En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 4
Helena entró en la sala de audiencias con la espalda recta, sintiendo el peso de las miradas de todos los presentes. Sabía que debía mantenerse firme, centrada en su objetivo. Sin embargo, apenas cruzó la puerta, sus ojos se encontraron con los de Iván del Castillo. Fue solo un segundo, pero ese momento se sintió como una eternidad. La tensión que vibraba entre ellos se hacía más palpable con cada encuentro, y aunque ella no quería admitirlo, había algo en la frialdad de ese hombre que la desconcertaba y la atraía al mismo tiempo.
Iván, desde su lugar en el estrado, mantuvo su expresión neutral, pero internamente no pudo evitar notar la presencia de Helena desde el instante en que cruzó la puerta. Había algo en ella que lo descolocaba, que lo hacía sentir una mezcla de emociones que normalmente tenía bajo control. Su mirada fija, decidida, pero vulnerable, lo hacía cuestionar no solo el caso, sino a sí mismo.
—Señorita Vargas, —la voz del juez resonó en la sala—, ¿tiene algo que añadir antes de que procedamos?
Helena tragó saliva, apartando la mirada de él para centrarse en lo importante. No podía dejarse llevar por lo que sentía, no en ese momento.
—Sí, su señoría —respondió, con voz firme—. He presentado nuevas pruebas que, considero, cambiarán la dirección del caso.
Iván asintió, tomando el documento que Helena había proporcionado. Sus dedos rozaron levemente los de ella cuando lo tomó, un contacto breve pero eléctrico que ambos notaron. Él recuperó la compostura de inmediato, enfocándose en el papel, mientras ella intentaba mantener su respiración bajo control.
Mientras continuaba la audiencia, las palabras fluían, pero las miradas que intercambiaban quemaban más que cualquier declaración. Cada vez que sus ojos se encontraban, era como si todo a su alrededor desapareciera por un momento, dejando solo el intenso deseo y la creciente atracción entre ellos.
Cuando la sesión concluyó, Helena recogió sus papeles, intentando ignorar el calor que sentía en su piel. Sabía que esto estaba mal, que no debía sentir nada por el hombre que tenía el poder de destruir a su familia. Pero, por más que lo intentara, cada vez que veía a Iván del Castillo, una parte de ella se rendía un poco más ante la intensidad de lo que ambos trataban de negar.
Por su parte, Iván observaba a Helena mientras abandonaba la sala. Sabía que debía mantener la distancia, ser imparcial y profesional. Pero había algo en ella, en su fuerza, en su vulnerabilidad, que lo atraía como un imán. Y aunque trataba de luchar contra ello, cada vez le resultaba más difícil resistirse.
Helena se apresuró a salir de la sala de audiencias, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Necesitaba aire, necesitaba espacio para pensar. Cada vez que Iván del Castillo estaba cerca, su control parecía desmoronarse. Sentía su mirada fría, pero profunda, atravesándola como si pudiera ver más allá de su fachada de fortaleza.
Caminó por el pasillo largo y vacío del juzgado, intentando calmar su mente. Sin embargo, los pasos decididos que resonaban detrás de ella no la dejaron escapar tan fácilmente. Antes de que pudiera girar la esquina, una voz firme la detuvo.
—Señorita Vargas.
Helena se detuvo de inmediato, reconociendo el tono. Era él. Sintió un nudo en la garganta, pero respiró hondo antes de girarse lentamente para enfrentar al juez que había estado perturbando su paz mental.
Iván se acercó con su porte imponente, su mirada fija en la de ella. No dijo nada al principio, simplemente la observó, como si estuviera evaluando cada gesto, cada respiro que ella tomaba.
—Sobre las pruebas que ha presentado hoy —dijo finalmente, su tono tan neutral como siempre—, me tomaré el tiempo necesario para revisarlas a fondo. Esto no cambia el hecho de que el caso sigue siendo complejo.
Helena asintió, intentando ignorar la intensidad de su mirada. Pero había algo en su proximidad que hacía imposible no sentirse vulnerable.
—Lo entiendo, su señoría —respondió ella, con una voz que intentaba no temblar—. Pero confío en que verá la verdad. Mi padre no es culpable.
Iván la miró en silencio, su rostro impasible. Sabía que debía mantener la distancia, que no debía permitir que nada personal interfiriera en el caso. Pero en ese momento, al observar la determinación en los ojos de Helena, sintió una oleada de algo más, algo que había estado creciendo desde el primer día que la vio.
—El tiempo lo dirá —fue todo lo que dijo antes de girarse para marcharse.
Sin embargo, mientras caminaba, Helena sintió que el aire a su alrededor cambiaba, como si una corriente invisible los mantuviera conectados. Observó su espalda hasta que desapareció en la distancia, sabiendo que, por más que ambos lo intentaran, la tensión que existía entre ellos no se desvanecería fácilmente.