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Florecer De Las Cenizas

Florecer De Las Cenizas

Status: En proceso
Genre:Autosuperación / Traiciones y engaños / Cambio de Imagen
Popularitas:4.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Orne Murino

A veces perderlo todo es la única manera de encontrarse a uno mismo

NovelToon tiene autorización de Orne Murino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 23– Bajo protección

Juliana despertó temprano, con la sensación de que el mundo le exigía moverse antes de que la vida volviera a darle otro golpe. El fallido secuestro había sido la señal definitiva: no podía quedarse ni un día más en aquella casa que, aunque alguna vez había sido un hogar, ahora solo era un recuerdo envenenado de todo lo que había soportado junto a Martín.

La decisión estaba tomada. Ese mismo día se mudaría al barrio privado que Mattia le había mostrado en fotos y del que le había hablado con tanta convicción. Allí tendría seguridad las 24 horas, cámaras en cada calle y una paz que hacía tiempo no conocía.

Cuando Mattia llegó a buscarla, traía esa mezcla de firmeza y ternura que lo volvía distinto. Vestía sencillo, camisa blanca arremangada y pantalón de lino oscuro, pero la determinación en su mirada imponía respeto.

—Hoy es el día, Juliana —le dijo, apenas entrando al living donde cajas abiertas y valijas esperaban—. Ya está todo organizado.

Ella lo miró, sorprendida.

—¿Cómo que organizado? Si recién anoche decidí…

Mattia sonrió apenas, como si hubiera previsto cada paso antes de que ella lo pensara.

—No podía quedarme quieto después de lo que pasó. Alessandro y Mica ya están en camino, y la seguridad del barrio sabe que llegamos hoy. Solo necesitamos cargar todo y salir.

Juliana sintió un nudo en la garganta. Nunca nadie había cuidado de ella de esa manera, con esa mezcla de anticipación y entrega silenciosa.

—Gracias, Mattia… de verdad. —Su voz tembló.

Él no contestó con palabras, solo le acarició la mejilla con el dorso de la mano, un gesto breve pero cargado de significado.

La mudanza fue un caos organizado. Mica, siempre enérgica, daba órdenes sobre qué caja iba en qué auto, mientras Alessandro, con su elegancia un tanto improvisada, se las arreglaba para cargar muebles como si no pesaran nada.

—Che, no pensé que un diseñador de carteras también pudiera ser estibador —bromeó Mica mientras lo veía levantar una cómoda.

—No subestimes el gimnasio —contestó Alessandro, guiñándole un ojo.

Las risas aliviaban la tensión del momento, y por primera vez Juliana sintió que esa transición no era solo un escape, sino un renacer.

En medio de ese trajín, Mattia entró a la cocina con dos termos y un par de mates que había comprado en un mercado de San Telmo la tarde anterior.

—Me dijeron que si voy a vivir en Argentina, necesito aprender esto —dijo con seriedad fingida, alzando el mate como si fuera un trofeo.

Juliana rió, sorprendida por el detalle.

—¡No lo puedo creer! ¿Mateaste alguna vez?

—Nunca. Pero siempre hay una primera vez, ¿no?

Ella le cebó uno, y cuando lo vio dudar con la bombilla, no pudo evitar acercarse y acomodarle la mano. La cercanía los envolvió en un silencio distinto, cargado de electricidad.

Mattia probó el sorbo y cerró los ojos.

—Amargo… intenso. Pero tiene algo adictivo. Como algunas personas.

Juliana sintió el rubor subirle al rostro, y no se animó a contestar. En ese instante, la cocina se volvió un mundo aparte, hasta que una carcajada nerviosa los interrumpió.

—¡Ay, perdón! —dijo Mica, entrando justo cuando Mattia parecía inclinarse un poco más hacia Juliana—. Yo… eh… necesito cinta de embalar.

La incomodidad fue tal que Mica salió corriendo con las manos en la cara, y Alessandro, desde el pasillo, soltó una carcajada al ver la escena.

Juliana y Mattia quedaron en silencio, las miradas aún enganchadas, hasta que ella se giró rápidamente hacia las cajas para disimular.

La caravana partió rumbo al barrio privado cerca del mediodía. Al llegar, Juliana quedó impactada: calles arboladas, casas modernas con jardines prolijos, seguridad en cada acceso. Era como entrar a otro mundo.

Mientras descargaban, Mattia se encargó de hablar con los encargados de la custodia. Su tono era firme, casi militar. Juliana lo observó desde lejos y por primera vez notó algo en su postura, en la forma en que daba órdenes y calculaba detalles, que no correspondía a un simple empresario de moda.

Cuando al fin quedaron solos, ella no pudo contener la curiosidad.

—¿Cómo hacés para moverte así? Parecés… no sé, un general.

Mattia suspiró, y por un instante dudó si contarle. Finalmente, decidió abrir una puerta que hasta ahora había mantenido cerrada.

—Antes de todo esto, de las carteras, de las pasarelas… hice el servicio militar obligatorio en Italia. Me quedé más tiempo del que debía. Llegué a un rango alto, tuve responsabilidades que me marcaron. Pero un día decidí dejarlo todo. Alessandro me arrastró a este mundo, y encontré otra forma de vivir.

Juliana lo escuchaba atenta, con los ojos brillantes.

—¿Y nunca lo extrañaste?

—A veces. Pero ahora entiendo que todo eso me sirvió para algo. Para poder proteger lo que realmente importa.

Ella bajó la mirada, conmovida. Nunca nadie la había mirado como Mattia lo hacía en ese momento: como si ya la considerara parte de su vida, de su misión.

Mientras tanto, en un departamento oscuro y cada vez más desordenado, Martín se hundía en un espiral peligroso. Botellas vacías sobre la mesa, papeles del divorcio arrugados en el suelo. Paula le gritaba, llorando, exigiéndole que cumpliera su promesa de casarse con ella, recordándole el hijo que llevaba en su vientre.

Pero Martín apenas la escuchaba. Su mente estaba fija en Juliana, en la idea de que ella se le escapaba de las manos.

—Nadie me la va a quitar… —murmuró con los ojos encendidos—. Nadie.

Paula lo tomó del brazo, furiosa.

—Si no lo hacés, Martín, me hundo yo… ¡y vos conmigo!

Él la apartó con un gesto brusco. Ya no la veía. Ya no veía nada. Solo un objetivo que se volvía obsesión: recuperar a Juliana, cueste lo que cueste.

Esa noche, cuando la mudanza terminó y la casa de Juliana quedó mínimamente ordenada, Mattia se quedó un rato más. Desde la cocina, ella lo observaba revisar ventanas y cerraduras, como si fuera un ritual.

—Ya estás a salvo, Juliana —dijo él, finalmente, apoyándose en el marco de la puerta.

Ella sonrió cansada, pero con una paz que hacía mucho no sentía.

—Gracias, Mattia. Por todo.

Él se acercó despacio, tomó su mano y, sin apartar la mirada, la besó suavemente sobre la piel. Fue un gesto simple, pero cargado de promesas.

Juliana cerró los ojos un instante y comprendió algo: no estaba sola. Nunca más lo estaría.

1
Maritza Suarez
👍
Lorena Itriago
Martín no estaba preso? no entiendo porque está en su departamento?
Lorena Itriago
tengo una duda Micaela y Camila son la misma persona?
Edith Villamizar
Hola inicio de ésta historia 🌹
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