Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 10: El Abismo Susurrante
El viento aullaba a través de las grietas del abismo mientras Erika se detenía al borde, su mirada fija en la vasta oscuridad que se extendía ante ella. La negrura parecía absorber la luz, convirtiéndose en una trampa infinita para cualquier rayo de esperanza que intentara colarse en sus profundidades. Los otros habían desaparecido hacía horas, o al menos, eso pensaba. El tiempo y el espacio se habían distorsionado tanto que ya no estaba segura de nada.
Las paredes del abismo parecían respirar, como si la misma tierra estuviera viva, una presencia antigua y malévola que se deleitaba con el miedo de los que se acercaban demasiado. Erika había escuchado las historias desde niña, leyendas sobre lo que habitaba debajo de la superficie, en lo más profundo de este agujero insondable. Pero nunca creyó que algún día estaría tan cerca de descubrir si esas historias eran verdad.
Dio un paso atrás, pero el suelo se desmoronó bajo sus pies. No hubo tiempo para gritar. El aire fue arrancado de sus pulmones mientras caía en picada hacia la oscuridad. La velocidad era abrumadora, el viento desgarraba su ropa y cada fibra de su ser luchaba por respirar. El abismo no solo era profundo; era interminable. El descenso parecía prolongarse eternamente, como si estuviera atrapada en una pesadilla sin fin.
De repente, el impacto.
Erika golpeó una superficie dura con tal fuerza que el dolor se extendió por su cuerpo como una descarga eléctrica. El suelo era frío, húmedo, y emitía un leve eco que se propagaba en la negrura. El silencio que siguió fue ensordecedor. No había sonido de viento ni de vida, solo su propia respiración agitada que rebotaba en las paredes invisibles a su alrededor.
Se levantó con dificultad, sus manos temblorosas tanteando el suelo a su alrededor. No tenía idea de cuánto había caído ni dónde estaba ahora. Solo sabía que estaba más cerca de lo que fuera que había sentido desde arriba. Las leyendas nunca habían hablado de una caída como esta. Eran relatos vagos, pero todos coincidían en algo: quien descendiera al abismo no regresaba jamás.
Intentó calmarse, pero su mente no dejaba de trabajar en lo desconocido que la rodeaba. Había una opresión en el aire, como si la oscuridad misma la estuviera observando. Alzó la vista, esperando encontrar alguna señal de luz, pero todo lo que vio fue un manto negro, impenetrable.
Un sonido. Un susurro suave y lejano, como si viniera de algún lugar muy por debajo de donde estaba. Erika se quedó inmóvil, aguzando el oído. El susurro volvió, esta vez más claro. No era solo el viento; era una voz.
—Ven… —susurraba la voz—. Ven más cerca.
El miedo hizo que su corazón latiera con fuerza. No quería moverse, pero algo en ese susurro la atraía, como si fuera incapaz de resistir. Dio un paso hacia adelante, y otro, siguiendo el sonido. El suelo bajo sus pies se sentía más resbaladizo a medida que avanzaba, como si estuviera caminando sobre algo vivo.
La voz se hizo más fuerte a medida que descendía por un estrecho pasadizo que se había abierto en la pared. Era un susurro que no debería existir, suave, pero claro, llamándola por su nombre.
—Erika…
Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar su propio nombre. No había forma de que algo o alguien supiera su nombre aquí. Ella no había mencionado su nombre desde que había caído en este lugar. No había visto ni oído a nadie desde entonces. La desesperación comenzó a mezclarse con su miedo, pero no se detuvo.
El pasadizo se ensanchó de repente, llevándola a una cámara enorme, casi catedralicia. La oscuridad persistía, pero podía distinguir las formas que se cernían alrededor de las paredes. Eran figuras encapuchadas, sombras inmóviles, y todas parecían estar de pie en círculos concéntricos que llenaban la sala.
—Erika… —la voz volvió a llamarla, pero esta vez no venía de una dirección específica. Era como si resonara en cada rincón de la caverna, en cada rincón de su mente. Las figuras se mantenían inmóviles, pero sentía que la miraban.
No podía soportarlo más. Erika dio un paso atrás, intentando retroceder, pero chocó contra algo sólido. Al girarse, vio a otra figura encapuchada justo detrás de ella. La figura no se movía, pero su simple presencia era sofocante.
—¿Quién… quién eres? —preguntó con la voz entrecortada.
La figura no respondió, pero levantó lentamente una mano esquelética, señalando hacia el centro del círculo. Erika no quería seguir mirando, pero algo en el movimiento la obligó a hacerlo. En el centro de la cámara, una luz tenue comenzó a brillar. Era una especie de altar, pero lo que yacía sobre él no era lo que esperaba.
Era un espejo.
El espejo no reflejaba su imagen como debería. En su lugar, lo que vio fue una versión distorsionada de sí misma. Su rostro estaba desfigurado, sus ojos eran pozos oscuros, y su piel estaba estirada y rota en lugares. Lo que fuera esa criatura en el espejo, no era humano. No era ella.
—Este es tu destino —dijo la figura encapuchada detrás de ella, su voz un susurro frío en su oído.
Erika se giró, su respiración entrecortada y su mente a punto de colapsar. No había escapatoria, no había salida de esta pesadilla. El abismo la había reclamado.
Pero entonces, una voz diferente rompió el silencio. Era suave, pero cargada de fuerza. Una luz cálida apareció a lo lejos, rompiendo la opresión de las sombras.
—No estás sola —dijo la nueva voz, fuerte y clara.
Erika dio un paso hacia la luz, pero las figuras encapuchadas comenzaron a moverse, bloqueando su camino. Sus movimientos eran lentos, pero decididos. Querían detenerla, querían que se quedara atrapada en el abismo para siempre.
La desesperación la llenó. ¿Sería este su final?
La luz comenzó a desvanecerse.
Erika gritó, lanzándose hacia la luz con todas sus fuerzas. Su cuerpo chocó contra algo invisible, pero su voluntad no se rompió. Había algo allí, algo que no quería dejarla escapar.
Pero la luz regresó, más fuerte esta vez. La figura encapuchada detrás de ella intentó detenerla, pero Erika cerró los ojos, concentrándose en esa única chispa de esperanza.
Un último grito.
Y luego, todo fue silencio.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.