Estas acostumbrado a leer novelas de reencarnacion en donde la protagonista reencarnada se vuelve poderosa, ¿que pasaria si esta novela no es como las demas? ven y lee algo diferente, algo que sin duda te gustara.
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Explorar
El desayuno termino relativamente tranquilo, Cassius apenas termino abandono el lugar con premura dejando a Aranza sola en el comedor, mientras las criadas continuaban esperando para recoger la mesa, Emilia suspiro con tranquilidad al ver salir al duque y que su señorita estuviera bien.
—Al menos esto salio bien, me alegra saber que el príncipe es una persona educada—
Aranza con tranquilidad tomo un pedazo de pan y mirando a Emilia sonrió con tranquilidad.
—Sali con vida esta ves, así que yo lo veo mas como una victoria— dijo sonriendo.
Emilia la miró con incredulidad.
—Mi lady, su esposo no parece alguien que tenga paciencia para sus juegos.
Aranza sonrió con diversión.
—¿Y que? Si voy a vivir en este castillo de ultratumba, al menos me voy a divertir.—
Aranza se limpio los labios y se levanto, necesitaba salir y recorrer un poco el lugar, que ahora consideraba su nueva prisión.
—Es hora de explorar—
—My lady—
—No empieces Emilia, no me quedare encerrada como un maldito fantasma. Voy a conocer mi nueva prisión
Emilia suspiro resignada
—Esta bien my lady, pero no me haga correr detrás de usted, que últimamente anda con mucha energía.
Aranza sonrió
—No prometo nada.
Mientras caminaba, notó algo curioso: muy poca gente la miraba directamente.
Los sirvientes le hacían una leve reverencia, pero evitaban su mirada.
Los soldados la observaban con cautela, como si estuvieran evaluando su presencia.
—Bueno, qué recibimiento tan cálido —susurró con ironía.
Emilia, que caminaba a su lado, notó su expresión.
—Mi lady, recuerde que este lugar es diferente a su hogar.
—Oh, claro que lo es. En mi casa al menos la gente fingía ser amable. Aquí ni se molestan.
Siguieron avanzando hasta que Aranza vio lo que parecía un patio de entrenamiento.
Había soldados practicando esgrima, jóvenes peleando con lanzas y guerreros montando caballos.
Y todos, absolutamente todos, tenían cuerpos de infarto.
Aranza se detuvo en seco, entreabriendo los labios al ver el espectáculo de músculos tensos, piel sudorosa y brazos fuertes que blandían espadas con una destreza impresionante.
—Oh… vaya… —susurró con diversión.
Emilia, que ya conocía a su señora, reaccionó de inmediato, llevándose ambas manos a los ojos de Aranza como si con eso pudiera evitar que viera semejante visión pecaminosa.
—¡Mi lady, esto es completamente indecente! ¡No es apropiado para una dama mirar semejante barbaridad!
Aranza apartó las manos de Emilia con una risa.
—Oh, por favor, Emilia, no seas aguafiestas. Mira nada más esos músculos. ¡¿Quién es ese hombre?!
Se mordió el labio al ver a un soldado en particular entrenando sin camisa, con el torso marcado y brillando bajo el sol.
—No, en serio, ¿quién es? Porque con ese físico podría ser una maldita escultura griega.
Emilia soltó un sonido de desesperación y volvió a intentar cubrirle los ojos.
—¡Mi lady, por el amor de los cielos!
Aranza se rió, pero luego dejó salir un largo suspiro, cruzándose de brazos.
—Aunque, debo admitir… que ninguno de estos le llega a los talones a mi esposo.
Emilia se quedó congelada.
—¿Qué?
Aranza rodó los ojos.
—Digo, sí, son atractivos. Pero Cassius… ese desgraciado, arrogante e insufrible hombre… está demasiado bueno.
Emilia palideció de la impresión.
—¡Mi lady!
Aranza se encogió de hombros con una sonrisa traviesa.
—Bueno, si ya estoy atrapada en este matrimonio infernal, al menos lo voy a disfrutar.
Y, antes de que Emilia pudiera reaccionar, Aranza vio el patio de entrenamiento con nuevos ojos y exclamó con entusiasmo:
—¡Genial! ¡Es hora de mi entrenamiento!
Emilia palideció aún más.
—¡¿Mi lady, está segura de eso?!
—¡Por supuesto! ¡Voy a demostrar que no soy solo una muñeca de porcelana!
Pero apenas dio un paso hacia el campo de entrenamiento, un soldado enorme se le plantó enfrente.
—Mi lady, este lugar no es para usted.
Aranza parpadeó.
—¿Perdón?
El hombre, un soldado de aspecto rudo y cicatrices en el rostro, se cruzó de brazos.
—Las esposas de los nobles no entrenan aquí. Menos las princesas y reinas.
Aranza entrecerró los ojos.
—¿Es una regla escrita o solo una excusa para sacarme?
El soldado la miró con firmeza.
—No es apropiado para una dama.
Aranza sonrió dulcemente.
—Pues qué lástima. Porque no me importa.
Y, antes de que el soldado pudiera detenerla, se metió de lleno en el campo de entrenamiento.
Ves: mirar, observar, ver
vez: repetir