Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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La fiesta
A la mañana siguiente, me despierto con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Javier sigue dormido, su respiración suave y regular, pero yo apenas logré descansar. El encuentro con Darien anoche sigue dándome vueltas en la cabeza, y aunque intento apartar sus palabras, es como si se hubieran instalado en mi mente.
Me levanto con cuidado para no despertarlo y me dirijo a la cocina en busca de un poco de café. La casa está tranquila, pero sé que Darien anda por ahí en algún lugar, y no me entusiasma la idea de volver a cruzarme con él. Cuando llego a la cocina, me encuentro con su padre, que está preparando algo para el desayuno.
—Buenos días, Alana —me saluda con una sonrisa cálida—. ¿Dormiste bien?
—Sí, gracias —le respondo, aunque la verdad es que no fue así—. Solo vengo por un poco de café.
—Claro, siéntete como en casa —dice, mientras sirve dos tazas y me ofrece una.
Me siento en la mesa con él, y por un momento, el ambiente parece relajado, casi normal. Es fácil olvidar que hay tantas tensiones bajo la superficie. Pero mientras tomamos café en silencio, aparece Darian, entrando a la cocina con esa misma actitud despreocupada de siempre.
—Buenos días —dice con una voz despreocupada, aunque su mirada me atraviesa por completo.
Su padre le responde con un breve asentimiento, y él se sirve café antes de sentarse frente a mí. El silencio se vuelve incómodo, y yo intento concentrarme en mi taza, evitando su mirada.
—¿Cómo dormiste? —me pregunta de repente, con ese tono que no puedo evitar interpretar como una trampa.
—Bien —respondo sin levantar la vista.
—Me alegra —dice, aunque su tono no refleja sinceridad.
Javier aparece poco después, entrando a la cocina aún con el pelo despeinado, y al verlo, siento un alivio inmediato. Se acerca a mí y me da un beso en la mejilla antes de sentarse a mi lado. Pero noto que en cuanto ve a su hermano, sus hombros se tensan, y todo el ambiente cambia.
—¿Ya desayunaron? —pregunta Javier, aunque apenas mira a su hermano.
—Todavía no —responde su padre—. Estaba pensando en hacer unos huevos. ¿Les parece bien?
—Perfecto —respondo, tratando de mantener la conversación ligera.
Darian se queda en silencio, pero siento su mirada sobre nosotros. La tensión entre él y Javier es palpable, y aunque intentamos ignorarlo, no es algo que pueda desaparecer tan fácilmente. Finalmente, Darian se levanta de la mesa, con su taza en la mano.
—Bueno, yo ya comí algo, así que los dejo tranquilos —dice con esa sonrisa burlona que ya me resulta tan familiar—. No quiero interrumpir.
Javier no dice nada, y yo lo miro, notando cómo sus manos están ligeramente apretadas sobre la mesa. Darian sale de la cocina, y el ambiente parece relajarse de inmediato.
—¿Estás bien? —le pregunto en voz baja.
Javier asiente, pero su expresión es distante, como si intentara bloquear todo lo que acaba de pasar.
—Sí, estoy bien —responde, aunque sé que no es cierto.
El desayuno continúa en un silencio incómodo. Su padre intenta sacar conversación de vez en cuando, pero Javier responde con monosílabos, claramente afectado por la presencia de su hermano. Y yo, aunque intento actuar con normalidad, no puedo dejar de pensar en las palabras de su hermano la noche anterior.
Más tarde, cuando nos quedamos solos en su cuarto, siento que es el momento de hablar.
—Javi, ¿qué pasa? —le pregunto, sentándome junto a él en la cama.
Él suspira, pasándose una mano por el pelo. Se queda en silencio por un momento, mirando al suelo, antes de finalmente hablar.
—Es el. No puedo soportarlo —dice con la voz cargada de frustración—. Desde que volvió, es como si todo se estuviera desmoronando. Nunca me deja en paz, siempre está intentando provocarme, y siento que me está alejando de todo, incluso de ti.
—No me estás alejando —le digo, tomando su mano—. Pero no puedes dejar que él tenga ese poder sobre ti. Está intentando sacarte de tus casillas, y si caes en su juego, es exactamente lo que quiere.
Javier asiente, pero sé que mis palabras no pueden borrar el resentimiento que ha estado acumulando. Me duele verlo así, tan atrapado en esa dinámica tóxica con su hermano.
—Anoche me topé con él en el pasillo —le digo, decidiendo no ocultarle lo que pasó—. Intentó incomodarme, como siempre, pero no dejé que me afectara.
Javier me mira, y por un segundo parece preocupado.
—¿Qué te dijo? —pregunta, tensándose de nuevo.
—Nada importante —respondo—. Solo fue Darian siendo Darian, tratando de molestarme. Pero no tienes que preocuparte por eso, no le doy importancia.
—Lo siento, Alana —dice, bajando la mirada—. Lo siento por todo esto. No debería tener que lidiar con él.
—No es tu culpa —le digo, apretando su mano—. No tienes que disculparte por él. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, sin importar lo que pase.
Javier me mira, y veo en sus ojos una mezcla de tristeza y gratitud. Sé que la situación con Darian no va a mejorar de la noche a la mañana, pero también sé que no voy a dejar que eso nos afecte. Al menos, no si puedo evitarlo.
—Gracias —dice en voz baja—. No sé qué haría sin ti.
Nos abrazamos en silencio, y aunque el peso de la situación sigue presente, siento que por lo menos estamos enfrentándolo juntos. El puede seguir intentando meterse entre nosotros, pero sé que nuestra relación es más fuerte que eso.
Aún así, en el fondo de mi mente, no puedo dejar de preguntarme qué es lo que él realmente quiere. Porque algo me dice que esto no ha terminado.
-
Regresar a casa después de pasar una noche en casa de Javier me trae una sensación extraña de alivio. Aunque me encanta estar con él, la tensión en su casa, especialmente con Darian, hace que me sienta incómoda. Necesito un poco de tiempo para despejarme y estar en mi propio espacio.
Apenas llego a mi habitación y me dejo caer en la cama, escucho un golpe en la puerta. Es mi mejor amiga, Laura. Entra con esa energía vibrante que siempre trae consigo.
—¡Alana! —exclama—. ¿Cómo estás? No te he visto en todo el fin de semana.
Laura y yo hemos sido inseparables desde pequeñas, y siempre sabe cuándo necesito distraerme. Se sienta a mi lado en la cama, con una sonrisa traviesa.
—¿Te apetece salir esta noche? —me pregunta, alzando una ceja—. Me invitaron a una fiesta y creo que deberíamos ir. Nos merecemos un poco de diversión.
Levanto la vista, sintiendo la tentación. Después de la semana que he tenido, una fiesta suena como una buena manera de despejarme. Estoy a punto de responder cuando suena mi teléfono. Es Javier.
—Dame un segundo —le digo a Laura, y contesto la llamada.
—Hola, Javi —digo con una sonrisa, aunque mi cuerpo se tensa un poco, aún pensando en todo lo que pasó en su casa.
—Hola, Alana —responde su voz suave—. Me preguntaba si llegaste bien a casa.
—Gracias javi, llegue super bien.—le digo con una sonrisa al escucharlo— De hecho Laura está aqui, vamos a ir a una fiesta esta noche.
Hay un breve silencio al otro lado de la línea, y puedo imaginar a Javier intentando disimular su decepción.
—Oh… está bien —responde finalmente— Pasenla bien, y no beban tanto.
—Te lo prometo —añado.
—Claro. Que te diviertas. Te quiero —dice antes de colgar.
Cierro los ojos un momento, pero sé que necesito este tiempo con Laura. Javier ha estado tan atrapado en la tensión con su hermano que también necesito un respiro, aunque sea por una noche.
Laura me mira, levantando las cejas.
—¿Era Javier? —pregunta con una sonrisa que indica que ya lo sabía.
—Sí, quería saber si había llegado bien, y le dije que iría contigo a la fiesta —respondo, con una sonrisa.
—¡Perfecto! —exclama ella—. Va a ser genial, ya verás. Es justo lo que necesitas.
Nos pasamos la tarde hablando, poniéndonos al día y escogiendo la ropa para la fiesta. Laura, como siempre, tiene un estilo atrevido, y yo me dejo llevar por su energía, eligiendo un vestido que rara vez usaría, pero que hoy parece perfecto para despejarme y disfrutar.
Más tarde, nos dirigimos a la fiesta. Está en una casa grande a las afueras de la ciudad, y desde el momento en que llegamos, el ambiente es eléctrico. Música alta, luces, gente riendo y bailando en todas partes. Es como si todo el estrés de la última semana se disolviera en el aire.
Laura y yo nos perdemos entre la multitud, riendo y disfrutando. Bailamos juntas durante horas, olvidándonos del tiempo, dejándonos llevar por la música y el caos que nos rodea. Es justo lo que necesitaba: una desconexión total.
Después de un rato, decido ir por algo de beber. Camino hacia la cocina, pero mientras estoy sirviéndome un vaso, siento una presencia familiar a mi lado. Giro la cabeza y ahí está, apoyado contra la encimera, con una sonrisa descarada: Darian.
Mi corazón se acelera de inmediato, y no de la buena manera. No puedo creer que esté aquí.
—¿Tú? —pregunta, con esa voz relajada que ya reconozco demasiado bien.
—¿Qué haces aquí? —le digo, tratando de mantener la compostura.
Darian se encoge de hombros, tomando un sorbo de su bebida. Su mirada está fija en mí, como si estuviera disfrutando de la sorpresa en mi rostro.
—Lo mismo que tú, supongo. Disfrutando de la noche, desconectando un poco. No sabía que las fiestas eran lo tuyo —dice, con esa sonrisa que me hace sentir que siempre hay algo más detrás de sus palabras.
—Estaba con Laura —respondo rápidamente, como si eso justificara mi presencia aquí—. Solo vine a pasar un buen rato.
Darian asiente, su mirada evaluándome.
—No te preocupes, Alana. No voy a decirle nada a Javier. No soy de esos.
Su comentario me hace apretar los dientes. La insinuación en sus palabras es clara, y me molesta que siempre intente manipular las situaciones para hacerme sentir incómoda.
—No estoy haciendo nada malo, y Javier ya sabe que estoy aquí—le respondo, tratando de mantener la calma.
—Lo sé —dice, todavía con esa sonrisa—. Solo estoy diciendo que no soy de los que causan problemas… al menos, no a menos que sea necesario.
Darian se inclina un poco más cerca, su voz baja pero cargada de intención.
—Solo una cosa, Alana —dice—. Si alguna vez te cansas de lo predecible… ya sabes dónde encontrarme.
Me congelo. La forma en que lo dice es clara, directa, y me deja sin palabras por un momento. Se aparta, sonriendo como si no acabara de decir algo totalmente inapropiado, y desaparece entre la multitud antes de que pueda reaccionar.
Me quedo ahí, con el vaso en la mano, sintiendo cómo una mezcla de ira y confusión se apodera de mí. No puedo creer lo que acaba de insinuar, y peor aún, no puedo evitar sentirme culpable por estar aquí, en una fiesta donde me topé con él.
Vuelvo al centro de la fiesta, buscando a Laura para distraerme, pero la incomodidad sigue ahí, persiguiéndome.