Elena Carter, una brillante y empoderada empresaria de Nueva York, ha construido su imperio tecnológico desde cero, enfrentándose a un mundo lleno de desafíos y competencia. Nada ni nadie ha logrado desviarla de su camino… hasta que aparece Damian Moretti. Rico, influyente y peligrosamente atractivo, Damian es un mafioso italiano con un oscuro pasado y un obsesivo interés por Elena.
Cuando Damian intenta infiltrarse en su vida a través de una tentadora propuesta de negocios, Elena se encuentra atrapada en una red de pasión y peligro. Su determinación por mantener el control choca con la implacable necesidad de Damian de poseerla, no solo en los negocios, sino en cada aspecto de su vida.
Entre celos, conspiraciones y una atracción que no pueden negar, ambos descubrirán que hay líneas que no pueden cruzarse sin consecuencias. ¿Podrá Elena resistir el encanto y el poder de un hombre que lo arriesgará todo por tenerla? ¿O terminará cayendo en la trampa de una obsesión peligrosa...?
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Capítulo 10: Bajo el Mismo Techo
Elena despertó con un extraño presentimiento. Aunque Damian no estaba físicamente en su apartamento esa mañana, su presencia aún se sentía como una sombra constante. Intentó sacudirse esa sensación mientras preparaba café, pero el recuerdo de la noche anterior se negaba a abandonar su mente: la forma en que la había mirado, como si todo lo demás no existiera.
—Necesito un respiro —murmuró, tomando su taza y dirigiéndose a su pequeño balcón para tomar aire fresco.
Elena había pasado gran parte de su vida construyendo un muro alrededor de sí misma. No dependía de nadie y no dejaba que nadie se acercara demasiado. Pero Damian estaba rompiendo esas barreras sin siquiera intentarlo, y eso la aterraba.
Al regresar al interior, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un mensaje de Sophie.
Sophie: Jefa, acabo de recibir un aviso. Alguien está investigando sobre ti en las sombras. ¿Sabes algo?
Elena frunció el ceño y respondió rápidamente.
Elena: ¿Tienes nombres o detalles?
Sophie: Nada concreto. Solo sé que se están moviendo rápido. Te recomiendo que tengas cuidado.
Elena suspiró, cerrando los ojos por un momento. Había aprendido a manejar la presión, pero esta situación era diferente. No solo estaba en juego su reputación, sino también su seguridad.
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Más tarde, mientras revisaba algunos documentos en su oficina, la puerta se abrió de golpe. Elena levantó la vista, lista para regañar a quien fuera por no tocar, pero sus palabras se quedaron atrapadas en su garganta al ver a Damian entrar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sorprendida por su entrada repentina.
Damian cerró la puerta detrás de él y caminó hacia su escritorio con una expresión seria.
—Tenemos un problema.
Elena arqueó una ceja.
—¿Qué clase de problema?
Damian dejó caer un sobre sobre su escritorio. Dentro había varias fotos de Elena, tomadas en diferentes momentos: entrando y saliendo de su apartamento, caminando hacia su oficina, incluso una de la noche en el bar.
Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿De dónde salieron estas?
—Mis contactos las interceptaron. Alguien te está siguiendo.
Elena apretó los labios, tratando de procesar la información.
—¿Tienes idea de quién está detrás de esto?
Damian negó con la cabeza.
—Todavía no, pero mis hombres están trabajando en ello.
—¿Tus hombres? —preguntó ella, alzando una ceja—. ¿No crees que estás exagerando un poco?
—Esto no es un juego, Elena —respondió Damian, su voz firme—. Estás en peligro real, y no voy a arriesgarme a perderte.
Elena lo miró, su frustración mezclándose con una extraña sensación de calidez ante su preocupación.
—¿Y qué se supone que haga? ¿Encerrarme en mi apartamento hasta que todo esto pase?
—No, pero necesito que sigas mis instrucciones.
Elena bufó.
—Damian, no soy tu subordinada.
Él dio un paso hacia ella, su presencia imponente llenando la habitación.
—No, pero eres importante para mí. Y eso es suficiente para que haga todo lo que sea necesario para protegerte.
Elena abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron. Había algo en su mirada que la dejó sin aliento. Finalmente, suspiró y se dejó caer en su silla.
—Bien. ¿Qué sugieres?
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Esa noche, Damian insistió en quedarse en el apartamento de Elena. Aunque ella protestó al principio, terminó cediendo. La verdad era que la idea de tenerlo cerca le daba cierta tranquilidad, aunque nunca lo admitiría en voz alta.
—Esto es temporal —dijo ella mientras le entregaba una manta y una almohada.
Damian aceptó los objetos con una ligera sonrisa.
—Lo que tú digas.
Elena rodó los ojos y se dirigió a su habitación, cerrando la puerta detrás de ella. Se apoyó contra la madera por un momento, intentando calmar el torbellino de emociones que sentía. Damian tenía una habilidad frustrante para sacar lo mejor y lo peor de ella al mismo tiempo.
Se cambió rápidamente y se metió en la cama, pero el sueño no llegó fácilmente. Pasó gran parte de la noche dando vueltas, preguntándose cómo había terminado en esa situación.
A la medianoche, un ruido en la sala la hizo levantarse de un salto. Agarró el bate de béisbol que había dejado junto a su cama y salió con cautela.
—¿Damian? —susurró, avanzando lentamente.
—Soy yo —respondió su voz desde la cocina.
Elena soltó un suspiro de alivio y bajó el bate.
—¿Qué estás haciendo?
Damian estaba de pie junto a la estufa, calentando agua para hacer té.
—No podía dormir —admitió, encogiéndose de hombros.
Elena lo observó por un momento antes de acercarse.
—Tampoco yo.
Damian la miró, y por un momento, la tensión entre ellos volvió a llenar el espacio. Finalmente, se inclinó hacia el gabinete y sacó dos tazas.
—Supongo que podemos ser insomnes juntos.
Elena sonrió levemente y se sentó en una de las sillas.
—Gracias, supongo.
Damian le sirvió una taza y se sentó frente a ella.
—¿Por qué me agradeces?
—Por… no sé, por cuidar de mí, supongo.
Damian la miró, su expresión suave pero seria.
—No necesitas agradecerme, Elena. Lo hago porque quiero, no porque deba.
Elena sintió que su corazón se aceleraba al escuchar esas palabras. Por un momento, no supo qué decir.
—Sigues siendo irritante, ¿sabes? —dijo finalmente, tratando de romper la tensión.
Damian sonrió, una de esas sonrisas que hacía que su rostro pareciera menos duro.
—Y tú sigues siendo testaruda.
Elena dejó escapar una risa suave, sintiéndose más relajada de lo que esperaba. Aunque no lo admitiría, había algo reconfortante en esa extraña conexión que estaban desarrollando.
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Después de terminar su té, ambos regresaron a sus respectivos lugares para intentar dormir. Sin embargo, antes de cerrar los ojos, Elena no pudo evitar sonreír levemente al recordar la conversación.
Damian Moretti seguía siendo un enigma para ella, pero poco a poco estaba empezando a aceptar que, en su mundo caótico, él era la constante que no sabía que necesitaba.
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