Lo Peor De Mi, Conocerte A Ti.

En la penumbra de la habitación, la respiración de April era el único sonido constante, mientras todos los demás parecían contener el aliento. Afuera, el sol apenas comenzaba a alzarse, y los rayos anaranjados se filtraban por las persianas, iluminando tenuemente el rostro pálido de April. Su madre seguía sentada a su lado, mientras su padre, agotado por la tensión, se apoyaba en la pared, observando la escena en silencio.

Alex, todavía junto a la cama, sintió un nudo formarse en su estómago. Desde que llegó a este punto, las cosas solo parecían empeorar. Las piezas no encajaban, y aunque la policía ahora estaba involucrada, él sabía que algo más profundo se estaba moviendo en las sombras. Al tocar la mano de April, sus pensamientos vagaron hacia esos días pasados, antes de que todo esto comenzara, cuando todo parecía mucho más simple.

Jota, por su parte, se mantenía en la puerta, mirando con preocupación a su amiga. El cansancio físico que lo dominaba no era nada comparado con el peso de la culpa que sentía. Sabía que, de alguna manera, había fallado. No había dicho lo que realmente pensaba de Andrew, no había prevenido a April, y ahora Lucas estaba desaparecido, y su amiga y su familia estaban destrozados. Sabía que no era su culpa directamente, pero la sensación persistía, clavándose en él como una espina.

Sin embargo, cuando parecía que la tensión en la habitación era insoportable, el teléfono de Alex vibró suavemente en su bolsillo. Lo sacó, viendo la pantalla iluminada con un número desconocido. Algo dentro de él se revolvió; desde los primeros mensajes, todo lo relacionado con números anónimos lo llenaba de un instinto de alerta.

—¿Quién es? —susurró Jota, que había notado el cambio en la expresión de Alex.

Alex levantó la vista y negó con la cabeza, antes de mirar a los padres de April, quienes aún estaban absortos en su propia preocupación.

—No lo sé —respondió en voz baja—, pero será mejor que lo averigüe.

Se levantó lentamente de su silla, caminando hacia la puerta con Jota siguiéndolo en silencio. Una vez fuera de la habitación, Alex contestó la llamada con un nudo en el estómago.

—¿Hola? —su voz salió baja, controlada.

Del otro lado, el silencio fue ensordecedor. Durante unos segundos, Alex pensó que quizás había sido una llamada errónea, pero luego, una risa suave, fría como el hielo, rompió el silencio.

—Estás más cerca de lo que piensas —dijo una voz distorsionada, casi irreconocible, pero con un tono que hizo que la piel de Alex se erizara—. Pero aún no es suficiente. Te queda poco tiempo.

Alex sintió un escalofrío recorrerle la columna. Era la misma sensación que había tenido la primera vez que recibió los mensajes sobre April y Lucas.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de nosotros? —preguntó, intentando controlar la rabia que comenzaba a burbujear dentro de él.

—Eso no importa ahora —respondió la voz, burlona—. Lo que importa es que sigan buscando. Tal vez, si tienen suerte, encuentren algo antes de que sea demasiado tarde. Pero te advierto, las cosas no son lo que parecen.

La llamada se cortó abruptamente, dejando a Alex con la respiración agitada y las manos temblorosas. Jota, que había estado observando en silencio, se acercó con preocupación.

—¿Qué dijeron? —preguntó, aunque por la expresión en el rostro de Alex, sabía que no era nada bueno.

—Nos están observando —respondió Alex con la mandíbula apretada—. Nos están jugando, Jota. Nos están arrastrando por un camino sin saber qué viene después.

Jota frunció el ceño, notando la gravedad en la voz de su amigo. Sabía que la situación era desesperada, pero hasta ahora, no había sentido el peligro tan de cerca. Ahora, todo se sentía mucho más real, mucho más amenazante.

—Tenemos que volver con la policía —dijo Jota—. Cada minuto cuenta.

Pero antes de que pudieran moverse, otro sonido los detuvo. Esta vez, fue el teléfono de Jota el que vibró en su bolsillo. Lo sacó rápidamente, viendo con sorpresa que había recibido un mensaje. Al abrirlo, su corazón se detuvo por un segundo.

Era una foto. Una imagen nítida de Lucas, atado a una silla en un cuarto oscuro. Sus ojos estaban cerrados, su rostro golpeado, pero estaba vivo. Sin embargo, junto a la imagen, había un mensaje simple y aterrador: "El tiempo se acaba."

Jota sintió que las piernas le temblaban. Mostró el mensaje a Alex, que lo miró con los ojos abiertos de par en par.

—Tenemos que hacer algo ya —murmuró Alex, su voz apenas contenía el pánico.

Ambos sabían que la situación estaba a punto de escalar a un nivel aún más peligroso. Con la foto de Lucas, la amenaza se había hecho tangible. No había más tiempo para planear; tenían que actuar de inmediato.

Sin decir una palabra más, ambos se dirigieron de vuelta hacia la habitación donde estaban los padres de April. Pero antes de entrar, Alex se detuvo un segundo, observando a través de la pequeña ventana de la puerta. Vio a April, aún dormida, su respiración suave y tranquila. Algo dentro de él se quebró en ese momento. Sabía que la próxima vez que despertara, todo podría haber cambiado para siempre. Ella merecía saber la verdad, pero ¿cómo se lo dirían?

—Vamos —susurró Jota, sacándolo de sus pensamientos.

Asintiendo con determinación, Alex abrió la puerta y entró, sintiendo que cada paso que daba lo acercaba más al peligro. Pero sabía una cosa: no importaba lo que sucediera, no dejarían que estos monstruos ganaran. Encontrarían a Lucas. Y lo harían antes de que fuera demasiado tarde.