Si hubiera sabido el impacto que tendrías en mi vida, hubiera corrido en otra dirección que no fuese la tuya
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Miedo a lo desconocido
Los días habían transcurrido de manera tranquila y rutinaria, corriendo por las mañanas, preparando la cena por las tardes, y cerrando las noches con películas con Jota. Pero este domingo se sentía diferente, casi como si el ambiente mismo estuviera esperando algo inesperado.
Cuando abrí la puerta y me encontré con Andrew, sosteniendo dos cafés humeantes y con una sonrisa confiada, supe que el día no sería igual.
—Para no perder la tradición —dijo ofreciéndome el café. Sonreí tímidamente y lo invité a pasar, algo que no había hecho antes, pero de alguna manera, su presencia se sentía cómoda, aunque un poco intimidante.
Nos sentamos en la barra de la cocina, y mientras él bebía de su taza, lo observé. Había algo en él, en su seguridad, que siempre me descolocaba un poco. Su porte, su forma de estar tan relajado como si el mundo girara en torno a él, me sacaba de mi zona de confort.
—¿Qué te trajo hasta acá? —pregunté, incapaz de contener la curiosidad.
Andrew me miró detenidamente de arriba abajo, sus ojos recorriendo mi vestido de pijama rosa. Sentí el calor subiendo por mi rostro cuando me di cuenta de lo descuidada que estaba.
—Qué descortés eres a veces, April —me acusó, aunque su tono era más juguetón que serio. Su comentario me hizo reír nerviosa, pero el silencio volvió a adueñarse del espacio mientras tomábamos el café.
De repente, rompió la tensión con una propuesta que no vi venir.
—¿Quieres salir?
—¿Qué? —respondí, confundida.
—¿Quieres salir? —repitió con una sonrisa—. Estar encerrada escuchando música navideña un domingo puede ser deprimente. Además, estas fechas son para estar con la familia, ¿no?
—Tienes razón —admití, aunque últimamente había querido desconectarme de todo—. Solo... a veces quiero olvidarme de todo.
—¿Incluso de tu familia? —preguntó, sorprendido.
—No, claro que no —me apresuré a corregirlo—. Adoro a mi familia, pero necesitaba espacio para sanar ciertas cosas sin hacer que ellos lo sufran conmigo.
Andrew asintió, comprendiendo.
—Sabes que ellos son los únicos que pueden ayudarte a sanar, ¿verdad?
Asentí con un suspiro. Sabía que tenía razón, pero no era fácil admitirlo.
—Vamos, salgamos —insistió, animado.
—¿Ahora? —pregunté, dudando de su entusiasmo repentino.
—Claro, ¿por qué no?
Lo pensé unos segundos mientras tomaba otro sorbo de café. No era tan mala idea, pero el nerviosismo que sentía era extraño. Casi como si estuviera a punto de hacer algo mal, algo prohibido. ¿Pero por qué? Andrew solo era un vecino... uno muy atractivo, eso sí.
—Está bien —dije al fin, tomando una decisión firme—. Voy a vestirme.
Andrew sonrió ampliamente, sorprendido, pero antes de que pudiera subir las escaleras, me lanzó un comentario que me hizo reír y sonrojar al mismo tiempo.
—¡April! —me llamó—. Por favor, ponte un brasier.
Mis mejillas se tiñeron de rojo mientras subía corriendo las escaleras sin atreverme a mirarlo.
Me cambié con rapidez, escogiendo un vestido largo de flores que me hacía sentir fresca y cómoda. Me recogí el cabello en una coleta floja, apliqué un poco de maquillaje y elegí unas sandalias bajas. No quería parecer demasiado arreglada, pero tampoco descuidada. Al bajar las escaleras, me encontré con Andrew mirando su teléfono, y me coloqué frente a él, un poco nerviosa pero con una sonrisa.
—¿Lista? —preguntó alzando la vista, con una mirada apreciativa que no pasó desapercibida.
—Lista —respondí, sintiendo que algo interesante estaba por comenzar.
Salimos de la casa, y desde el primer momento Andrew me guió hacia su auto, un modelo deportivo que me dejó claro que no era cualquier paseo. Nos dirigimos al centro de la ciudad, donde había un bullicio típico de un domingo, pero la energía era agradable. Caminamos por las calles llenas de tiendas, restaurantes, y luces navideñas que colgaban de todos lados.
—¿Sabes patinar? —me preguntó de repente.
Lo miré con los ojos entrecerrados. —¿Patinar? Apenas sé caminar en línea recta sin tropezarme.
Él soltó una carcajada. —Perfecto. Vamos, será divertido.
Antes de que pudiera protestar, ya estábamos en la pista de patinaje del centro comercial. Todo a mi alrededor parecía sacado de una película navideña: la música, las luces, los niños felices deslizándose con habilidad, y yo… bueno, yo luchando por mantenerme en pie mientras Andrew patinaba a mi lado con una facilidad desconcertante.
—¡Te odio por convencerme! —le grité mientras intentaba no caerme.
—¡Vamos, tú puedes! —respondió entre risas, agarrándome de la mano justo cuando estaba a punto de perder el equilibrio.
Al final, después de varios intentos fallidos y algunas caídas torpes, logré dar algunas vueltas sin problemas. La sensación de la brisa fría en mi cara, mezclada con el ambiente festivo, me hizo olvidar por un momento cualquier preocupación que hubiera traído conmigo. Fue liberador.
Después de algunas horas patinando y riéndonos como si nada importara, decidimos caminar hacia una pequeña cafetería cercana. Andrew se mostraba relajado, más que nunca, y aunque su compañía era divertida, algo en su constante seguridad me tenía alerta. No podía evitar sentir que había más en él de lo que dejaba ver.
—No fue tan mal, ¿no? —dijo, con una sonrisa triunfante mientras me ofrecía el menú.
—Sobreviví —respondí con una risa suave, aunque por dentro sentía una extraña inquietud.
Durante la tarde, la conversación fluía sin esfuerzo. Me sorprendió lo fácil que era hablar con él, pero también me preocupaba lo mucho que comenzaba a disfrutar de su compañía. Sin embargo, había algo en su mirada, una intensidad oculta que no podía ignorar. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, me preguntaba qué estaba pasando realmente por su mente.
Cuando terminamos el café, Andrew insistió en llevarme a casa. El viaje de vuelta fue silencioso, pero no incómodo. Era el tipo de silencio en el que las palabras no eran necesarias, pero las preguntas comenzaban a formarse en mi cabeza.
Llegamos a la casa de Jota, y justo cuando me disponía a abrir la puerta, Andrew se acercó más de lo que esperaba. No lo vi venir, y cuando su mano rozó la mía, sentí una descarga eléctrica que me dejó helada por un segundo.
—April... —susurró, con esa voz baja que parecía contener más de lo que decía.
Lo miré, confusa, pero antes de que pudiera responder algo, la puerta se abrió de golpe. Jota estaba ahí, con una sonrisa amplia en el rostro y su teléfono en la mano.
—¡Vaya, justo a tiempo! —exclamó, sin darse cuenta del tenso momento que acababa de interrumpir—. April, tus padres están en videollamada. ¡Quieren verte!
El aire en el ambiente cambió de golpe. Me giré rápidamente hacia Andrew, quien me observaba con una sonrisa ladeada, como si estuviera disfrutando de la escena. Le sonreí de vuelta, incómoda, y murmuré un "gracias por el café" antes de entrar apresuradamente.
—Nos vemos luego, Andrew —dijo Jota alegremente, sin notar la tensión entre nosotros.
Mientras entraba a la casa y tomaba el teléfono, sentí que algo dentro de mí se deslizaba fuera de control. La llamada con mis padres fue rápida, aunque mis respuestas parecían automáticas, con mi mente aún atrapada en lo que había ocurrido minutos antes. Después de colgar, Jota me lanzó una mirada curiosa.
—¿Todo bien? —preguntó mientras se recostaba en el sofá, dispuesto a ver una película.
—Sí, todo bien —mentí, aunque mi cabeza seguía dándole vueltas a lo que había sentido con Andrew.
Decidí que lo mejor era dejarlo pasar, pero la inquietud no desaparecía. Algo en Andrew era desconcertante, y aunque su compañía había sido refrescante, no podía evitar sentir que había algo más. Me cambié rápidamente para estar cómoda, y me uní a Jota en el sofá. Pero justo cuando pensé que el día había terminado, mi teléfono, que pensé muerto por el agua, emitió un pitido.
Lo miré incrédula, preguntándome cómo se había encendido. Al abrirlo, lo primero que vi fue un mensaje nuevo de un número desconocido: *“Espero que hayas disfrutado de hoy tanto como yo. Esto apenas empieza. - A”*
Mi corazón dio un vuelco. El mensaje era de Andrew, pero el tono... el tono era distinto, y me dejó una sensación inquietante en la boca del estómago. Lo último que quería era complicaciones, pero ahora me encontraba en medio de una situación que no entendía del todo. ¿Qué significaba que esto apenas empezaba?
El día había comenzado con café y patinaje, pero estaba claro que el final sería mucho más complejo de lo que esperaba.