En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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Una declaración
Capitulo 24.
La escena era conmovedora y llena de ternura. Susan se había quedado dormida sobre la cama de los gemelos, rodeada de sus pequeños cuerpos. Después de un rato, Carlos y Ulises se despertaron y comenzaron a jugar con el rostro de su madre, tocándole la cara y hablando entre sí.
"¿Mamá? ¿Mamá?", decían los gemelos, pensando que Susan seguía dormida.
Pero Susan no estaba dormida. Estaba escuchando a sus hijos, y se sentía feliz y orgullosa de ellos. Escuchó cómo hablaban de su belleza, de sus pómulos y de su voz.
"Qué bonita es mamá", decía Carlos.
"Sí, si mira sus pómulos", agregaba Ulises. "Definitivamente, mamá sería una modelo. No tiene cara de actriz pero si de cantante, además canta hermoso".
Susan se sentía conmovida por las palabras de sus hijos. Se sentía feliz de que ellos la vieran de esa manera, de que la consideraran hermosa y talentosa. Y se sentía orgullosa de haber tomado la decisión de dejar ir a Alan y de enfocarse en sus hijos.
En ese momento, Susan supo que había tomado la decisión correcta. Supo que su felicidad y la de sus hijos eran lo más importante, y que no necesitaban a nadie más para ser felices.
La escena era divertida y llena de alegría. Ulises, el mayor de los gemelos, le preguntó a Carlos sobre el hombre que se quedaba afuera de la casa desde que su madre regresó a Alemania. Carlos, entre broma, le dijo que sería bueno que el tío Héctor corriera otra vez a esos hombres.
Ambos niños soltaron una carcajada infantil, y Susan, que había estado escuchando la conversación, no pudo contenerse y también comenzó a reír. La risa de los tres llenó la habitación, y por un momento, todos se olvidaron de las preocupaciones y los problemas.
Susan se sentó en la cama y abrazó a sus hijos, sintiendo una profunda alegría y gratitud por tenerlos en su vida. La risa de los tres se convirtió en un abrazo, y en ese momento, Susan supo que todo iba a estar bien.
La risa se fue apagando lentamente, y los tres se quedaron en silencio, abrazados. Susan miró a sus hijos y vio la felicidad y la inocencia en sus ojos. Sintió un profundo amor por ellos, y supo que haría cualquier cosa para protegerlos y hacerlos felices.
La escena era cálida y familiar, llena de la rutina diaria de una familia amorosa. Susan ayudó a los gemelos a bañarse, riendo y jugando con ellos mientras se enjabonaban y se enjuagaban. Luego, los ayudó a cambiarse, eligiendo ropa limpia y fresca para el día.
Mientras se vestían, Susan preparó el desayuno en la cocina. El aroma de pan tostado y huevos revueltos llenó la casa, y los gemelos se reunieron alrededor de la mesa, ansiosos por comenzar el día.
Susan les sirvió un tazón de cereal con leche y frutas frescas, y ellos se sentaron a comer, charlando y riendo mientras disfrutaban de su desayuno. Susan se sentó con ellos, bebiendo un café y sonriendo mientras los veía comer.
Después del desayuno, Susan se arregló para el día, peinándose el cabello y aplicándose un poco de maquillaje. Se puso un vestido cómodo y elegante, y se calzó unos zapatos que la hacían sentirse segura y confiada.
Mientras se arreglaba, los gemelos se preparaban para ir a la escuela, recogiendo sus mochilas y sus libros. Susan les dio un beso y un abrazo, deseándoles un buen día en la escuela.
La escena era cálida y familiar, llena de la rutina diaria de una familia amorosa. Susan y los gemelos se sentían cómodos y seguros en su hogar, y la mañana transcurría con una sensación de paz y tranquilidad.
...pero justo cuando estaban a punto de salir, Susan se dio cuenta de que había olvidado algo importante. Miró a sus hijos y vio que estaban listos para ir a la escuela, pero ella se sentía un poco desorganizada.
"Esperen un momento", dijo Susan, mientras se daba la vuelta para buscar lo que había olvidado.
Los niños se detuvieron en la puerta, mirando a su madre con curiosidad. "¿Qué pasa, mamá?", preguntó Ulises.
Susan sonrió y se dirigió hacia la cocina. "Nada, nada", dijo. "Solo voy a buscar algo que olvidé".
Pero justo cuando estaba a punto de encontrar lo que buscaba, escuchó un golpe en la puerta. Los niños se miraron entre sí y luego se volvieron hacia su madre.
"¿Quién puede ser?", preguntó Carlos.
Susan se encogió de hombros y se dirigió hacia la puerta. "No lo sé", dijo. "Voy a ir a ver".
Y con eso, Susan se dirigió hacia la puerta, sin saber quién o qué la esperaba al otro lado.
Los niños la siguieron hasta la puerta, cuando abrieron se dieron cuenta que Héctor estaba parado en la puerta, sonriendo y con una mirada cálida en sus ojos. Los niños se alegraron al verlo y corrieron hacia él, abrazándolo y saludándolo con entusiasmo.
"Hola, tío Héctor", dijeron los niños al unísono.
Héctor se agachó y les dio un abrazo, sonriendo a Susan sobre sus hombros. "Hola, chicos", dijo. "¿Cómo están hoy?"
Susan sonrió y se sintió un poco nerviosa al ver a Héctor en su puerta. No sabía qué hacer o qué decir, pero Héctor parecía estar allí para ayudarla, como siempre.
Mientras todo parecía normal, la escena cambió de manera repentina y dramática. Susan se había relajado al ver a Héctor en la puerta, pensando que era el único visitante que esperaba. Pero su corazón se detuvo en seco cuando vio a Alan aparecer de la nada, como un fantasma que se materializaba en la realidad.
La sorpresa y el shock se reflejaron en el rostro de Susan, que se quedó paralizada en la puerta, sin saber qué hacer o qué decir. Los niños, que habían estado jugando con Héctor, se detuvieron en seco y se volvieron hacia su madre, confundidos y asustados por la expresión de su rostro.
Alan se acercó a Susan con una sonrisa en el rostro, pero sus ojos parecían ocultar algo más profundo y complejo. "Hola, Susan", dijo, su voz suave y melodiosa. "He venido a hablar contigo".
La atmósfera se cargó de tensión y expectativa, como si el destino mismo estuviera esperando a que Susan respondiera. Pero Susan se quedó en silencio, su corazón latiendo con fuerza en su pecho, mientras trataba de procesar la sorpresa y el shock de ver a Alan de nuevo.
¡La bomba había explotado! La revelación que había estado esperando desde el principio había llegado finalmente. Ulises, el pequeño pero valiente gemelo, había soltado la verdad como un rayo que ilumina la oscuridad.
"Tío Héctor, este es el hombre que no ha dejado de molestar a mamá", dijo Ulises con una voz clara y firme, como si estuviera denunciando un crimen ante la justicia.
La mirada de Alan se volvió hacia los niños, y por un momento, pareció que su mundo se había detenido. Su rostro se quedó pálido y sus ojos se abrieron de par en par, como si estuvieran viendo algo que no podían creer.
Y entonces, como si un rayo de luz hubiera iluminado su mente, Alan comprendió la verdad. Los niños llamaban "tío" a Héctor, no "papá". Eso significaba que Héctor no era el padre de los niños, sino que era alguien más, alguien que había estado allí para ellos, para Susan y para los niños.
La revelación fue como un terremoto que sacudió la base de la relación entre Alan y Susan. Todo lo que Alan había creído, todo lo que había pensado que sabía, se había derrumbado en un instante. Y ahora, se encontraba cara a cara con la verdad, una verdad que lo obligaba a replantearse todo lo que había hecho hasta ese momento.