En el corazón de lo que alguna vez fue una ciudad vibrante, solo quedan sombras y ecos de una humanidad extinguida. Hace meses, un brote inexplicable convirtió a la población en una horda de seres desalmados, impulsados únicamente por un insaciable deseo de cazar a los pocos sobrevivientes.
Las calles, antes llenas de vida, ahora son un laberinto de ruinas, donde los edificios se inclinan bajo el peso del tiempo y del silencio. Los habitantes que quedan luchan por sobrevivir en un mundo donde la esperanza es un lujo y cada día podría ser el último.
Nadie sabe con certeza cómo comenzó el brote. Se rumorea sobre un experimento fallido, una maldición liberada, o un simple error humano que desató el caos. Lo único seguro es que la ciudad, que alguna vez simbolizó el progreso, ahora es un monumento a la desesperación y al fin de los tiempos.
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La horda
Jiménez suspiró, cansado, mientras se recostaba contra una pared. "Nos dijeron que el puerto era nuestra única esperanza, que nuestro equipo nos estaría esperando. Pero después de lo que hemos visto… no sé cuánto tiempo más podemos aguantar. Este virus se ha extendido más rápido de lo que podríamos haber imaginado."
^^^Rodríguez, más pragmático, miró a sus compañeros y dijo, "Lo único que podemos hacer ahora es seguir adelante, cumplir nuestra misión y esperar que en el puerto haya alguna forma de detener esto. Pero una cosa está clara: el gobierno nos falló. Y si logramos salir de esta, más nos vale encontrar la manera de arreglar este desastre."^^^
El grupo asintió en silencio, comprendiendo la gravedad de lo que había sucedido. Estaban atrapados en medio de un apocalipsis que sus propios superiores habían desatado, y ahora, la única esperanza que les quedaba era llegar al puerto y, con suerte, encontrar la manera de revertir la pesadilla que habían ayudado a crear.
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La ciudad de Necropolis se extendía como un cadáver, sus calles una maraña de escombros y sombras, impregnadas de la podredumbre de la muerte y la desesperanza. Las grandes avenidas, que en otro tiempo habían sido arterias vibrantes de vida y actividad, ahora yacían desiertas, rotas y ahogadas en una oscuridad casi tangible.
^^^Las estructuras que aún se mantenían en pie lo hacían con una fragilidad inquietante, como si la más mínima brisa pudiera derrumbarlas, sepultando para siempre cualquier rastro de lo que alguna vez fue.^^^
Entre las ruinas, los pocos que aún respiraban habían aprendido a moverse con la cautela de animales acorralados. Durante el día, el sol apenas lograba penetrar la densa capa de nubes y polvo que cubría la ciudad, proyectando una luz grisácea que más que iluminar, acentuaba la desolación del lugar. Pero cuando el sol se hundía en el horizonte, Necropolis se transformaba en un infierno en la Tierra.
^^^A medida que la noche se acercaba, la temperatura caía abruptamente. El viento silbaba a través de los edificios desmoronados, cargado con el olor metálico de la sangre seca y la humedad rancia de la descomposición. El eco de un aullido distante, quizás de un perro salvaje, resonaba por las calles vacías, pero rápidamente se ahogaba en el creciente murmullo de la ciudad que despertaba de su letargo. ^^^
Los sobrevivientes, aquellos que no habían perdido completamente su humanidad, se apresuraban a encontrar refugio antes de que la oscuridad lo cubriera todo. Sabían que las noches eran territorio de los muertos, y solo los necios, o los desesperados, se atrevían a estar al aire libre cuando el sol caía.
^^^Muchos se habían organizado en pequeños grupos, escondiéndose en sótanos, túneles subterráneos, o en los pisos más altos de los edificios, lugares donde esperaban que los zombis no pudieran alcanzarlos. Pero incluso allí, el miedo los acechaba constantemente, la certeza de que no había lugar verdaderamente seguro en Necrópolis.^^^
Entre estos grupos, no todos eran aliados. La ciudad había hecho surgir lo peor en muchos, dividiendo a los sobrevivientes en facciones dispares. Los mercenarios, los más peligrosos de todos, patrullaban las calles buscando presas fáciles. Eran hombres y mujeres que habían dejado atrás cualquier rastro de moralidad, convirtiéndose en depredadores humanos.
^^^Por la promesa de comida, armas o simplemente por placer, no dudaban en asesinar a otros sobrevivientes o en cometer atrocidades que ni siquiera el infierno de Necropolis podría justificar. En la penumbra, las mujeres temían ser atrapadas por estos grupos, pues sabían que no encontrarían piedad, solo abuso y humillación antes de ser descartadas como desechos.^^^
Pero no todos los sobrevivientes eran tan crueles. Algunos simplemente habían enloquecido, perdiendo su cordura en medio de la pesadilla interminable. Vagaban por las calles como fantasmas, a veces hablando consigo mismos o con seres imaginarios, otras veces arremetiendo contra cualquier cosa viva que cruzara su camino. Sus ojos vacíos, carentes de razón, reflejaban el abismo al que Necrópolis los había arrastrado.
^^^Para ellos, matar se había convertido en una liberación, un acto desesperado para mantener a raya la locura que se cernía sobre sus mentes como un buitre sobre un moribundo.^^^
Y luego estaban los oportunistas, aquellos que habían encontrado en el apocalipsis un terreno fértil para sus propios fines. Estos individuos no se preocupaban por la moralidad o por lo que quedaba de la civilización; solo buscaban beneficiarse de la miseria ajena.
^^^ Intercambiaban alimentos, medicinas, y municiones por favores, vendiendo a precios exorbitantes cualquier cosa que pudiera aumentar sus chancee de sobrevivir un día más. Para ellos, Necrópolis no era solo una tumba, sino una oportunidad para acumular poder y riquezas en un mundo que ya no tenía lugar para esas cosas.^^^
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Cuando la oscuridad finalmente cayó sobre la ciudad, fue como si un manto de muerte la cubriera por completo. Las luces parpadeantes de los pocos edificios que aún tenían energía se extinguieron una por una, dejando la ciudad en una penumbra absoluta. El sonido de la horda no tardó en llegar. Primero, fue un murmullo lejano, un ruido sordo como el de una avalancha a lo lejos. Pero luego se hizo más fuerte, más definido: los gemidos guturales de los muertos, sus pies arrastrándose sobre el pavimento roto, el choque de huesos y carne contra el metal oxidado.
Los supervivientes, atrapados en sus escondites, aguantaron la respiración mientras la horda avanzaba. Los zombies eran innumerables, una masa informe de carne en descomposición y odio sin sentido, moviéndose con la única intención de devorar todo lo que se cruzara en su camino.
^^^En la oscuridad, sus ojos brillaban con un fulgor antinatural, reflejando la poca luz que la ciudad aún emitía. A medida que avanzaban, su número crecía, con cada nuevo cuerpo añadido a la masa hambrienta.^^^
Los que se habían refugiado en edificios abandonados, escuchaban con horror como la horda pasaba por debajo, los gruñidos y jadeos resonando como una tormenta de muerte que podría tragarlos en cualquier momento.
^^^En algún rincón de la ciudad, un grito desgarrador rompió el silencio. Un sobreviviente, tal vez uno de los locos que se había atrevido a vagar por las calles, había sido descubierto por la horda. El sonido de la carne desgarrándose y los huesos quebrándose era insoportable, un recordatorio para todos de lo que les esperaba si eran encontrados. Y aun así, nadie se movió. Sabían que cualquier ruido podría delatarlos.^^^