Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
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La nueva ingresada- ¿Qué está pasando?
Salí de casa con cautela, como siempre, esperando ver a esos idiotas en la esquina, listos para fastidiarme. Pero hoy no estaban. La calle estaba completamente vacía. Avancé un poco más, mirando a ambos lados, sin dejar de sentirme intranquilo. Aun así, nada.
Conforme me acercaba a la escuela, la misma sensación se mantuvo. No había señales de ellos por ningún lado. Traté de no pensar demasiado en ello, pero la idea me rondaba: ¿por qué no estaban aquí hoy?
Entré al edificio y caminé por los pasillos, esperando que aparecieran de un momento a otro. Pero no sucedió. Llegué a mi aula sin incidentes, y eso, en lugar de tranquilizarme, me puso aún más nervioso.
La clase empezó, y traté de concentrarme en la lección. Aunque estaba intentando prestar atención, mi mirada acabó desviándose hacia ella, la nueva. Estaba sentada en su lugar, mirando hacia la ventana, como si estuviera perdida en algún pensamiento lejano. Su expresión no había cambiado; su rostro seguía siendo tan inexpresivo y distante como el día anterior. Me pregunté en qué estaría pensando, o si acaso era consciente de que todos la veían de la misma forma que yo: como una figura inquietante, rodeada de un misterio profundo.
El timbre sonó, indicando el final de la clase. Todos empezaron a salir rápidamente. Yo, como siempre, me quedé atrás, esperando a que el aula se vaciara por completo antes de moverme. Cuando finalmente me sentí listo, me dirigí al pasillo y empecé a caminar hacia la salida.
Fue entonces cuando escuché algo. Un sonido extraño, un leve murmullo proveniente del baño de varones. Me detuve, y mis pies parecieron moverse por sí mismos. Me acerqué con cautela, el corazón latiéndome rápido en el pecho. A medida que me acercaba, el sonido se fue desvaneciendo, dejando en su lugar un silencio inquietante.
Cuando llegué a la puerta del baño, sentí una especie de impulso inexplicable de abrirla. Tomé aire, puse mi mano en el pomo y empujé.
Lo que vi dentro me dejó sin aliento.
Allí estaban ellos. Los tres chicos que siempre me molestaban, tendidos en el suelo, uno sobre otro, sus cuerpos inmóviles y sus rostros con expresiones de terror congeladas para siempre. La escena era espantosa; cada uno de ellos parecía haber sufrido un destino violento, aunque no podía ver signos de lucha. Era como si algo o alguien los hubiera detenido en seco, arrebatándoles la vida en un instante.
Estaba a punto de salir corriendo del baño cuando, de repente, allí estaba ella. Parada en el umbral de la puerta, tan silenciosa y quieta como una sombra. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, y sentí un miedo tan profundo que me tiré al suelo de golpe, incapaz de moverme, de hablar, de hacer nada más que temblar bajo su mirada.
—No… no entres ahí —dije, con la voz rota, tratando de advertirle.
Pero ella, sin mirarme, pasó a mi lado como si no me hubiera escuchado. Sus pasos resonaron en el suelo, y vi cómo abría la puerta del baño sin ninguna emoción en el rostro. Se detuvo y miró el interior, observando los cuerpos inmóviles de los chicos que siempre me molestaban.
—Se lo merecían —dijo finalmente, con una voz tan baja y fría que sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo.
Tragué saliva, tratando de recuperar el aliento.
—¿Tú… sabes qué les pasó? —pregunté, con la voz temblorosa.
Ella no respondió. Su rostro permanecía inexpresivo, sus ojos oscuros como un pozo sin fondo. Sentí que, de alguna forma, ella conocía la respuesta, pero que no tenía ninguna intención de decirme nada. El silencio se hizo más profundo, y la incomodidad en mi pecho se volvió insoportable.
Entonces, escuché pasos. El eco de unos zapatos resonando por el pasillo. Reconocí la voz de uno de los profesores acercándose, probablemente atraído por el silencio incómodo que llenaba el lugar. Entraría en cualquier momento, y lo que encontrara aquí sería imposible de explicar.
Sin pensarlo dos veces, tomé la mano de la chica. Estaba helada, pero no me importó. La jalé conmigo, y ambos salimos corriendo del baño antes de que el profesor pudiera vernos. Nos escondimos detrás de una columna en el pasillo, conteniendo la respiración mientras el profesor entraba al baño.
Desde nuestro escondite, escuché cómo se detenía de golpe y cómo dejaba escapar una exclamación ahogada de horror al encontrar los cuerpos en el suelo. Mi corazón latía tan fuerte que temía que pudiera escucharlo, pero no me atreví a moverme ni a mirar a la chica que estaba a mi lado.
Ella permanecía inmóvil, mirando al frente como si nada hubiera pasado, como si la escena que acabábamos de presenciar no tuviera importancia alguna. Había algo en ella que me resultaba aterrador.
Cuando el profesor salió corriendo a buscar ayuda, aproveché para soltar su mano y alejarme un poco, tratando de poner distancia entre nosotros. No sabía quién era realmente.
Miré su rostro una última vez, buscando respuestas que sabía que no me daría.
—¿Cómo te llamas…? —comencé a preguntar, pero ella me interrumpió con una mirada silenciosa, que parecía decirme que no era el momento de hacer preguntas.
Sin una palabra más, se alejó por el pasillo, dejándome solo, confundido.