Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
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Capitulo XXIV Plan fallido
Punto de vista de Fabiana
Había pasado un mes, y la rabia que sentía por la noticia de los gemelos Villavicencio era un fuego frío en mi estómago. ¡Dos herederos! Diana era una plaga que se multiplicaba.
Estaba a punto de abandonar mi puesto de vigilancia, frustrada, cuando vi salir a la amiga de Diana, la tal Irene, del edificio corporativo de Villavicencio. La vi saltar y sonreír, hablando por teléfono con obvia excitación. La seguí discretamente. Irene se dirigió a un centro comercial, compró una bolsa de regalos y luego tomó un taxi hacia la zona residencial. La dirección era inconfundible: la mansión Villavicencio.
Irene. Su punto débil. Su único contacto real.
Me estacioné a una distancia segura, observando cómo el taxi se detenía. Irene no se estaba colando; estaba siendo esperada. Llamé a mi contacto, la persona que me había estado proporcionando los detalles internos de la seguridad de la mansión.
—Tengo un cambio de planes. Necesito que se active la alerta silenciosa en el sector oeste, cerca de la pared del jardín, exactamente a las 7:30 PM. Solo la suficiente para distraer a un par de guardias de la entrada principal.
—Será hecho, Fabiana. Pero, ¿estás segura? El riesgo es demasiado alto ahora que hay un embarazo.
—El riesgo es para ellos. No me importa. —Colgué antes de que pudiera replicar.
Vi cómo Irene era recibida por la seguridad de la entrada. Yo tenía una hora.
Me puse una chaqueta oscura y una gorra que cubría mi cabello rubio. Mi plan no era un ataque frontal; era sutil, pero letal. Había comprado un frasco de Gotas de Laetrile, un extracto de almendra amarga muy potente. No deja rastro en el cuerpo, pero en dosis altas imita un ataque cardíaco o, en el caso de un embarazo, un aborto espontáneo fulminante. Dado el estado de salud de Diana y su anemia, nadie dudaría que fue algo natural.
Minutos antes de la hora acordada, me acerqué a la pared oeste, oculta entre los árboles. Escuché un silbido distante y el rápido movimiento de dos guardias corriendo hacia el perímetro. Era mi oportunidad.
Me deslicé por la pared lateral con una agilidad que había practicado en mis clases de gimnasia de la universidad, cayendo suavemente en el jardín. El complejo era vasto, pero yo conocía el diseño de la planta baja. Me dirigí a la cocina, el punto más vulnerable.
Punto de vista de Diana
Estaba recostada en el sofá de la sala, sintiéndome feliz y un poco adormilada por el suero. El anuncio de los gemelos se sentía como una burbuja de calor.
El ama de llaves anunció a Irene, y me levanté rápidamente, con una alegría genuina.
—¡Irene! —La abracé con fuerza.
—¡Felicidades, amiga! ¡Dos bebés, no puedo creerlo! —dijo, entregándome una bolsa.
—Ven, siéntate. Tenemos que hablar de negocios, de mi anemia y de lo bien que me trata mi autoritario esposo.
Nos sentamos en la sala. Irene abrió su bolso. —Te traje tu té favorito, el té de jazmín que te calma los nervios, y unos muffins que horneé esta mañana. Tienes que empezar a comer.
—Ay, amiga, eres la mejor. Justo lo que necesito.
Irene se dirigió a la cocina con el ama de llaves para preparar la tetera. Sentí un momento de paz que hacía mucho no experimentaba. Me recosté, cerrando los ojos.
Punto de vista de Fabiana
Me escondí detrás de un gran refrigerador industrial. Escuché la voz chillona de la criada y la risa de Irene. Estaban en la encimera. Mi corazón latía con fuerza.
La criada se fue a buscar unas galletas al comedor, dejando a Irene sola con la taza de Diana y la tetera caliente. Irene sacó el frasco de té de jazmín que trajo y puso las hojas en el infusor. Luego, se giró para buscar una cucharilla, dándome mi oportunidad.
Salí de mi escondite, moviéndome como una sombra. La taza de Diana estaba a un lado de la encimera, humeando levemente. Saqué el gotero que había preparado. Abrí la boca de la taza y, con precisión, vertí el líquido incoloro. No necesité más de cinco gotas para la dosis que buscaba.
Volví a esconderme justo cuando Irene se giraba con la cucharilla en la mano. Lo logré.
Punto de vista de Diana
Irene regresó a la sala con una bandeja: mi taza, la suya y los muffins.
—Aquí tienes, tu elixir de la felicidad —dijo Irene, entregándome la taza.
El aroma a jazmín inundó el aire. Tomé la taza, lista para darle un sorbo, cuando el móvil de Irene vibró.
—¡Oh! Es mi jefe, necesito tomar esto un segundo. —Irene se disculpó y fue al extremo de la sala.
Justo cuando acercaba la taza a mis labios, mi celular sonó con la llamada de Marcelo. Siempre puntual, siempre protector.
—Amor, necesito que te quedes con el té. No pruebes nada más por ahora. La nutricionista quiere que no comas nada hasta mañana, que ella te verá por video. Confía en mí, por favor.
La orden era extraña, pero la voz de Marcelo sonaba urgente. Bajé la taza, sintiendo la frustración por el té, pero también el alivio por su preocupación.
—Claro, amor. No te preocupes. Estoy bien, no he tomado nada.
Punto de vista de Fabiana
Me quedé mirando fijamente la taza, mi plan de meses, mi gran oportunidad, frustrada por una llamada de teléfono y una obsesión paternal. Mi furia se hizo tangible. Se había ido el tiempo. Tenía que salir de aquí, y rápido. La taza humeante de jazmín permanecía intacta sobre la mesa.
Me apresuré a salir por el mismo lugar por el que entre. No entendía que había pasado, todo iba bien hasta que Diana recibió esa llamada. Camine hasta mi auto y salí a toda prisa del lugar temiendo haber sido descubierta.