Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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Paso a Paso
Amaris caminaba lentamente por el bullicioso mercado de Amanecer, su mente dividida entre la misión y los sentimientos que no podía controlar. Había aprendido a manejar el dolor físico, a soportar las exigencias de su cuerpo entrenado para la batalla. Pero el dolor emocional que sentía al mantener su distancia de Griffin era un tormento diferente, uno que ni toda su disciplina podía mitigar. Se quedó mirando el lugar donde Griffin se había alejado, sintiendo una mezcla de emociones que no podía identificar del todo. Habían pasado ya varias semanas desde su primer encuentro, cuando ella había sido deliberadamente esquiva, evitando revelar demasiado sobre sí misma. No era por desconfianza hacia él, sino porque el deber pesaba más que cualquier otro vínculo, incluso el de mate. Sin embargo, cada vez que se encontraba con él, cada conversación, por más breve que fuera, hacía que su lobo interno rugiera, empujándola a reclamar lo que era suyo por derecho.
El vínculo de mate era algo sagrado en su cultura, y Amaris lo sentía intensamente cada vez que lo veía, incluso a la distancia o cuando estaba a su lado caminando por el mercado. Podía ver cómo el sol brillaba sobre su cabello oscuro, su porte relajado y confiado mientras hablaba con los mercaderes y soldados. Lo observaba desde las sombras de vez en cuando, como una cazadora observando a su presa, pero en este caso, era ella la que estaba atrapada. Atrapada por algo que no podía controlar ni comprender del todo.
Griffin no sabía nada de lobos, de vínculos, ni del tormento que estaba viviendo Amaris. Para él, ella era solo otra guardia, tal vez más misteriosa que el resto, pero al final del día, una guerrera más en medio de la lucha contra los rebeldes que solía hablar con él de vez en cuando. No podía percibir cómo cada vez que él le sonreía o la miraba de reojo, encendía en ella una lucha interna entre su deber y sus deseos más primarios.
Amaris había intentado mantenerse distante, enfocar toda su atención en la misión y controlar a su lobo con sus salidas en conjunto. Eso era lo que se esperaba de ella. La misión era lo primero, siempre. No podía darse el lujo de distraerse con pensamientos egoístas, no cuando el Señor Feudal confiaba en su lealtad para proteger las tierras de Amanecer de los rebeldes. Sin embargo, no importaba cuántas veces repitiera esas palabras en su mente, no podía evitar sentir el tirón constante hacia Griffin, como si una parte de su alma estuviera siendo atraída hacia él sin remedio.
Sabía que él estaba curioso, que había algo en su comportamiento que lo intrigaba. Podía ver en sus ojos verdes esa chispa de interés que nunca desaparecía. Pero cuanto más tiempo pasaba, más difícil le resultaba mantenerse a un pie de él. Y ahora, mientras lo veía desde la distancia, alejándose a su casa, sentía que el control que tanto se había esforzado por mantener empezaba a resquebrajarse.
"Es solo la misión", se decía a sí misma una y otra vez. "Solo tengo que mantenerme enfocada". Pero su lobo interno se negaba a escuchar. Su loba no se preocupaba por los rebeldes, ni por el Señor Feudal, ni por el peligro que enfrentaban. Solo quería a Griffin. Solo quería marcarlo, reclamarlo, asegurarse de que ninguna otra lo tocara jamás.
Mientras caminaba por el mercado, tratando de despejar su mente, Amaris no podía evitar recordar la conversación que acababan de tener. Griffin había sido directo, como siempre. Su habilidad para leer a las personas y captar detalles no se le escapaba, y eso la ponía en una situación vulnerable. Sabía que, con cada encuentro, él empezaba a ver más allá de la superficie, acercándose peligrosamente a la verdad que ella intentaba ocultar.
No era solo la misión lo que la preocupaba; era el miedo de que, una vez que Griffin descubriera lo que realmente era, no la aceptara. Los lobos eran poco más que una leyenda en Amanecer, un mito olvidado que pocos humanos conocían o creían. ¿Cómo reaccionaría Griffin si supiera que su mate era una cazadora con un lobo interno que lo veía como su posesión, alguien que quería marcarlo para siempre, más allá de cualquier vínculo humano? La idea de que él pudiera rechazarla le provocaba una punzada en el pecho, algo que no estaba acostumbrada a sentir.
—Amaris —la voz grave de Jerko la sacó de sus pensamientos. El veterano guerrero de la manada estaba apoyado en un poste, observándola con una mezcla de preocupación y comprensión. Él sabía lo que estaba pasando. Lo había visto antes en otros de la manada, pero nunca en alguien como ella.
—No puedes seguir evitándolo para siempre, chica —dijo Jerko, cruzando los brazos—. El vínculo se fortalece con el tiempo, y cuanto más lo rechazas, más fuerte será el dolor.
Amaris apretó los dientes, sabiendo que tenía razón, pero sin querer admitirlo. No podía permitirse ser débil, no ahora, no cuando la misión estaba en juego.
—No lo estoy evitando —respondió, más a la defensiva de lo que pretendía—. Solo estoy… manteniendo las cosas bajo control.
Jerko la miró con esa mirada que solo un veterano de mil batallas podía tener, una mezcla de sabiduría y experiencia que no requería palabras para dejar claro su punto.
—Mantener las cosas bajo control no es lo mismo que negarlas —dijo él—. Y lo sabes bien.
Amaris apartó la mirada, sabiendo que no podía seguir discutiendo con Jerko. Él la conocía demasiado bien. Sabía que su lobo interno estaba luchando por el control, y que ella estaba al borde de ceder a ese instinto primario de reclamar a su mate.
—¿Y qué sugieres que haga, Jerko? —preguntó ella, sin poder evitar un tono de frustración—. ¿Simplemente me acerco a él y le digo: “Por cierto, soy una loba y estás destinado a ser mío para siempre”? No creo que funcione tan bien como suena.
Jerko dejó escapar una carcajada seca, como si la idea le divirtiera por un momento, pero luego volvió a ponerse serio.
—No, no tienes que hacer eso —respondió él—. Pero tampoco puedes seguir ocultándote. Él ya sabe que eres parte de la Guardia del Señor Feudal, que no eres una simple cazadora. Tarde o temprano, descubrirá que eres más de lo que aparentas.
Amaris lo sabía. Lo había sabido desde el momento en que se cruzaron por primera vez. Griffin no era un hombre que se dejara engañar fácilmente, y su curiosidad solo crecería con el tiempo. Mantener las distancias solo lo haría sospechar más.
—¿Y si no me acepta? —preguntó, finalmente expresando el temor que la había estado atormentando desde que lo conoció.
Jerko la miró con comprensión, pero su tono seguía siendo firme. —Eso no lo sabrás hasta que te acerques a él de verdad. El vínculo de mate no es algo que puedas romper fácilmente, ni siquiera un humano puede ignorarlo por mucho tiempo. Él ya lo siente, aunque no lo entienda.
La advertencia de Jerko pesaba sobre ella mientras caminaba hacia la sede de la Guardia del Señor Feudal. Era cierto que Griffin ya sabía parte de su verdad. Sabía que no era una simple mujer del pueblo, y que su vida estaba ligada a algo más grande. Pero no sabía lo suficiente, y ese “algo más” podía ser lo que lo alejara para siempre.
La sede estaba llena de actividad cuando llegó. Los soldados y cazadores de la manada iban y venían, preparándose para su próxima misión. El Señor Feudal les había encomendado una tarea peligrosa: limpiar las tierras al norte de bandidos que habían estado causando estragos en las aldeas. Era una misión importante, y todos estaban concentrados en los preparativos, pero Amaris no podía dejar de pensar en Griffin.
Esa noche, después de una larga jornada de planificación y preparación, Amaris decidió hacer algo que no había hecho en mucho tiempo: salir a cazar sola. Su lobo necesitaba liberar la tensión que había estado acumulando desde que conoció a Griffin. Se adentró en el bosque, dejando que su instinto tomara el control. Los sonidos de la naturaleza, el crujido de las hojas bajo sus pies, el olor de la tierra húmeda, todo la ayudaba a calmarse.
Se agacho y dejo que el poder la invadiera, su cuerpo cambio tomando forma de un enorme lobo negro, de casi 2 metros de altura. Sus fuertes piernas pisaron la tierra humeda por la reciente llovizna y su sensible nariz podía oler todo a kilómetros a la redonda
Durante horas, cazó en silencio, su cuerpo moviéndose con gracia y precisión. La caza era algo natural para ella, algo que la conectaba con su esencia más profunda. Pero incluso en medio de la caza, su mente volvía a Griffin. Lo veía en su mente, su sonrisa, la manera en que la miraba, como si intentara desentrañar el misterio que ella representaba.
Finalmente, cuando la luna estaba alta en el cielo, Amaris se detuvo en un claro del bosque, dejando que la luz plateada bañara su piel. Su lobo interno estaba más calmado ahora, pero seguía presente, recordándole que no podía seguir ignorando el vínculo que la unía a Griffin.
Al dia siguiente, mientras se movía entre los puestos del mercado, sintió que su lobo empezaba a agitarse dentro de ella. Había algo en el aire, una tensión que no podía ignorar. Su corazón comenzó a latir más rápido cuando vio a Griffin de nuevo, esta vez más cerca, charlando despreocupadamente con uno de los mercaderes. Su risa resonaba en el aire, relajada, sin preocupaciones. Pero Amaris no podía compartir ese alivio. Cada vez que lo veía, la tensión en su pecho aumentaba.
Entonces el olor de otra mujer la invadió e hizo que sus dientes se apretaran. El olor estaba impregnado en el cuerpo de mate y su cabello desordenado mostraba que seguramente habia pasado hace unos momentos. Su sangre hirvió lentamente el imaginarse la escena y su loba gruño de rabia y dolor de ser ignorada a favor de otra mujer
“Debo hablar con él”, pensó, su mente divagando entre el deber y el deseo. Sabía que debía hacer algo, cualquier cosa, para aliviar el peso que cargaba. No podía seguir evitando la verdad. Griffin sentía algo, lo sabía. Incluso si no entendía por completo lo que estaba ocurriendo, había algo en la forma en que la miraba que le decía que también estaba siendo afectado, aunque fuera de una manera distinta.
Finalmente, decidió acercarse. Si no enfrentaba esto, perdería el control. Y perder el control no era una opción. Amaris era una cazadora entrenada, una guerrera de élite. No podía permitirse flaquear, ni siquiera por algo tan poderoso como el vínculo de mate.
Con pasos decididos, se dirigió hacia donde estaba Griffin, su rostro ocultando la tormenta interna que la sacudía. Cuando él la vio acercarse, sonrió, esa sonrisa despreocupada que la desconcertaba tanto.
—Amaris —la saludó con su voz profunda—. No esperaba verte hoy.
—Griffin —respondió ella, con más calma de la que sentía—. Pensé que podríamos hablar.
Él levantó una ceja, claramente intrigado por su tono. —¿Sobre qué? ¿Alguna noticia sobre los rebeldes?
Amaris negó con la cabeza, intentando encontrar las palabras adecuadas. No era fácil hablar de lo que llevaba dentro, sobre todo porque él no tenía ni idea de la magnitud de lo que estaba ocurriendo entre ellos. No sabía que cada vez que sus miradas se cruzaban, ella sentía que su lobo estaba a punto de romper las cadenas que lo mantenían bajo control.
—No es sobre la misión —dijo finalmente, sintiendo cómo su corazón aceleraba—. Es sobre… nosotros.
Griffin la miró con curiosidad, pero sin la seriedad que ella esperaba. Estaba relajado, como siempre. Eso solo hacía que el contraste entre ellos fuera más agudo. Mientras ella luchaba contra la tormenta en su interior, él estaba completamente ajeno a lo que estaba en juego.
—¿Nosotros? —repitió, claramente divertido—. No sabía que había un "nosotros".
Amaris sintió un nudo en el estómago. ¿Cómo podía explicarle lo que significaba ser su mate sin asustarlo? ¿Cómo podía hacerle entender que, para ella, él no era simplemente un hombre más, sino alguien destinado a ser suyo por el resto de sus vidas?
—Es complicado —dijo, evitando su mirada por un momento—. Pero hay algo que debes saber.
Él la observó en silencio, esperando a que continuara. Amaris sintió que las palabras se le atascaban en la garganta. Había pasado toda su vida entrenándose para la guerra, para la caza, para la lealtad a la manada y al Señor Feudal. Pero nunca se había preparado para esto, para el vínculo de mate, para el deseo primitivo que la consumía y que la hacía sentir vulnerable de una manera que nunca había experimentado junto con los celos que el olor le provocaba.
—Griffin, yo… —Las palabras casi se le escaparon, pero las contuvo a tiempo. No podía simplemente soltarlo todo. No de esa manera. Tenía que encontrar un equilibrio entre decirle la verdad y no abrumarlo.
Pero antes de que pudiera continuar, Griffin se inclinó ligeramente hacia ella, su expresión más seria de lo que había sido hasta ese momento. La chispa de curiosidad en sus ojos se había transformado en algo más, algo que hizo que el corazón de Amaris latiera con más fuerza.
—Amaris, ¿qué está pasando? —preguntó él en un tono bajo, casi como si estuviera comenzando a entender que había algo más profundo ocurriendo entre ellos—. Has estado… distante. Y no solo por la misión. ¿Es eso lo que quieres decirme?
Amaris se quedó en silencio por un momento, su mente luchando entre el instinto de protegerse y el deseo de ser honesta. Sabía que estaba caminando por una línea peligrosa. Decirle la verdad podría cambiar todo, para bien o para mal.
Finalmente, decidió dar un paso hacia adelante, aún sin revelar todo, pero dándole una pista de lo que estaba ocurriendo.
—Hay cosas sobre mí que no conoces —admitió, su voz apenas un susurro—. Cosas que no comprenderías… pero que no puedo seguir ocultando.
Griffin frunció el ceño, su confusión evidente. Pero antes de que pudiera preguntar más, Amaris dio un paso atrás, sabiendo que no podía continuar. No todavía. No mientras la misión seguía pendiente y sus emociones seguían en conflicto.
—Solo… confía en mí, Griffin —dijo, antes de girarse y alejarse rápidamente, sintiendo el peso de la verdad que aún no podía compartir del todo.
A medida que se alejaba, Amaris supo que no podría seguir evitando esto por mucho tiempo. El vínculo de mate era demasiado fuerte.