Entre La Razón Y La Piel

~Liam

_____________

Tal vez pensaba que no me estaba dando cuenta, pero veía claramente la forma en cómo me estaba evitando. No es que hiciera ningún intento por acercarme a ella, ni siquiera le pregunté acerca de la tutoría de ese jueves –ya no lo necesitaba, estaba de vuelta con mis notas–, pero era demasiado evidente cómo huía hacia otra dirección en cuanto me notaba cerca. Incluso si Camile estaba conmigo, fingía no conocerla.

Lo tomé con indiferencia en un inicio, sin embargo, admito que alimentó mi incertidumbre. ¿Por qué estaba haciendo eso? Para qué me lo preguntaba, si resultaba obvio. Solo estaba actuando como una caprichosa y una mimada que hacía berrinches por falta de atención.

Pero los días pasaron, y luego esos días se convirtieron en dos semanas y ella seguía en lo mismo. El modo en cómo me veía con dureza y después me quitaba la mirada con desprecio para ignorarme constantemente pasó a frustrarme. Está bien, no eramos amigos, ni al caso. No tenía por qué preocuparme si decidía tomar distancia. Pero una cosa es que no tuviera charlas amables conmigo y otra muy distinta que me lanzara miradas por encima de su hombro.

Y aquél día, la vi plantada cerca de la universidad, un sábado, cuando sus clases de la mañana habían terminado. Tenía la vista fija en su teléfono, parecía estar esperando a alguien. La llamé desde lejos, pero pronto apagué mi voz al notar que tenía los audífonos de cable puestos. Cuando estuve lo suficientemente cerca, se los arrebaté de un tirón.

—¿Qué mierda haces? —levantó la vista con el ceño fruncido y una expresión de rabia.

—Necesito hablar contigo. Ahora mismo.

Se rió. Me reventaba tanto cuando se burlaba de mí en mi cara. Estaba esperando una respuesta de su parte, y lo único que hizo fue darse vuelta y empezar a caminar.

Pero no. Otra vez no. No iba a esquivarme cuando a ella se le diera la gana.

Tomé su brazo para detenerla.

—Te dije que necesitaba hablar contigo, y te vas a quedar aquí a escucharme.

—¿Estás ebrio o qué?

—No. No estoy borracho. Solo estoy harto de tus actitudes infantiles. Necesito saber qué está pasando.

—¿Harto de qué? —levantó la voz, casi histérica—. Ni siquieta hemos hablado. Si tanto te jode mi actitud pasa de largo de mí y ya está —agitó su brazo con tosquedad para zafarse. Lo volví a coger—. Suéltame, estás idiota.

—Quiero saber qué te ocurre. Llevas dos semanas con ese comportamiento estúpido de esquivarme por todos lados.

—No es mi maldito problema que no soportes estar lejos de mí —tomó mi muñeca con el brazo que le quedaba libre para quitarme—. Obsesiónate con alguien más, por Dios.

Avanzó unos cuantos pasos más y me adelanté para frenarla y poder encararla.

—Sabes que me estás provocando.

—No —soltó otra risa—. Esta vez no estoy haciendo nada, Liam. No te preocupes, simplemente no quiero estar más cerca de ti.

Continué interponiéndome en su camino.

—No vas a ninguna parte hasta que hablemos.

Resopló, girando los ojos.

—Habla.

—Sin rodeos. Quiero saber por qué razón has estado evitándome por las últimas semanas.

—¿De verdad me lo preguntas? En serio pensé que eras más listo que eso —dijo en voz baja, en un intento por ofenderme que decidí ignorar.

—Deja de jugar, Allison. No estoy para bromas —me acerqué más a ella, haciendo que retrocediera por instinto—. Quiero una respuesta honesta.

Levantó la ceja, cruzándose de brazos.

—Mejor contéstame algo tú primero, Liam —me miró, desafiante—. ¿Por qué mierda te ha afectado tanto que me haya alejado? ¿Tan urgido estás por mi atención?

Alguien tenía que bajar de su nube a esta señora, pero eso era mi culpa por querer enfrentarla. Yo mismo le estaba abriendo la puerta para que se subiera a su pedestal.

—¿De verdad piensas que es sólo por atención? ¿Crees que soy tan frívolo?

—Entonces, ¿por qué no me dejas estar en paz?

—Quiero saber qué te pasa, Ali.

—Carajo —gritó. Estaba alterada y yo ni siquiera había dicho nada insultante. Una clara prueba de que no estaba bien de la cabeza—. Que dejes de llamarme de esa forma. Y ya déjame estar sola que me estás sofocando.

Logró engañar mis movimientos para esquivarme y caminó. Con mayor velocidad que antes. Casi trotaba cuando decidí seguirla. Solo me bastó dar pasos alargados para llegar hasta ella.

—No te atrevas a irte así. Todavía no he terminado y no me has dado ninguna respuesta.

—Dios mío, pareces un put* acosador.

Sí, ya tendría tiempo de arrepentirme de la autohumillación que estaba generando. Pero mientras, de verdad quería que respondiera. Y ya había empezado, así que.

—No te estoy acosando, idiota. Solo quiero hablar.

—Pues no. Me estás dando mucha flojera. Ya no me sigas más.

—Para. Ya —advertí.

Juro que si no se detiene ahora me encabronaría de verdad.

Y así lo hizo, siguió y siguió, y antes de que tomara la iniciativa y el valor para correr, la agarré una vez más del brazo, pero esta vez la jalé conmigo hasta uno de los callejones que quedaba cerca. La aplasté contra una pared, acorralándola en una de las esquinas. Mi cuerpo estaba muy cerca al de ella.

—Estás enfermo —Sus ojos denotaban irritación, fastidio. Habría querido arremeter contra mí de haber podido—. ¿Qué mierda te pasa, imbécil?

Bajé mi voz a una octava. Se oía mi respiración de lo agitada que estaba y podía sentir la de ella.

—Te has estado burlando de mí todo el maldito tiempo. ¿Qué esperas? ¿Que puedes hacer lo que se te venga en gana y luego desaparecer sin tener consecuencias?

—¿De qué hablas?

Presioné aún más mi cuerpo contra el de ella, encerrándola completamente.

—Tu forma de ser, tu comportamiento molesto —seguí hablando—, y tu indiferencia. Todo me está jodiendo la cabeza.

No sabía qué estaba haciendo, pero me sentía fuera de mí. No podía pensar en otra cosa más que en que quería que lo pagara todo.