Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 06. El bastardo que se aprovechó.
Cuando Alonzo abrió los ojos, se encontró recostado en una cama. Se incorporó lentamente, con un dolor punzante en el estómago y un sabor amargo y nauseabundo en la garganta. La luz tenue de una pequeña lámpara amarilla iluminaba débilmente la habitación. A su alrededor, podía distinguir un buró, la cama en la que estaba acostado y dos puertas. Fuera de eso, no había nada más. Ni siquiera una ventana.
Se sentía exhausto, tanto física como mentalmente. El hambre y la sed lo invadían, y en su mente solo deseaba poder retroceder el tiempo, arrepintiéndose de haber asistido a esa supuesta venta. Se levantó con esfuerzo y caminó hacia una de las puertas. La habitación era diminuta, apenas de unos tres metros cuadrados. Abrió la primera puerta, encontrando un pequeño baño. Luego, se dirigió a la segunda puerta, que resultó estar cerrada desde afuera, tal como había sospechado. Con un suspiro largo y resignado, regresó a la cama y se dejó caer sobre ella.
El malestar en su estómago no cesaba, y ahora su cabeza comenzaba a latir con dolor. "¿Me dejarán morir de hambre?", se preguntó. Sin embargo, antes de que pudiera continuar con sus sombríos pensamientos, la puerta se abrió de golpe desde afuera. El mismo hombre que le había llevado el iPad a Vega entró, portando un plato de comida y una botella de agua.
—El señor Bernocchi no quiere que mueras de hambre —dijo con frialdad, mientras dejaba la comida y la botella sobre el buró.
Alonzo, con una mezcla de temor y confusión, se atrevió a preguntar:
—¿Quién es él?
Tan pronto como pronunció la pregunta, el hombre lo fulminó con una mirada fría. Alonzo bajó la cabeza instintivamente, encogiéndose en su lugar. Pensó que no recibiría respuesta, pero entonces la voz del hombre resonó en la pequeña habitación:
—Es a quien conoces como Vega.
Aunque Alonzo ya había sospechado que "Vega" no era un nombre real, no se había atrevido a preguntar. El hombre continuó con indiferencia:
—Come. Mañana tendrás que responder más preguntas.
—Yo... yo no sé nada —dijo Alonzo con voz temblorosa—. Se los juro, no tengo idea de quiénes son ustedes, ni mucho menos de los planes de la Interpol.
Su voz reflejaba la desesperación que sentía en ese momento. El hombre lo miró con los ojos entrecerrados, evaluando sus palabras, pero la frialdad en su expresión dejaba claro que no le creía ni una palabra.
—Come —repitió secamente antes de marcharse, cerrando la puerta detrás de él.
Alonzo se dejó caer pesadamente sobre el colchón. Sintió un nudo en la garganta y estuvo a punto de llorar, pero se contuvo cuando su estómago rugió con hambre. Desvió la mirada hacia el plato de comida, agradecido de que el solo verlo no le provocara náuseas. Comió todo lo que le habían dejado y bebió la botella de agua con avidez.
Después de terminar, permaneció sentado durante lo que sintió como más de una hora, aunque no tenía manera de saberlo con certeza. No había ni siquiera un reloj en la habitación. Tras un rato, se dirigió al baño y se enjuagó la boca. Luego regresó a la cama, pensando que le costaría conciliar el sueño. Sin embargo, el agotamiento lo venció, y pronto cayó en un profundo sueño.
—Oye, levántate.
Alguien lo sacudió con brusquedad, y Alonzo despertó sobresaltado. Se incorporó de golpe, con el corazón latiendo rápidamente. Sus cabellos estaban desordenados, y sus ojos pesaban por el cansancio. En las últimas semanas, había dormido más de lo habitual, y en ese momento sentía como si solo hubieran pasado unos minutos desde que se había quedado dormido.
—¿Qué ocurre? —preguntó, frotándose los ojos con el dorso de la mano y estirándose.
—Esto no es tu casa ni un hotel. Levántate, el jefe quiere verte.
Alonzo parpadeó varias veces, confundido. Por un breve momento, olvidó que seguía secuestrado. Se levantó con torpeza y fue al baño a lavarse la cara, intentando estar un poco más presentable. No había espejo, así que solo pudo confiar en su instinto para arreglarse el cabello lo mejor posible.
—Vamos —le ordenó el hombre, empujándolo con un poco de fuerza. Alonzo trastabilló, pero pronto se recuperó.
Un hombre que Alonzo no había visto antes lideraba el camino, mientras que el otro se mantenía detrás de él. Ambos estaban armados, como si escoltaran a un peligroso criminal. Alonzo apenas sabía defenderse, y la situación lo hacía sentir cada vez más vulnerable. Lo guiaron a través de la enorme casa hasta llegar a un gran comedor, donde lo esperaba su captor principal.
—Sombra, Halcón, pueden irse —ordenó Alessandro Bernocchi, y ambos hombres asintieron antes de retirarse en silencio. Solo entonces Alonzo comprendió los sobrenombres de aquellos sujetos.
—Buenos días, señor Bernocchi —saludó Alonzo con amabilidad, manteniendo la vista fija en el suelo. Lo último que deseaba era provocar la ira de ese hombre, quien probablemente no dudaría en hacerle daño.
—Te hemos investigado, Alonzo —Alessandro dejó los cubiertos sobre la mesa y lo miró fijamente—. Sé que no eres un agente ni tienes idea de quién es ese bastardo.
Alonzo suspiró aliviado, pero antes de que pudiera responder, Alessandro continuó:
—Sin embargo, estás aquí, y no es conveniente dejarte ir ahora.
—Pero yo no diré nada, se lo juro —Alonzo, desesperado, estaba dispuesto a hacer lo que fuera por su libertad. Sin pensarlo dos veces, dejó de lado su orgullo, se arrodilló y suplicó—. Por favor, déjeme ir.
Alessandro lo observó en silencio antes de responder con frialdad:
—Si te dejo ir, tendría que ser en una bolsa negra. ¿Estás dispuesto a aceptar eso?
Los ojos de Alonzo se agrandaron por el miedo. La realidad era clara: no saldría de allí en mucho tiempo.
—No quiero morir —murmuró, derrotado.
Alessandro lo miró con una mezcla de lástima y frialdad.
—Verás, Alonzo, no es que sea insensible a tu situación, pero tengo mis propios intereses que proteger. No puedo poner en riesgo mi libertad, ¿comprendes?
Alonzo asintió lentamente, aunque no estaba del todo de acuerdo. Alessandro continuó:
—Hiciste algunas cosas que me hicieron dudar. Quiero que respondas con total honestidad.
—Lo haré. Diré la verdad, lo juro.
—Entonces dime —Alessandro lo miró intensamente—, ¿por qué te acostaste conmigo?
Las palabras de Alessandro lo dejaron sin aliento. Los ojos de Alonzo se abrieron tanto que parecían a punto de salirse de sus cuencas. Se levantó de inmediato, tambaleándose hacia atrás. Su rostro palideció, y su corazón comenzó a latir desbocado.
—Tú... —murmuró, con la garganta seca—. Tú eres el bastardo que se aprovechó de mí...
Gracias por compartir una de tus pasiones.
Y hacerme adicta a tus historias.
suerte gracias de nuevo a seguir con las historias .
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