Sombras Del Amor

Punto de vista de Leonardo

Soy Leonardo Villalobos, tengo treinta y cinco años y soy el dueño de la firma de abogados más prestigiosa del país. He construido mi reputación con mano firme; muchos me ven como un ser frío y sin sentimientos, una imagen que he forjado con esfuerzo, ya que desde muy joven me toco defenderme por mi mismo; mis padres siempre prefirieron su trabajo dejándome a mi de lado. Pero hoy, mientras me preparo para dar un paso que cambiará mi vida, siento que esa fachada comienza a desmoronarse. Pronto me casaré con la mujer más hermosa del mundo: Natalie Beltrán, una modelo de fama internacional cuya belleza rivaliza con la de las diosas y cuyo corazón es puro como el agua cristalina. Ella es la mujer perfecta para mí, y mi sueño es formar una familia junto a ella, la amorosa madre de mis futuros hijos. Mientras viajaba en el coche con mi chófer, Luis, una mezcla de emoción y nerviosismo burbujeaba en mi interior. “Quiero darle una sorpresa a Natalie”, le dije, admirando el brillante anillo de diamantes que sostenía en la mano. Era un símbolo de nuestro amor, un compromiso eterno.

Luis sonrió con sinceridad. “Me alegra que finalmente se haya decidido a dar el gran paso. La señorita Beltrán se pondrá muy feliz”. Note algo de sarcasmo en las palabras de Luis; a el nunca le había caído bien mi novia.

“Eso espero”, respondí, suspirando profundamente mientras miraba por la ventana hacia las luces parpadeantes de la ciudad. Mi corazón latía con fuerza; iba camino al apartamento de Natalie sin saber que lo que estaba a punto de descubrir cambiaría todo. Al llegar, tomé la llave de repuesto que guardaba en el marco de la puerta y entré sigilosamente, deseando sorprenderla con esta demostración de amor. Sin embargo, al cruzar el umbral, me encontré con un escenario que nunca imaginé: los tacones de Natalie estaban tirados en el suelo, como si su llegada hubiera sido apresurada. Sonreí al principio, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba al imaginar su reacción al ver el anillo. Pero esa sonrisa se desvaneció rápidamente cuando noté un saco de hombre desordenadamente tirado y un camino de ropa mixta esparcida por el suelo. Un dolor pulsante comenzó a formarse en mi pecho mientras me acercaba a la puerta de su habitación. La inquietud crecía en mí; algo no estaba bien. Al estar frente a la puerta, escuché gemidos provenientes del interior. Llenándome de valor e impulsado por una mezcla de miedo y desesperación, abrí la puerta. Lo que vi me destrozó el corazón: Natalie estaba allí, medio incorporada del hombre que ocupaba su cama, cubriendo su desnudez con las sábanas como si eso pudiera ocultar lo innegable.

“¡Natalie!”, grité con todas mis fuerzas, sintiendo cómo cada palabra era una puñalada en mi pecho.

“Amor, no es lo que piensas”, dijo ella rápidamente, su voz llena de desfachatez e incredulidad. No podía creer lo que estaba escuchando; no quería escuchar sus vanas justificaciones.

“¿Cómo pudiste? Eres una...”, me detuve en seco; no era del tipo de hombre que maltratara a una mujer, sin importar lo que hubiera hecho. El dolor era abrumador y la rabia comenzaba a nublar mi mente mientras me daba cuenta del abismo en el que me encontraba. Salí del apartamento antes de cometer una locura. Luis me esperaba afuera con su habitual expresión seria pero comprensiva.

“Eso fue rápido, jefe. No me diga que la señorita no estaba en casa”, comentó mientras me miraba por el retrovisor.

“Sí que estaba... esa desvergonzada...” respondí entre dientes mientras sentía cómo las lágrimas amenazaban con brotarme.

“Llévame a un lugar ruidoso donde pueda desahogar mis penas”, ordené con una voz quebrada. Luis comprendió sin necesidad de más palabras y me llevó al antro más bullicioso de la ciudad; necesitaba ahogar mis pensamientos en música y alcohol. Comencé a beber sin control; cada trago parecía intensificar mi dolor y ahogar mis recuerdos felices junto a Natalie. Mientras las luces parpadeaban y la música resonaba como un eco lejano en mi mente atormentada, decidí salir para llevar mi mal humor a otro lado. Al irme del bar, recordé que había dejado el costoso anillo en la barra del barman; no es que necesitara ese dinero, pero tampoco quería desperdiciarlo. Al regresar tropecé accidentalmente con una mujer cuyos hipnotizantes ojos azules hicieron que olvidara por unos segundos todo lo ocurrido. Ella se disculpó rápidamente, pero yo no podía apartar la mirada; era realmente hermosa. Sin pensarlo dos veces le ofrecí un trago y ella aceptó sin dudarlo; había un aire electrizante entre nosotros. Salimos del antro y después de algunos besos apasionados terminamos en una habitación de hotel; allí encontré un refugio temporal del dolor causado por Natalie. Nunca había estado con una mujer tan apasionada; por un momento olvidé su traición y dejé atrás el sufrimiento.

Necesitaba encontrar a la desconocida de aquella noche, han pasado varios meses desde ese día y mi preocupación de que ella estuviera embarazada se hacía más grande, aunque también podía ese ser un pretexto para buscarla.

Salí de la oficina con una mezcla de ansiedad y determinación. La ciudad parecía más caótica que nunca, como si sus ruidos intentaran recordarme que había un mundo fuera de mis problemas personales. Luis, mi chófer, aceleró el paso mientras yo miraba por la ventana, intentando recordar cada detalle de aquella mujer.

Esa noche había estado llena de risas y copas. La música envolvía el ambiente y su risa era contagiosa. Pero, ¿quién era realmente? No podía dejar que mis recuerdos se desvanecieran en la bruma del alcohol; necesitaba claridad.

“¿Tienes alguna pista sobre ella?” pregunté a Luis, que estaba concentrado en su teléfono mientras se comunicaba con sus contactos.

“Estoy tratando de rastrear el lugar donde la conociste. Quizás alguien del bar recuerde su nombre o algo que nos ayude”, respondió, sin apartar la vista de la carretera.

El tiempo se sentía eterno mientras esperábamos. Mis pensamientos se agolpaban: ¿y si realmente estaba embarazada? ¿Y si todo lo que había imaginado sobre ella era cierto? La idea me llenaba de rabia y desesperación. No podía permitir que me chantajeasen; no después de todo lo que había trabajado para construir mi vida.

Finalmente, Luis recibió una llamada. Su expresión cambió. “La encontraron. Al parecer se encuentra trabajando en una tienda de mala muerte”, dijo, acelerando aún más hacia esa dirección.

El corazón me latía con fuerza al llegar a la tienda donde ella trabajaba. Era un lugar modesto, nada lujoso como pensaba que sería. Me sentí un poco aliviado al pensar que no era una mujer interesada en mi dinero. Pero eso no cambiaba el hecho de que necesitaba enfrentarla.

Luis se quedó en el coche mientras yo entraba a ese lugar, tenia muchas dudas que próximamente iba a aclarar.