Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
❗️Advertencia ❗️: Leer con precaución, uso de lenguaje fuerte que puede afectar la sensibilidad del lector
NovelToon tiene autorización de Alejandro Briñones para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 12
–¡Siento llegar tarde! –exclamó.
–No llegas tarde –la tranquilizó Cleo–. Acaban de salir –miró a Marina y enarcó las cejas–. Vaya, tienes aspecto...
–Raro –contribuyó Georgia con descaro.
–De bibliotecaria sexy –corrigió Cleo.
–¿Las bibliotecarias son sexys? –preguntó Harry.
Cleo intercambió una mirada con Marina, que controló una sonrisa.
–Al coche, chicos. ¿Te acercamos, Cleo?
–No, voy a recoger unos vasos de casa de Sara para esta noche.
–Espero que lo paséis muy bien, me encantaría poder ir, pero... –alzó los hombros; su niñera habitual le había fallado.
–Bueno, puedes llamarme hada madrina. La madre de Jonás va a ocuparse de Anna y se ha ofrecido a quedarse con los tuyos también. Jonás recogerá a los mellizos de camino a casa y te los llevará por la mañana.
–Oh, Cleo, eso es muy amable, pero no podría aprovecharme de...
–No es aprovecharse. Maud se ha ofrecido y sabes que lo pasarán de maravilla.
–Sí, pero...
–Sí, pero nada, Cenicienta, irás al baile. Y no olvides que la invitación incluye a tu guapísimo jefe. Te aseguro que si tuviera unos cuantos años menos te haría la competencia.
–Me temo que no está aquí –dijo Marina, intentando sonreír por la broma. Se sintió culpable al ver la decepción de su amiga.
–Pensaba que volvía hoy. Será una gran decepción para Jonás , quería darle las gracias personalmente y corresponder a su hospitalidad. La mitad de la gente solo fue al evento porque querían echar un vistazo a la hacienda.
La intranquilidad de Marina se acentuó. Si no admitía que esa hospitalidad no había sido voluntaria, no podía impedir que todos trataran al nuevo dueño de la mansión como a un filántropo.
–Tenía que volver hoy –admitió–. Pero cuando salí de casa no había llegado.
–Puede que llegue más tarde.
–Todo es posible –admitió Marina. No imaginaba a Alessandro en una fiesta en la que los vasos eran prestados y la comida cocinada por los invitados. Gracias a Dios, era posible, pero no probable.
–Bueno, prométeme que se lo recordarás si llega. Parecía interesado en venir. Dile que nos encantaría verlo. Es obvio que se está esforzando para ser parte de la comunidad.
Marina no tuvo corazón para destrozar esa ilusión diciendo que solo había aceptado para librarse de todos ellos lo antes posible.
–Si viene, se lo diré –prometió Marina, imaginando con horror que Alessandro decidiera asistir. Pasaría la velada con expresión de desdén, amargando la fiesta a todos; Marina quería evitar eso a sus amigos. Además, egoístamente, quería evitar tener que pasar su tiempo libre con un hombre que la ponía nerviosa incluso antes de abrir la boca y decir algo hiriente y vil. Que la mitad de lo que decía fuera verdad no venía al caso. Perdiendo el hilo de sus pensamientos, sacudió la cabeza para borrar de su mente esos labios sensuales tocados de crueldad.
Estaba pensando en la boca del hombre, pero debería preocuparse de lo que salía de ella.
–Jonás recogerá a los mellizos a las seis.
***
Alessandro no se involucraba en la vida de otras personas. Sus donaciones benéficas a buenas causas eran anónimas, y nunca respondía a ningún tipo de chantaje emocional o historia lacrimógena, pero no podía dejar de pensar en la niña cuya única posibilidad de volver a andar dependía de un viaje a América.
«Admítelo, Alessandro , la niña te impactó».
Esa aparente debilidad le hizo fruncir el ceño. Su padre había sido un hombre sentimental, bondadoso y confiado, siempre preocupado por los demás. Un hombre que había enseñado a su hijo la importancia de la caridad con su ejemplo.
Pero, ¿adónde lo había llevado eso?
Aunque era universalmente admirado y querido, había terminado roto y desilusionado.
Alessandro había tenido que ver, impotente, cómo la segunda esposa de su padre, con la ayuda de su hija, esquilmaba el negocio familiar, no solo robando a su padre, sino también a sus mejores clientes. No tenía ninguna intención de emular a su progenitor, en su vida no había lugar para el sentimentalismo; esperaba lo peor de los demás y rara vez se equivocaba.
La experiencia le había enseñado que hasta el rostro más inocente podía ocultar un corazón traicionero, como en el caso de su madrastra y su hija. Sacudió la cabeza y desechó los pensamientos sobre las embaucadoras que habían aislado a su padre de amigos, colegas y familia, asegurándose de que, cuando Alessandro comentara la preocupación de los socios de la empresa, su padre lo considerara un ataque de ira celosa.
Alessandro nunca sería el hombre que había sido su padre. A su modo de ver, era mejor que su nombre fuera sinónimo de frialdad y falta de corazón a ser considerado una diana fácil…