Desde que tengo memoria, he sido repudiada por mi padre y por todo el imperio, señalada como "la princesa demonio", "la hija maldita", "la oscuridad entre la luz". Me acusan de intentar asesinar a mi hermana, la hija de la Diosa Mística. Incluso mi ex prometido me odia por querer acabar con su princesa. Estoy sola, y me espera una muerte miserable. En el cielo, mi madre y mi hermano, quienes murieron en un incendio cuando yo tenía 14 años, aguardan. Desearía haber muerto ese día también, pero pronto cumpliré mi sueño. Adiós, hermana. Nunca te odié. No sé por qué creen que intenté quitarte la vida, yo no fui. Cumple tu deber y salva al imperio de la guerra; esos fueron mis deseos antes de morir.
Sin embargo, para mi sorpresa, desperté nuevamente a los 14 años. Mi madre y mi hermano están vivos. No dejaré que mueran de nuevo.
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4
Esa tarde aún la recuerdo bien; ¿cómo podría olvidar el día de aquella brutal paliza? Mi padre, de alguna manera inexplicable, concluyó que yo tenía la culpa de un rumor malintencionado sobre mi hermana Pricilla, que decía que ella era una desvergonzada. Y cuando le sugerí que mi hermana no debería verse con mi prometido, ya que cualquiera podría malinterpretarlo, aquello lo enfureció aún más. Su ira fue tal que me golpeó tan fuerte que al día siguiente apenas podía sostenerme en pie.
Los médicos me vendaron los pies, pues en su locura me hizo pararme sobre brasas ardientes mientras me azotaba. Lo peor fue que debía soportar el dolor sin mostrar debilidad; no podía llorar, no podía pedir clemencia, porque eso solo lo haría golpearme más fuerte. En momentos de desesperación deseaba gritar, provocar su furia hasta que finalmente me matara y así poder reunirme con mi madre y mi hermano, donde sé que habría paz.
Después de aquel castigo, me encerraron por tres meses y mi compromiso con Sebastián fue cancelado. Aunque, en verdad, no me afectó mucho; él ya me había demostrado con creces que no me amaba. Recuerdo que, al salir de mi castigo, vino a verme la madre de mi medio hermano, ahora emperatriz, Clarisa. Solo vino para recordarme que debí morir junto con mi madre. Me advirtió que no me acercara a su hija, y Pricilla, con su habitual sonrisa, solo se ocultaba tras la falda de su madre, como si yo fuese un peligro para ella.
Perdí el derecho a hablar, a quejarme, porque nadie me escucharía. Años después, cuando se anunció el compromiso de Pricilla, me invitaron a la ceremonia, aunque me resultaba inexplicable, ya que nunca me incluían en nada. Esa noche, me sorprendió verla entrar tomada de la mano de Sebastián. En el fondo, no era una sorpresa, pues siempre fueron tan cercanos. Pero al ver la manera en que él la miraba, con esa ternura que jamás mostró hacia mí, una lágrima corrió por mi mejilla. Y Pricilla, al percatarse, sonrió. ¿De qué sonreía? ¿Se burlaba? No podía ser, ella no tendría intención de lastimarme, me repetí. Pero la duda me carcomía.
Sebastián, en cambio, me miró con un desprecio tan evidente que me hizo sentir como una molestia, como si fuera algo repugnante. Esa mirada me atravesó. En ese momento noté la expresión de disgusto de la duquesa Cristina, quien, al parecer, ignoraba el compromiso entre Sebastián y mi hermana. Su rostro se enrojeció de ira, y al cruzar miradas, pude leer en sus labios un "Lo siento". Aunque no podía hacer nada, era la única persona que en ese lugar mostraba alguna empatía hacia mí.
Luego, Pricilla se acercó y, con una sonrisa que casi me pareció cruel, me abrazó. Me dijo que estaba feliz de casarse con el hombre que amaba, y que deseaba saber si yo también estaba feliz por ella. Yo solo asentí, sin palabras, sintiendo que algo sombrío se cernía sobre mí. Al darme vuelta, los murmullos ya habían comenzado. "Es una desgraciada", "No tiene el decoro de felicitar a su hermana", "Pobre Pricilla, tan buena, y su hermana la odia". Aquellas palabras me destrozaban, haciéndome sentir pequeña, como una insignificante cucaracha.
Días después recibí la noticia de la muerte de la duquesa Cristina, envenenada. Fue un golpe profundo, y en medio de mi dolor, solo mis dos amigas, Betania y Beatriz, me apoyaron. Un mes antes de la boda de Pricilla, ella pidió que mis dos amigas fueran parte de su séquito personal. Ese día comencé a odiar a mi hermana. No le bastaba con tenerlo todo, también quería quitarme lo poco que tenía. Ella se rodeaba de decenas de mucamas, y yo solo contaba con Betania y Beatriz. No entendía por qué necesitaba arrebatarme a mis únicas amigas.
La noche antes de la boda tuve un sueño extraño. Me encontraba en un lugar oscuro, escuchando una voz que me llamaba. Era una voz áspera, autoritaria, nada parecida a la dulce voz de mi madre. En el sueño, una mariposa luminosa revoloteaba a mi alrededor. Sentía el deseo de alcanzarla, de atraparla, pero algo me lo impedía. Me desperté con un presentimiento en el pecho, y aquella voz continuaba resonando en mi mente, como un eco incesante.
Horas después, me sobresalté al ver a dos mucamas entrar a mi habitación con expresiones de disgusto. Una de ellas cargaba una caja y varias bolsas. Les pregunté qué traían, pero una de ellas me mandó callar. "Solo obedezca", me dijo, mientras me miraba con desprecio. Me hicieron vestirme y me peinaron de manera brusca, arrancándome casi los cabellos. Luego sacaron un vestido negro de la caja y me lo pusieron. Entendí de inmediato el propósito de mi padre al enviarlo; sabía bien lo que significaba un vestido negro en una boda, una clara señal de mal augurio.
Finalmente, unos guardias me escoltaron hasta el jardín de tulipanes, donde se celebraba la boda. Era un lugar de ensueño, decorado con luces y joyas, un escenario mágico que contrastaba con mi atuendo oscuro y mi corazón aún más sombrío. Apenas llegué, se escucharon gritos de horror y murmullos. "Está maldiciendo a la Diosa", "Desea la muerte de su hermana", "Es una envidiosa, no soporta la felicidad ajena". Los susurros me rodeaban, y Pricilla, al verme, corrió hacia mí y me abrazó. "¿No estás de acuerdo con esta boda?", me preguntó, señalando mi vestido negro.
Quise explicarle que ese era el vestido que me habían dado, pero Sebastián intervino antes de que pudiera decir palabra. "Siempre intentando empañar nuestra felicidad, pero no lo lograrás. Pricilla y yo somos felices, y ni tú ni tus maldiciones lograrán separarnos. Eres nada para nosotros, y nunca te quise." Sus palabras me dejaron sin aliento, pero una voz desconocida nos interrumpió.
"Perdona, príncipe heredero, pero no es propio de un hombre hablar así a una dama solo por un estúpido mito sobre el vestido negro en una boda", dijo alguien. Giré la cabeza y vi a un joven que nunca había visto. Era albino, con ojos violetas, similares a los míos, pero más claros. Sonrió y agregó, con un toque de ironía: "Patéticos".
Luego me tomó de la mano y me invitó a bailar. Confundida, acepté, y mientras nos movíamos al ritmo de la música, él me sonreía. "Gracias… por salvarme", logré decir.
"No fue nada", respondió. "¿Por qué permites que te traten así? Eres una mujer, debes exigir respeto".
Bajé la mirada, incrédula. Nadie me había hablado así antes. ¿Respeto? ¿Acaso alguien como yo merecía respeto?
el debería de pagar ante el mago por todo los pecados de la familia real