Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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4: Entre sueños y secretos
Pasaron dos días desde que presencié –o tal vez no– la inquietante escena en el jardín de la casa de la señora Handford. Después de despertar a Henry esa misma noche, lo obligué a seguirme hasta la ventana del piso inferior, obligándolo a asomarse para que viera exactamente lo que yo había visto. Sin embargo, al momento de llegar, no vimos absolutamente nada. No había ningún cuerpo en el suelo, y el jardín se encontraba vacío. Intenté convencer a Henry de que aquello que vieron mis ojos era real, pero cuanto más repetía la historia más evidente era su incredulidad. De cierta manera, no puedo culparlo, pues es una historia que carece de coherencia. Al día siguiente fui sigilosamente a aquel jardín, buscando en el césped y las plantas alguna mancha de sangre o cualquier cosa inusual que pudiera comprobar mi historia, pero no encontré nada.
Tuve que forzarme a mí misma a no hablar del tema nuevamente, pues lo único que estaba logrando era parecer una lunática frente a Henry. Si él no me creía, claramente la policía tampoco iba a hacerlo, por lo que recurrir a ellos no sería más que una pérdida de tiempo. Era la una de la mañana, y yo estaba cansada por culpa de mi insomnio. Por si fuera poco, la muerte del esposo de la señora Handford me ha dejado perturbada, y posiblemente ése es el motivo por el que soñé aquella escena mientras aún estaba despierta. ¿Una mujer siendo asesinada en el jardín de la casa del frente? ¿Qué locura es ésa?
Lo repetiré hasta que me lo crea.
Henry y yo continuamos con las clases privadas, pero no ha logrado avanzar mucho. He notado que no conoce muchos de los conceptos básicos de los cursos que está tomando, lo cual es extraño, pues debería haberlos aprendido correctamente en los semestres pasados, pero es como si nunca hubiese puesto empeño en comprender ni un poco de las temáticas de su carrera. Aún así, sigo intentando ayudarlo, pues además de mis buenas intenciones también hay dinero de por medio.
Ahora, me dispongo a llevar la basura al contenedor que se encuentra en la acera a algunos metros de la entrada. No me gusta dejarla allí en la noche debido a los mapaches y ardillas que intentan escabullirse y provocar un desastre. Es por eso que me levanto a primera hora para dejar la bolsa minutos antes de que el camión recolector pase por el vecindario. Salgo al pórtico vistiendo mi pijama azul, echo un rápido vistazo a ambos lados de la calle, verificando que no hayan vecinos cerca, y después camino a toda prisa hacia el contenedor. Al llegar, sujeto la cubierta metálica, la levanto un poco y después dejo caer la bolsa en su interior. Cuando cierro la cubierta y me giro para comenzar a caminar de regreso a mi casa, escucho que una puerta comienza a abrirse.
Regreso los pasos que había avanzado, y después giro lentamente la cabeza para observar la casa del frente. Una silueta comienza a salir, sujetando una bolsa negra en su mano derecha. La mujer salió de la oscuridad con elegancia, permitiendo que los rayos del sol iluminaran el oscuro cabello ondulado que caía tras sus hombros. Su piel es pálida, sus labios carnosos están curvos en una pequeña sonrisa, casi imperceptible. Sus brillantes y oscuros ojos marrones están fijos en mí, con sus cejas perfectamente delineadas y arqueadas un poco hacia arriba. Su nariz fina hace lucir su rostro mucho más hermoso. Vistiendo una blusa de seda gris, unos pantalones oscuros y unos botines de tacón bajo, la señora Handford da pasos firmes y seguros hacia el contenedor. Levanta la cubierta, ingresa la bolsa y después la cierra nuevamente. Mientras hacía eso, su mirada permaneció en mí, que inexplicablemente acababa de perder cualquier habilidad que me permitiera controlar mi propio cuerpo.
La señora Handford miró a ambos lados de la calle, y después comenzó a caminar en mi dirección, ensanchando su sonrisa y permitiendo que viera una reluciente y perfecta dentadura. La he visto muchas veces a través de mi ventana, sobre todo en la noche, por lo que nunca presté atención a su apariencia. Calculo que tiene aproximadamente cuarenta años, y su belleza es imposible de ignorar. Sé que se está aproximando a mí, y no sé para qué. No sé qué es lo que dirá, o si estoy lista para escucharla. He pasado varios días husmeando en la vida de esta mujer, y ahora, por primera vez en años, tendremos una conversación.
–Señorita Hudson –saluda ella en cuanto llega hasta mí. Es entonces cuando me doy cuenta de que, mientras ella viste ropa casual que la hace lucir hermosa, yo estoy vistiendo un pijama de flores rosas y brillos, como si todavía fuera una niña pequeña. Mi boca se abre para responder, pero la impresión no me lo permite–. Justo contigo quería hablar.
–Dis… ¿Disculpe? –pregunto torpemente. Comienzan a llegar a mi mente todos los recuerdos que tengo de esta mujer. Todas las veces que la vi desde mi ventana, y el recuerdo más reciente, el de la escena en su jardín. Suponiendo que realmente hubiese sucedido, tenerla frente a mí sólo significaba una cosa; ella era la silueta que sostenía el cuchillo esa noche–. ¿Cómo…? ¿Cómo sabe mi apellido?
–El buzón –responde con tranquilidad, mirando el pequeño buzón rojo en mi jardín, con mi apellido escrito con pintura blanca.
–Ah… Sí –contesto apenada–. ¿En qué la puedo ayudar?
–Esto es muy curioso –dice ella aún con esa gran sonrisa. Le dirijo una mirada expectante, esperando una explicación–. Hemos sido vecinas por… ¿Dos años?
–Tres –corrijo inmediatamente.
–Tres años… Y es la primera vez que hablamos. ¿Verdad?
–Nunca se presentó la oportunidad, supongo.
–Nunca he visto a tus padres aquí. ¿Vives sola?
–Murieron meses antes de que me mudara… –intento responder de forma cortante, pues así no sentirá que tiene el derecho de preguntar cosas sobre mi vida privada–. Lamento lo de su esposo. Sé que debe estar pasando por un momento difícil.
–Gracias –poco a poco, su sonrisa comienza a desvanecerse–. Y yo lamento lo de tus padres.
–Aún no me ha dicho qué quería hablar conmigo.
–Sé que me viste –la repentina seriedad con la que dice esas palabras me deja petrificada en mi lugar. Una risa nerviosa escapa de mis labios, esperando que me diga que se trata de una broma. Su mirada seria y amenazante se mantiene firme sobre mí–. Sé que me viste la otra noche.
–No sé a qué se refiere…
–En mi jardín, la pelea. Vi tu silueta en la ventana –da dos pasos hacia mí, acercándose aún más. Quiero retroceder, pero al mismo tiempo me rehuso a mostrarle mi miedo–. Y también veo el temor con el que me ves desde que salí de mi casa.
–Creo que está confundida, señora Handford –mi gran intento por parecer segura de mí misma es completamente fallido, pues escucho mi voz quebrarse en medio de la oración.
–No te culpo… Ya me imagino las cosas que dicen de mí los vecinos. Supongo que ahora hay toda clase de rumores recorriendo el pueblo. Los dos hombres que se han casado conmigo están muertos ahora. Además, me viste golpear una mujer en medio de la noche. Creo que he dado una muy mala impresión –su sonrisa poco a poco vuelve a aparecer, pero mi cuerpo sigue paralizado. Aún no entiendo el rumbo que está tomando esta conversación–. Quiero hablar contigo porque necesito evitar malentendidos. La mujer que viste esa noche… Es la hermana de mi último esposo. Ella llegó a mi casa casi a medianoche, me acusó de no haber cuidado bien a su hermano, y comenzó a decirme toda clase de… Palabras molestas. Soy una mujer amable, señorita Hudson, pero cuando alguien me saca de mis casillas soy incapaz de controlarme. Yo respondí a sus insultos, y no tardamos mucho en comenzar a pelear. Ella intentó escapar por el jardín, pero yo no iba a permitir que se fuera sin antes darle su merecido. Le di unos buenos golpes, y después dejé que se fuera. Espero que sepas que no soy el monstruo que todos aseguran. Soy… Sólo una mujer que ha tenido eventos desafortunados en su vida. ¿Me entiendes?
¿Y qué era el objeto afilado que sostenía en sus manos y que dejó caer sobre el cuello de esa mujer una y otra vez?, me pregunto internamente, pero de forma externa me limito a mostrar una sonrisa de comprensión.
–Todos tenemos un límite para nuestra paciencia –respondo con firmeza–. Y no creo en ninguno de esos rumores. No la conozco, señora Handford, no tengo ningún derecho a opinar sobre su vida.
–Las personas hablan. Hablan más de lo que deberían –con su mirada recorre todas las casas del vecindario–. Es por eso que no tengo ni un solo amigo o amiga en este pueblo. No puedo acercarme a nadie si ya han decidido cómo soy.
–Me uno a su frustración. En este pueblo sólo soy yo y mis trabajos de la universidad.
–Creo que a ambas nos vendría bien tener una nueva amiga –sus palabras me toman completamente por sorpresa, y es entonces cuando entiendo sus intenciones, lo que a su vez me hace pensar en un detalle que no había analizado antes. Es la primera vez que la veo poner la basura en el contenedor tan temprano. Yo he llevado a cabo esta rutina durante los tres años que he vivido aquí, y jamás había visto a la señora Handford hacer lo mismo. Tal vez sacó la basura a propósito para encontrarse conmigo. Tal vez sabe que soy la única testigo del asesinato que cometió dos noches atrás. Tal vez quiere acercarse a mí para después apuñalarme por la espalda.
O tal vez ya perdí la cordura.
–Creo que es una buena idea –respondo, fingiendo una sonrisa de alegría. La mayor me sonríe de vuelta y después mete una de sus manos en el bolsillo de sus jeans, sacando su celular.
–Dame tu número y estaremos en contacto. Ya sabes, para hablar de tonterías de vecinas –a pesar de la inmensa cantidad de sospechas y malos sentimientos que batallan en mi interior contra mi buen juicio, le dicto lentamente mi número de celular–. No creo que quieras que te llame por tu apellido, ¿o sí?
–Soy Grace.
–Muy bien, Grace. Espero que respondas mis mensajes –guarda el celular de regreso en su pantalón, y después de dirigirme una última sonrisa da media vuelta y comienza a caminar de regreso a su casa. La veo alejarse, aún sin lograr hacer otra cosa debido a que mi cuerpo sigue paralizado. Siento las palmas de mis manos cubiertas por una ligera capa de sudor.
–Hasta luego, señora Handford –digo en voz alta cuando ella ya se encuentra en la mitad de la carretera. Sigue caminando para después responder a mis palabras desde la otra acera.
–Me llamo Elizabeth… Puedes decirme Liz.
***
Abro mis ojos lentamente cuando siento una fría corriente de aire recorrer todo mi cuerpo. Siento un leve mareo que se intensifica a medida que mis párpados comienzan a levantarse. Poco a poco comienzo a darme cuenta de que no estoy acostada en mi cama, sino que me encuentro de pie. Mis ojos se abren por completo, encontrándose con una puerta blanca frente a mí; una puerta que conozco demasiado bien. Bajo la mirada, observando mis propios pies descalzos sobre la fina madera del umbral. Por unos segundos pienso que se trata de un sueño. Los latidos de mi corazón se aceleran al igual que mi respiración. La casa frente a mí es iluminada por uno de los postes de la calle. Miro rápidamente a mi alrededor, encontrándome con mi vecindario bajo el cielo nocturno. Al mirar hacia atrás, veo mi propia casa a varios metros de distancia, y es entonces cuando comprendo qué es lo que está pasando.
Estoy de pie, fuera de mi casa, y parada frente a la puerta de la señora Handford en medio de la noche.
Mis pies dan pasos inciertos hacia atrás, mientras intento recuperar la compostura para pensar con claridad. Miro mi cuerpo nuevamente, encontrándome con el pijama que traía puesto antes de irme a dormir. No es un sueño, como había pensado inicialmente. Estoy teniendo un episodio de sonambulismo, después de mucho tiempo. Sigo retrocediendo con lentitud, intentando no provocar ningún ruido que pueda alertar a la mujer dentro de la casa. Doy media vuelta, bajo el par de escalones que conducen al jardín, y después comienzo a correr de regreso a mi casa, sintiendo el concreto húmedo bajo mis pies. Por fortuna, la puerta de mi casa está abierta, por lo que entro a toda prisa y después la cierro con agresividad.
Pongo mi mano derecha sobre mi pecho, sintiendo los fuertes latidos de mi corazón, y con completa desilusión dejo que mi cuerpo se deslice hacia abajo hasta quedar sentada sobre el suelo, donde finalmente comienzo a llorar.