Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.
Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.
Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.
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Capitulo 18
El gran salón estaba iluminado con cientos de lámparas de cristal, reflejando destellos dorados sobre los vestidos de seda y las copas de vino. El banquete reunía a lo más selecto de la nobleza, y entre murmullos y risas falsas, el nombre de la pequeña duquesa flotaba como un veneno dulce.
—Dicen que protegió a un híbrido…
—¿Cómo puede una hija de duque rebajarse tanto?
—Una vergüenza, sin duda.
Ella avanzó entre los pasillos con paso pequeño pero firme, acompañada de sus hermanos. Su mirada, fría como el hielo, no buscaba aprobación. Había aprendido demasiado pronto que la aprobación era tan frágil como una copa de cristal.
Cuando la música se detuvo, una joven noble de rizos dorados y sonrisa envenenada se acercó, fingiendo inocencia.
—Oh, mi querida, ¿no es cierto que ahora… coleccionas mascotas exóticas? —Su voz sonó fuerte, lo suficiente para que todos escucharan.
Las risas contenidas se esparcieron como un rumor.
La niña no pestañeó.
—Lior no es una mascota. Tiene nombre, dignidad y voluntad. Algo que algunos aquí parecen haber olvidado.
El silencio cayó como una daga. La noble rubia palideció, y antes de poder responder, Edmund, desde un rincón, arqueó una ceja con satisfacción.
Las miradas se posaron en ella, algunas de burla, otras de furia… y unas pocas, de respeto.
En ese momento, un hombre mayor, de armadura gastada y sin insignias, se adelantó desde la multitud. Era un caballero caído en desgracia, expulsado de su orden por proteger campesinos contra los abusos de un barón.
Se arrodilló frente a la niña, sin importarle las miradas horrorizadas.
—Mi lady… he visto la nobleza en usted que ya no existe en muchos de aquí. Si lo permite, juro lealtad a su causa, aunque aún no la entienda del todo.
Los murmullos estallaron en el salón como fuego.
Ella lo miró, sorprendida. Una parte de su corazón quería rechazarlo, por miedo a volver a perder a alguien. Pero sus labios, casi sin pensar, pronunciaron:
—Entonces levántate, caballero. Porque no aceptaré a nadie que se postre ante mí, sino a quienes caminen a mi lado.
El caballero levantó la cabeza, y en sus ojos brilló una devoción que el salón entero no pudo ignorar.
En las sombras, sus enemigos apretaron los dientes.
"¿Una niña… ganando seguidores? Esto no puede permitirse."
Y Edmund, con una sonrisa enigmática, pensó:
"Así comienza… así comienza su verdadero destino."
El murmullo del banquete no se apagó ni siquiera después de que la música volviera a sonar. Aunque las copas tintineaban y las sonrisas fingidas regresaban a los rostros, todos tenían algo nuevo de qué hablar: la pequeña duquesa que había respondido con firmeza a la burla.
En un rincón apartado, la niña observaba al caballero que había jurado lealtad. Su armadura vieja brillaba bajo la luz de los candelabros, y sus ojos, cansados por los años y la derrota, la miraban con una mezcla de respeto y alivio.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó ella en voz baja, cruzando sus brazos—. No me conoces.
El hombre sonrió, con la calma de alguien que ya había perdido todo.
—Porque vi en sus ojos algo que no veo en los nobles de este salón… justicia. Cuando uno ha estado en la guerra, aprende a reconocer a quién vale la pena seguir.
La niña apartó la mirada. La palabra justicia le sonaba demasiado grande para una criatura como ella… pero en su interior, aquella chispa la estremeció.
Mientras tanto, en otra mesa, varios nobles cuchicheaban.
—Si la dejamos crecer así, nos traerá problemas.
—Debe aprender su lugar… o haremos que lo aprenda.
Sus enemigos ya empezaban a mover piezas.
En ese momento, una mano fría tocó su hombro. Era su hermano mayor, de mirada seria y calculadora.
—Hiciste bien —susurró, lo suficientemente bajo para que solo ella lo oyera—. Pero ten cuidado… has llamado demasiado la atención.
Antes de que pudiera responder, escuchó la voz que menos deseaba oír:
—Vaya, vaya… —Edmund apareció, sosteniendo una copa de jugo con una sonrisa burlona—. No imaginé que fueras tan buena en los escenarios. Tal vez naciste para ser actriz y no duquesa.
La niña frunció el ceño, dándole la espalda.
—Deja de molestarme.
Edmund rió con suavidad, inclinándose a su altura.
—Molestar, dices… pero me pareces mucho más entretenida que cualquiera de estas muñecas adornadas.
Ella se cruzó de brazos, mirando hacia otro lado.
"Este mocoso acaso no se cansa nunca…" pensó con fastidio.
El banquete avanzaba, pero algo era claro: aquella noche, sin proponérselo, había ganado tanto un enemigo más peligroso como un aliado inesperado.
Y en las sombras del salón, los ojos de alguien la observaban con una intensidad inquietante.
La música del banquete se fue apagando con el correr de las horas, y la mansión ducal quedó sumida en un silencio pesado. Los últimos carruajes se alejaban bajo la luna, pero no todos los invitados habían regresado a sus hogares.
En una sala apartada del mismo palacio —con las ventanas cerradas y las lámparas encendidas apenas lo suficiente para iluminar los rostros—, un grupo de nobles permanecía reunido.
El vizconde Halmer, de sonrisa afilada y barba perfectamente recortada, alzó su copa con un gesto burlón.
—Entonces, ¿qué opinan de la “niñita duquesa”? —preguntó, saboreando el vino—. No parece la mocosa engreída que todos describían.
—Precisamente eso es lo preocupante —interrumpió la condesa Veyra, una mujer de ojos gélidos—. Si logra ganarse la simpatía del pueblo y de algunos caballeros, podría convertirse en una figura incómoda.
El barón Rottlen, siempre ansioso de agradar a los más fuertes, golpeó la mesa.
—No podemos permitir que una simple mocosa nos humille de esa manera. ¿Vieron cómo respondió a la burla de Lady Mirian? ¡Le arrebató la escena! Si continúa así, pronto pondrá en vergüenza a todos nosotros.
El vizconde Halmer entrecerró los ojos, su voz descendió a un susurro calculador.
—Propongo algo sencillo: la próxima vez que asista a un evento social… le tenderemos una trampa. Una pequeña “confusión” que exponga lo que realmente es.
—¿Y qué es, según vos? —replicó con sarcasmo la condesa.
—Una villana disfrazada de cordero —respondió Halmer, levantando la copa con malicia—. Solo necesitamos que los demás la vean como tal.
Las risas bajas resonaron en la sala, sellando el pacto oscuro.
Mientras tanto, en los corredores solitarios de la mansión, una figura permanecía de pie, escuchando desde la penumbra. Edmund von Asterion, con las manos detrás de la espalda, mantenía el ceño fruncido.
Había seguido a los conspiradores por simple instinto, y lo que oyó lo dejó intrigado.
"Así que intentarán cazarla como si fuera un juego…" pensó, girando sobre sus talones.
No intervino, ni se delató. Una sonrisa fugaz cruzó su rostro, apenas perceptible.
—Veamos qué tan capaz eres, pequeña —murmuró en voz baja, como si lanzara un desafío invisible al viento.
En su habitación, la protagonista ya se había cambiado el vestido pesado del banquete por un camisón ligero. Sentada en la cama, con la luna iluminando sus rasgos de niña, mantenía la mirada perdida en la ventana.
Sabía que algo había cambiado esa noche. Podía sentir las miradas hostiles, las palabras venenosas disfrazadas de cortesía, los cuchicheos cuando pensaban que no escuchaba.
Se llevó las rodillas al pecho, abrazándolas con fuerza.
"Otra vez quieren convertirme en la villana…" pensó con amargura.
Pero esta vez no era la misma de antes. No se dejaría arrastrar hacia un destino de odio y ruina.
Su corazón latía con un fuego silencioso, uno que ni siquiera sus enemigos podrían extinguir.
En ese instante, sin que lo supiera, su camino y el de Edmund se entrelazaban más fuerte. Ella se preparaba para sobrevivir… y él, para observar hasta dónde era capaz de llegar.