Sombras De Seúl

La niebla del amanecer se alzaba como un manto sobre el pueblo, envolviendo a Jiwoo en un silencio inquietante mientras caminaba. El encuentro con el extraño seguía rondando en su mente, cada palabra suya calando más profundo que cualquier susurro del bosque o cualquier grito de su conciencia.

Había algo en él, en su mirada y en su tono, que no podía ignorar. No era solo un extraño pasajero. Había algo más. ¿Quién más había pasado por esto?

Guiada por una mezcla de curiosidad y desesperación, Jiwoo decidió volver a la cueva una vez más. Esta vez, no solo para enfrentar el espejo, sino para buscar respuestas. Si el extraño había dicho la verdad, quizá podría encontrar algo, una pista, cualquier cosa que le revelara lo que realmente estaba sucediendo.

El aire era espeso cuando llegó al corazón del bosque. Los árboles parecían inclinarse hacia ella, como si estuvieran susurrando secretos inaudibles. Cada paso que daba era un eco que se perdía en la vastedad de la naturaleza, pero Jiwoo no se detuvo.

El colgante comenzó a brillar con una luz más intensa que nunca, como si estuviera respondiendo a la voluntad del bosque. Sus dedos se cerraron sobre él instintivamente, sintiendo cómo latía como un corazón.

Cuando alcanzó la entrada de la cueva, la sensación de familiaridad la invadió. Sin embargo, esta vez algo era diferente. La oscuridad dentro de la cueva parecía más profunda, más viva, como si respirara.

Con un nudo en la garganta, Jiwoo dio un paso dentro.

El espejo estaba donde siempre, pero no estaba sola. Una figura estaba de pie frente a él, observándolo con detenimiento. Era una mujer, vestida con ropa que parecía de otra época, como si hubiera estado atrapada en el tiempo.

Jiwoo se detuvo en seco, su respiración agitada.

—¿Quién eres? —preguntó, su voz quebrada por la tensión.

La mujer no se giró de inmediato. En cambio, extendió una mano hacia el espejo, acariciando su superficie como si intentara atravesarlo.

—No importa quién soy —respondió finalmente, con una voz suave pero llena de una tristeza insondable—. Importa quién eres tú.

Jiwoo frunció el ceño, sintiendo cómo la frustración la invadía. Estaba cansada de enigmas, de susurros y medias verdades.

—¡Dime lo que está pasando! —exigió, dando un paso hacia la mujer.

La figura se giró lentamente, revelando un rostro que, para sorpresa de Jiwoo, era una versión mayor de sí misma. Los ojos oscuros y cansados de la mujer parecían contener siglos de sufrimiento.

—Eres el último eslabón —dijo la mujer, ignorando la pregunta—. Lo que comenzó hace mucho tiempo terminará contigo. El bosque te eligió, y no puedes escapar de él.

Jiwoo dio un paso atrás, sintiendo cómo la realidad se fragmentaba a su alrededor.

—¿Qué significa eso?

La mujer sonrió con tristeza.

—Significa que la oscuridad no se detendrá. Y cuando llegue el momento, tendrás que decidir: ¿sacrificarás todo para detenerlo, o te convertirás en su receptáculo?

Antes de que Jiwoo pudiera responder, el suelo comenzó a temblar. Las paredes de la cueva se agrietaron, y raíces oscuras y retorcidas comenzaron a emerger de las grietas, avanzando hacia el espejo. La mujer dio un paso atrás, desapareciendo entre las sombras.

El reflejo de Jiwoo en el espejo se distorsionó, convirtiéndose en una amalgama de rostros que no reconocía. Voces llenaron la cueva, cada una contando una historia diferente, pero todas terminaban igual: con gritos de desesperación.

De repente, el espejo estalló en mil pedazos, y en su lugar quedó una abertura que parecía descender a un abismo interminable. Desde el fondo de ese abismo, una luz pulsante, roja como la sangre, comenzó a subir.

El colgante en el cuello de Jiwoo brilló al unísono, obligándola a acercarse más. No podía resistirse. Algo en ese abismo la llamaba, susurrándole promesas que no podía ignorar.