Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta, decidida, libre para expresarse.
Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Malas noticias
Isabella e Ian pasaron la tarde junto a su madre, compartiendo historias y recuerdos. La habitación 315 estaba impregnada de una mezcla de nostalgia y esperanza. Ana, aunque estaba visiblemente débil, mantenía una sonrisa para sus hijos, intentando no mostrarles el dolor y la preocupación que la consumían por dentro.
-Mamá, ¿te acuerdas de cuando fuimos al parque y me caí de la bicicleta? - dijo Ian, con sus ojos brillando con emoción al recordar aquel día.
Ana sonrió, su mirada iba suavizándose al recordar.
-Claro que sí, cariño. Te levantaste enseguida y volviste a montar. Eres muy valiente, ¿sabes?
Isabella observaba la interacción entre su madre y su hermano con una mezcla de ternura y tristeza. Sabía que esos momentos eran preciados y no quería que acabaran. Sin embargo, el cansancio empezó a notarse en Ana y las luces de la tarde comenzaron a apagarse, indicando el final del horario de visitas.
-Es hora de irnos, Ian- dijo Isabella suavemente- Mamá necesita descansar.
El pequeño asintió con un poco de resistencia, pero se levantó y besó a su madre en la mejilla.
-Te quiero, mamá- se despidió- Mañana volveremos a verte, ¿verdad Isa?
Ana le acarició el cabello, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.
-Sí, mi amor. Mañana estaremos juntos otra vez.- replicó la mujer, con la angustia haciendo mella en su interior.
Mientras Isabella se inclinaba para besar a su madre, un médico apareció en la puerta. Era el mismo que había atendido la emergencia anteriormente.
-Señorita Martínez, ¿podríamos hablar en privado? -preguntó, su tono era serio y su semblante reflejaba preocupación.
Isabella sintió un nudo en el estómago, pero asintió. Sabía que era importante.
-Claro, doctor. Ian, quédate aquí con mamá un momento, ¿vale?- le dijo al pequeño.
El niño asintió y se subió a la silla al lado de la cama de Ana, sosteniendo su mano.
-No tardes, Isa- dijo Ian con una mezcla de miedo y esperanza en sus ojos.
Isabella siguió al médico por el pasillo, sus pasos iban resonando en el suelo de linóleo. El galeno la llevó a una pequeña oficina, donde la invitó a sentarse. El ambiente en la oficina era sobrio, con una mesa llena de papeles y una lámpara que emitía una luz tenue.
-Señorita López- comenzó el médico- lamento tener que darle estas noticias- agregó acomodándose en su silla- Luego de los estudios que le realizamos a su madre debido a su reciente descompensación, lamento informarme que Ana tiene un severo problema cardíaco.
Isabella sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero se obligó a mantener la compostura.
-¿Qué tipo de problema, doctor? ¿Hay algún tratamiento?- preguntó, con su voz temblando ligeramente.
El médico la miró con una expresión de profunda compasión.
-Es una cardiopatía avanzada. Hemos hecho todo lo posible para estabilizarla- le dijo- pero lamentablemente, su condición es irreversible. No hay más tratamientos que podamos ofrecer aquí.
Las palabras del médico cayeron sobre Isabella como un balde de agua fría. La muchacha sintió que su corazón se rompía en mil pedazos, pero sabía que tenía que ser fuerte.
-¿Qué… qué significa esto para ella?- logró decir apenas en un murmullo angustiado, luchando contra las lágrimas.
-Vamos a mantenerla aquí durante un día más para asegurarnos de que está lo suficientemente fuerte y estable para regresar a casa- explicó el médico con suavidad- Después de eso, podrán llevarla a casa. Es importante que pase sus últimos días rodeada de su familia y en un entorno tranquilo y cómodo.
Isabella asintió, las lágrimas finalmente lograron escapar de sus ojos. La muchacha se sentía abrumada por el dolor y la impotencia, pero sabía que debía ser fuerte por su madre y por Ian.
-¿Hay algo que podamos hacer para hacerle más llevaderos estos días?- preguntó, su voz era apenas un susurro. El médico asintió.
-Lo más importante es que esté rodeada de amor y apoyo- respondió el galeno- Podemos proporcionarle cuidados paliativos para asegurarnos de que esté cómoda y sin dolor.
Isabella tomó un profundo aliento, tratando de recomponerse.
-Gracias, doctor. Aprecio todo lo que han hecho por mi madre- le dijo claramente angustiada.
El médico notando la angustia de la muchacha se acercó a ella, le dio una palmadita en el hombro, lo cual fue un gesto de consuelo que Isabella necesitaba desesperadamente.
-Lamento tener que dar estas noticias, pero su madre es una mujer fuerte y está claro que es amada. Eso es lo más importante- reflexionó intentando que la muchacha sintiera algo de alivio.
Isabella salió de la oficina con el corazón pesado, pero decidida a aprovechar cada momento con su madre. Volvió a la habitación 315, donde Ian estaba sentado junto a Ana, hablándole en voz baja.
-¿Todo está bien, Isa?- preguntó el pequeño, con sus ojos llenos de curiosidad y preocupación.
Isabella se forzó a sonreír, aunque sentía que su corazón estaba roto.
-Sí, cariño- le dijo- Vamos a irnos ahora, pero volveremos mañana. Mamá va a estar bien.
Ana miró a Isabella con una expresión de entendimiento y tristeza, pero también con amor y gratitud.
-Te quiero, mamá- dijo Isabella, inclinándose para besar su frente- Nos vemos mañana.
Ana asintió, su sonrisa débil pero llena de amor.
-Yo también te quiero, Isabella. Cuida de Ian, mi amor.
Y así con una última mirada de despedida, Isabella tomó la mano de Ian y lo condujo fuera de la habitación. Sabía que los días que venían serían difíciles, pero estaba decidida a hacer que cada momento contara.