Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 24: Ecos del Abismo
La calma que siguió a la desaparición de la figura oscura fue desconcertante. Erika se levantó del suelo, sus piernas aún temblorosas por la adrenalina, mientras los demás permanecían en silencio. El viento había cesado y el aire era pesado, como si algo más estuviera acechando en la quietud. Sabían que su victoria había sido solo temporal. La oscuridad no se desvanecería tan fácilmente.
Lía miraba fijamente hacia el horizonte, con una expresión de profunda preocupación. Se frotaba los brazos como si sintiera frío, aunque la noche no era especialmente fría.
—¿Lo sienten? —susurró ella—. Algo está... mal. Aún no ha terminado.
Clara, que siempre había sido la más escéptica del grupo, frunció el ceño.
—Lo hemos derrotado. Lo vimos desmoronarse. ¿Qué más podría estar mal?
Lyra sacudió la cabeza.
—No es tan simple, Clara. La oscuridad no desaparece solo porque enfrentamos a una de sus manifestaciones. Hay algo más, algo más profundo, más antiguo...
Erika asintió. Ella lo sabía también. Desde que liberaron al espíritu de la montaña, había sentido una presencia más grande, una que aún no comprendía del todo. Su victoria era solo una pequeña parte de una lucha más grande. Pero ¿cómo luchar contra algo que no puedes ver, algo que vive en las sombras?
—Tenemos que volver al origen —dijo finalmente, con voz firme.
Los demás la miraron, confundidos.
—¿El origen? —preguntó Clara.
Erika señaló la montaña, ahora oscura y misteriosa a la distancia.
—Todo comenzó ahí. El espíritu que liberamos, la oscuridad que despertamos... tiene que haber algo más en esa montaña. Algo que aún no hemos visto.
Lía tragó saliva, claramente aterrorizada ante la idea de regresar a ese lugar.
—¿Quieres decir que... tenemos que volver?
Erika asintió lentamente.
—Sí. No podemos dejar esto sin terminar. Si lo hacemos, la oscuridad regresará, y será aún más fuerte. Tenemos que encontrar lo que queda en la montaña... lo que está detrás de todo esto.
Clara suspiró, pero sabía que Erika tenía razón. A pesar del miedo que todos sentían, sabían que no había otra opción.
—De acuerdo —dijo, finalmente—. Pero si esto va mal, Erika, te voy a culpar.
Lyra, que había estado en silencio durante la conversación, se acercó a Erika, poniéndole una mano en el hombro.
—No estamos solos en esto. No lo olvides.
Erika le sonrió débilmente, agradecida por su apoyo. Juntas, comenzaron a caminar nuevamente hacia la montaña. Pero esta vez, no era solo una caminata física. Cada paso que daban era un descenso más profundo en sus propios miedos, en los misterios que envolvían aquel lugar y, sobre todo, en la oscuridad que seguía acechando.
A medida que se acercaban a la base de la montaña, comenzaron a escuchar sonidos extraños: susurros que el viento no podía haber llevado, ecos de pasos que no pertenecían a ninguno de ellos. Pero lo que más les inquietó fue el creciente sentimiento de ser observados.
Cuando llegaron a la entrada de la cueva, el lugar que una vez los había aterrorizado parecía aún más siniestro bajo la pálida luz de la luna. Algo había cambiado desde la última vez que estuvieron allí. La entrada, antes amplia y vacía, ahora estaba llena de lo que parecían ser símbolos antiguos grabados en la piedra, símbolos que no habían notado antes.
—Esto no estaba aquí antes —dijo Lía, su voz apenas un susurro.
Erika se agachó para examinar los símbolos. No los entendía, pero sentía que había una energía oscura emanando de ellos.
—Son advertencias —dijo Lyra, que había estado observando en silencio—. Estos símbolos... nos dicen que no entremos.
—¿Pero por qué? —preguntó Clara, frunciendo el ceño—. Ya hemos estado aquí antes.
—Porque antes no habíamos despertado lo que estaba dormido —respondió Lyra, con una mirada sombría.
El silencio cayó sobre ellos mientras consideraban sus opciones. Sabían que no podían ignorar las advertencias, pero tampoco podían retroceder ahora. La oscuridad dentro de la montaña los llamaba, y si no la enfrentaban, las consecuencias podrían ser peores que cualquier advertencia.
Erika fue la primera en moverse, avanzando hacia la cueva. Sentía el peso de los símbolos en su espalda, como si cada uno la presionara a retroceder, pero no podía permitírselo. Esta era su lucha.
—Vamos —dijo, sin mirar atrás.
Los demás la siguieron en silencio, entrando en la cueva una vez más. Pero esta vez, algo era diferente. El aire dentro de la cueva estaba más frío, y los ecos de sus pasos parecían apagarse antes de tiempo, como si la cueva misma estuviera absorbiendo el sonido.
Mientras caminaban, los susurros volvieron, más fuertes que nunca. Pero ahora, eran diferentes. No eran solo voces ininteligibles. Podían distinguir palabras, nombres...
—Erika... Lyra... Clara... Lía... —susurraban las voces en la oscuridad.
Los nombres parecían arrastrarse por las paredes de la cueva, como si los mismos espíritus de la montaña los llamaran, intentando atraparlos en la oscuridad.
Erika se detuvo, su corazón palpitando en su pecho. Miró alrededor, pero no podía ver nada más allá de las luces de sus linternas.
—¿Quién está ahí? —gritó, su voz reverberando en las paredes.
El silencio respondió, seguido de una risa suave y perturbadora. Las luces comenzaron a parpadear, y de repente, las paredes de la cueva parecieron moverse. Las sombras que antes estaban quietas ahora se retorcían y giraban, acercándose a ellos.
—¡Cuidado! —gritó Clara, señalando hacia las sombras que se movían como serpientes a su alrededor.
Antes de que pudieran reaccionar, las sombras se lanzaron hacia ellos, envolviendo a Lía en un manto de oscuridad. Los gritos de Lía resonaron en la cueva, pero cuando Erika trató de alcanzarla, la oscuridad la empujó hacia atrás, como si fuera una barrera impenetrable.
—¡Lía! —gritó Erika, golpeando las sombras con sus manos—. ¡Déjala en paz!
Pero las sombras no cedieron. Rodearon a Lía completamente, sus gritos se apagaron, y luego... el silencio.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.