¿Morir por amor? Miranda quiere salvar la vida de Emilio, su mejor amigo. Pero un enemigo del pasado reaparece para hacerla sufrir por completo. ¿Cómo debe ser la vida cuando estás a punto de perderlo todo? ¿Por qué a veces las cosas no son como uno desea? ¿Puede haber amor en tiempos de angustia? Miranda deberá elegir entre salvar a Emilio o salvarse a ella. INEFABLE es el libro tres de la historia titulada ¡Pídeme que te olvide!
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PORQUE ESTOY
*Emilio*
Salió de la habitación.
El doctor me miraba de forma atenta y su bata de color blanco estaba demasiado impecable.
—Me gustaría que fuese sincero conmigo. ¡Por favor! Dígame la verdad.
—Claro —dijo el médico.
—¿De verdad voy a volver a jugar?
Fue en ese instante que me di cuenta de que el trabajo de los doctores es una espada de dos filos. Que, por un lado, ayudan a que la gente pueda recuperarse de malestares y algunas enfermedades. Por el otro lado, hay enfermedades y malestares donde no hay solución y el único remedio es intentar animar al paciente, aunque todo sea una vil porquería emocionalmente.
Las buenas noticias no siempre serán el broche de oro que todos necesitamos.
—Emilio, yo creo que eres un muchacho muy fuerte y que...
—¡Por favor doctor! Lo escuché hablar con mis padres el otro día. ¿Por qué no puede ser sincero conmigo? Si es tan malo, creo que no debe haber marcha atrás. Soy yo el que tendrá que aprender a lidiar con esta porquería. Por eso, le pido que me diga la verdad.
Parecía que él no pensaba en la posibilidad de que yo le hiciera una petición así.
—Emilio. A veces la vida no siempre es tan justa y hay cosas que jamás podremos cambiar. Me temo que las terapias solo son para que puedas recuperar la mayor movilidad posible en la pierna. No puedes mover todos tus dedos por la ruptura interna de algunos nervios. Esto hará que con el tiempo vayas perdiendo la sensibilidad y movilidad de tu pierna. La lesión que te provocaron en el juego fue muy grave.
Sus palabras me hicieron sentir intranquilo.
—¿Cuánto tiempo pasará para que eso me ocurra? ¿Será pronto? ¿O será lento y progresivo?
—Lo más seguro es que sea progresivo.
No voy a negar que la noticia me cayó como balde de agua fría. La neta no estaba listo para nada de esto, pero a la vida parecía no importarle mi sentir y, sobre todo, mis sueños. ¡Canijo futuro insensible!
—¿De verdad me ayudarán las terapias?
—Eso es algo que no puedo asegurarte. Estaría bien que pudieras venir al menos una vez para que te muestre los ejercicios y así, sin necesidad de venir al hospital, tú puedes en casa darte tus masajes. ¿Cómo ves?
¿Qué se suponía que debía ver? Toda mi vida iba a cambiar por culpa de un accidente, por la culpa de un movimiento en falso y por la culpa de una simple competición entre universidades. Por unos segundos, mi mente y todos mis pensamientos se fueron volando a las muchas posibilidades de un futuro desdichado.
—Yo creo que... ¡Por favor no le diga nada de esto a mi amiga! No quiero que ella...
La chapa de la puerta se giró y Miranda estaba entrando. ¡No quería que se preocupara más por mi desdicha!
—Qué bueno que regresaste —dije con una sonrisa para ocultar lo mal que me sentía por la realidad—. El doctor dice que me dará de alta ahora mismo.
*Miranda*
Mientras regresábamos a casa, en mi mente los pensamientos no me dejaban tranquila. A cada segundo era como si yo misma estuviera hurgando entre ideas y posibilidades de lo que pudiera sucedernos en el futuro. ¡Yo quería lo mejor para mi querido Emilio!
Ese día del juego, vi el dolor a toda potencia en el rostro de mi amigo. Su cara llena de vulnerabilidad me partió el alma. Corrí al campo de juego y nada me importo en lo más mínimo en ese momento; solo quería que Emilio estuviera bien. ¿Y cómo está él? Lo hicieron pedazos, pisotearon su sueño y se burlaron de mí. Justo cuando lo subieron a la ambulancia, nuestro auto empezó a arder en llamas y toda la gente comenzó a asustarse. ¡Estaba claro que Aldo apareció por algo más que una simple petición! Él quería venganza y lastimando a Emilio podía conseguir tenerme de forma inestable.
—¿Le dijiste a mis padres que me dieron de alta?
—No. No les dije. ¡Que sea una sorpresa para ellos!
—Por favor no les digas que el doctor me mando a hacerme terapias.
—¿No les piensas decir?
—La verdad no me siento listo ahora para decirles algo así. Y también, la neta no me gusta el hospital, no quiero volver.
—Está bien, puedes estar tranquilo. No les diré nada a tus padres.
La sonrisa de mi querido, siempre me hacía sentir con vida. Tantas veces que se volvió mi sostén emocional y esta vez era el momento para que yo pudiera corresponderle. En mi interior sabía perfectamente que él estaba sufriendo.
—¡Gracias por no decirles! ¿No tienes hambre? A mí como que ya me dio un poco.
—¿Qué se te antoja? Lo pediré para ti. Piensa bien, hoy tengo ganas de complacerte.
Su rostro se iluminó de emoción.
—Pídeme una cemita de carne enchilada. ¡Tengo un antojo de esos!
Sonreí. Emilio venía en la parte trasera con la pierna extendida y yo iba de copiloto. Nuestro chofer era un empleado de la compañía. Édgar no había podido venir porque estaba en una junta importante con unos inversionistas y no habíamos vuelto a escribirnos desde la noche anterior.
—¿Te pido tres?
—¡Me conoces bien! ¿Pedirás cerveza? —Emilio no había cambiado sus gustos.
Sus cejas estaban arqueadas y se movían de forma curiosa. ¡Sus tonterías!
—No puedes beber alcohol, estás tomando medicamento —le informé.
—¿Y eso qué? Solo me tomaré una. Lo prometo.
—¡Nel! Aunque lo prometas, ten un poco de autocontrol. Pediré que nos traigan unas aguas de sabor.
Su mirada se tornó fastidiada.
—¡Pues, ya que! Pídeme un agua de zarzamora.
—Va. ¿Y tú que quieres que pida? —Pregunté al chofer. Nunca lo había visto y él parecía un poco tímido.
—Yo estoy bien así, señorita. No se preocupe.
Parecía que este muchacho estaba nervioso.
—¡Tranquilo! La neta no me preocupo, pero estamos en confianza.
—Tengo que regresar a la oficina del señor Édgar después de dejarlos en su casa.
—¿Te da miedo desobedecer a Édgar?
El hombre al volante tendría, como unos veintitrés años. Piel tostada como la mía y unos ojos bien atentos a la carretera.
—No es eso. Es solo que...
—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó Emilio.
—Me llamó Alejandro.
—¡Bien Alex! Un gusto en conocerte —Emilio fue afable.
Asintió.
—El gusto es mío —dijo Alex.
—¿Es tu primer día? —Me dio curiosidad averiguar.
Y es que Alejandro parecía estar muy nervioso, desde el momento en que abordamos el vehículo. Que sí, yo nunca lo había visto y bueno, es que también era la primera vez que aceptaba que un chofer de la compañía nos llevara. Pero siempre es buen momento para romper el hielo con alguien que parece ser muy amable.
—Sí. Hoy es mi primer día.
—¿Y estás nervioso? —Pregunté.
—Solo un poco.
—Pues mira, eso se te quita con una buena cemita de milanesa y un agua de maracuyá. ¿Te gusta el agua de maracuyá? ¿O prefieres el agua de zarzamora?
Nos detuvimos en un semáforo en rojo.
—Yo...
—No puedes negarte a aceptar mi propuesta. ¡Quiero ser buena onda contigo en tu primer día! —Sonreí.
—Está buen. ¡Es muy amable! La de maracuyá está bien.
—¡Pues ya está! Pediré eso por ti y no puedes rechazarme.
—Pero...
—Ella es Miranda. ¿Sabes quién es Miranda? —Emilio intervino.
—No. Solo sé que es una buena amiga del señor Édgar.
Sonreí como boba.
—Pues más que su amiga, ella es jefa de Édgar. Y, por tanto...
Alejandro abrió los ojos de golpe. ¡Parecía haber quedado muy impactado!
—¿Usted es mi jefa también?
—¡Ahsss! Qué va. No me hables de usted que tú eres mayor que yo. Solo dime Miranda. ¡Te dije que estamos en confianza! —Le dije.