Reencarne En Una Jodida Villana.

En el palacio de visitas se hospedaba el primo de Luis, el príncipe Manuel Castillo. Futuro emperador de su imperio, estaba de paso por Alfea. Había ido a cerrar un tratado comercial con un imperio vecino y ya se encontraba de regreso cuando recordó que, antes de partir, su madre le había mencionado que su primo estaba por cumplir la mayoría de edad.

Pasó una semana esperando que llegara el gran día para poder marcharse, ya que aquel imperio le resultaba de lo más aburrido… hasta que conoció a *la borracha*. Desde aquella noche no podía sacarse a la chica de la cabeza.

Esa misma mañana, su sombra le informó todo sobre ella, incluida su residencia.

—¿Así que es la hermana de la prometida de Luis?

—Sí.

—Muy bien, puedes retirarte.

Manuel hojeó la escasa información que tenía sobre la chica. Poco después, vio a su primo cruzar el jardín. Al verlo solo, Luis se acercó.

—Creí que ya te habrías ido. Dijiste que no te quedarías por mucho tiempo.

—Lo dije. ¿Y tú de dónde vienes? ¿Por qué esa cara?

Luis se sentó y, tras un suspiro, contestó:

—No lo sé... creo que mi prometida está enojada conmigo.

Manuel arqueó una ceja.

—¿Por qué lo dices?

—Hoy fui a visitarla y, luego de pasar un rato juntos, su hermana Camila se nos unió. Nos invitó a escucharla cantar y, la verdad, me impresionó mucho su talento.

—¿Y cuál sería el problema?

—La felicité, y Natalia pareció molestarse. Intentó cantar como su hermana, pero... no fue lo mismo. Se enojó y terminó por echarme.

—Ja, ja, ja... ¿Te echó de su mansión? Ja, ja, ja...

—No te rías.

—Es que el descaro de esa señorita es muy gracioso. No lleva ni un día como tu prometida y ya te echa de su casa. Cuando estén casados te veré durmiendo en otra habitación.

Luis lo miró ofendido, aunque sabía que tenía razón. Natalia se había excedido, y ahora que su primo se reía de él, comenzaba a comprender la gravedad del asunto.

—¿Qué me aconsejas hacer?

—Castigarla. Niégate a verla por unos días. Tiene que saber que tú eres un príncipe y, en el futuro, un emperador. No puede tratarte de esa forma.

Luis meditó un momento y luego asintió.

—¿Y si se enoja? Digo, yo amo a Natalia...

—Pero eso no significa que debas permitirle tratarte así. Tienes que cambiar ese temperamento, primo, o tu pueblo pensará que eres débil. Tu padre también ama a tu madre, pero ella lo respeta. Sabe que jamás debería faltarle al respeto, como acaba de hacer tu prometida.

—Tienes razón...

Luis, hijo único, siempre había seguido los consejos de su madre. Jamás pensaría en tratar mal a la mujer que ama, pero las palabras de Manuel lo hicieron darse cuenta de que estaba siendo demasiado blando.

Por su parte, Manuel —tres años mayor— era famoso por su descaro. En los últimos años se había aprovechado de muchas mujeres que, con la excusa de querer ser emperatrices, terminaban en su cama. Él, por supuesto, accedía... y al amanecer las desechaba como si no valieran nada. Por eso, sus padres estaban buscando una prometida adecuada para él. Apenas surgió la oportunidad, huyó del imperio. Su madre, mediante una carta, le comunicó que ya tenía candidata y que solo esperaba su regreso para cerrar el compromiso.

Al ver a su primo pensativo, Luis preguntó:

—Haré lo que dices... pero, ¿cuánto tiempo debo negarme a verla?

—No lo sé. Una semana, quizás dos. Hazle entender que cada minuto que dedicas a estar con ella, en lugar de cumplir tus deberes, es valioso. No puede hacerte quedar como un tonto. Eres un príncipe. Que respete tu posición.

Luis asintió. Tras conversar un rato más, ambos se dirigieron al gran comedor, donde compartirían la cena con los emperadores.

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En los días siguientes, Oriana fue llamada nuevamente por su padre. Al entrar en la oficina, él la miró con cierta tristeza.

—Te mandé a llamar para decirte que he tomado una decisión respecto a tu petición.

—¿Sí? ¿Cuál?

—Te enviaré a Málaga. Mi hermano está allí y se ofreció a hospedarte por una temporada.

—Planeaba ir de pueblo en pueblo. Quiero que la gente me conozca por mi música y...

—¿Música? Camila, no eres una plebeya ni una gitana. Eres mi hija, y si no vas con nuestros familiares, no irás a ninguna parte.

—De acuerdo... Está bien, iré. ¿Cómo se llama el supuesto tío?

Aurelio la miró con severidad antes de responder.

—Fabián. Es el ministro de guerra de la guardia imperial de Málaga. Él sabrá cuidarte. Espero no recibir quejas tuyas, o le diré que te envíe de regreso.

Ella lo observó en silencio y luego sonrió con cierta ternura.

—Gracias. Sé que te cuesta dejarme ir, pero aun así solo deseas mi felicidad.

El marqués notó el cariño en los ojos de su hija y, aunque ella ya no era una niña, siempre sería su princesa. Sonrió con tristeza.

—Bueno, no me digas esas cosas o no te dejaré ir.

—Ni lo sueñes. Ya no puedes retractarte. Iré a hacer mis maletas. ¿Cuándo me voy?

—Mañana llegarán los hombres de tu tío Fabián. Dice que los caminos están peligrosos y no quiere que nada malo te suceda, así que ha enviado a su gente a buscarte.

—Qué exagerado. ¿Qué podría pasarme? —pero, al ver el ceño fruncido de su padre, rectificó—. Bien, no digo nada más. Iré a preparar todo. Te veo luego.

Sin más, salió de la oficina rumbo a su habitación. Aunque no había planeado partir de esa manera, estaba decidida a vivir su vida como mejor le pareciera...

O al menos, eso creía.