin decir nada más, la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia sí. El silencio volvió a caer sobre ellos, pero esta vez estaba lleno de una creciente tensión, él enterró su cara en su pecho, sus manos deslizándose bajo el camisón de Lavender.
—¡Es-espera pareces demasiado ansioso!— Dijo Lavender completamente roja.
—Si... es porque lo estoy—, dijo Maxon mientras la empujaba a la cama, la noche fue larga.