— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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Lloro de felicidad
Bastián despertó aprisionado por su esposa, pero al verlo más de cerca, notó las lágrimas en la mejilla de esta y que sus ojos azules, como el cielo, estaban teñidos de carmesí.
—Vida mía, ¿cómo te sientes? ¿Hice algo malo para causar tu sufrimiento? —Bastian tenía el corazón acelerado, había comenzado a sudar frío y sentía que el tiempo se había detenido al ver el rostro de Margara entristecido.
— Lloro de felicidad, gracias por aceptarme. Gracias por esta nueva oportunidad. Aunque suene ilógico y sea muy pronto, juro que mi lealtad está contigo; mi destino está a tu lado de ahora en adelante. Juro creer cada palabra que salga de tu boca. Eres mío, Bastian Chevalier, y nada ni nadie me apartará de tu lado. — Margaret sentía la necesidad de desnudar su corazón ante Bastian, de bajar sus escudos y defensas, y ser completamente ella, sin máscara ni tapujos. Solo sus corazones danzando a la melodía de su amor.
— Margaret, señora mía, este hombre imperfecto ha cometido muchos errores. Soy un sanguinario, un hombre de guerra que, a la hora de matar, no soy un hombre condescendiente y mucho menos, piadoso, pero te prometo cuidar tu corazón y mantenerte a salvo, aunque eso me cueste la vida. — Bastian la había acurrucado en sus brazos mientras besaba su cabeza. Verla tan frágil le dolió en lo más profundo de su ser. Margaret se había convertido en su lugar seguro; es donde estaba en paz, en donde solo había tranquilidad.
Ambos quedaron acurrucados sin decir nada, dejando que sus respiraciones y suspiros hablaran por ellos. Se sentían tan en paz que terminaron completamente dormidos.
Fermín tocó la puerta un par de veces y, al no recibir respuesta, asumió que se habían dormido. Entró con cautela al pequeño recibidor que había en la habitación y dejó varias bandejas con suficiente comida para que recobraran energías. Sin embargo, por todo el territorio comenzó a correr el rumor de la cabeza colgada a las afueras del archiducado. Las doncellas que estuvieron presentes esa noche contaron que fue el castigo impuesto por la archiduquesa a una doncella que fue extremadamente irrespetuosa y que casi logró ser agredida físicamente por esa nefasta mujer
Las damas se sentían protegidas y empoderadas por la archiduquesa, y más aún porque surgió un rumor de que esa mujer quería optar por ser concubina. y si la nueva archiduquesa la castigó de semejante forma, le da esperanzas de que en el territorio no se acepten más concubinas. Por su parte, las concubinas no estaban de acuerdo con tal atrocidad y le pusieron de apodo a Margaret, la archiduquesa Sangrienta, una mujer sin decencia alguna.
Más tarde, el archiduque despertó, pero sintió pena de despertar a su esposa. Así que comió un poco y salió a cumplir con sus deberes. Aunque se había casado recientemente, el trabajo no mermaba, así que decidió pasar todo el día tras su escritorio para poder cenar junto a su esposa. Sin embargo, su tranquilidad y buen ánimo serían interrumpidos por personas desagradables. Fermín entró al estudio sin siquiera tocar:
— Señor, tenemos malas noticias. La familia de esa mujer está aquí y solicita una compensación y un castigo para la archiduquesa —. Bastian solo entendió que buscaban castigar a su esposa sin razón aparente.
— ¿De qué me estás hablando, Fermín? ¿Qué mujere? ¿Quién se ha atrevido a creerse con el derecho de castigar a mi esposa? — La temperatura en el estudio se había vuelto helada.
— Excelencia, anoche la archiduquesa tuvo un altercado con una doncella. Las doncellas que la atendía contaron que dicha doncella entró a la habitación sin autorización, desafiando a la archiduquesa y cuestionando su autoridad. También trató de agredirla físicamente. Ante tal acto, mi señora la lanzó por las escaleras y ordenó su decapitación, y que colgaran su cabeza a las afueras del archiducado como advertencia.
Bastian sintió una furia inmensa. ¿Cómo se atrevían a tratar así a su esposa? Tendría que darle una advertencia al personal, pero también era consciente de que Margaret sabía imponer su autoridad.
—¿Quién fue la doncella?
—Una de las que vino con la difunta, con la cual estuvo casado.
—Has pasar a la familia. Ya sé lo suficiente como para retirar mi apoyo de esa familia y exiliarlos de una vez por todas.
La pareja de ancianos entró haciendo una reverencia.
—Excelencia, pedimos justicia por nuestra niña. La archiduquesa fue injusta.
—Su hija cometió una falta contra un noble de alto rango; merecía un castigo ejemplar. Además, una falta a un miembro de la realeza se paga con muerte, y eso fue lo que pasó con su hija.
—Su excelencia, nuestra señora nunca hubiera hecho tal atrocidad. —El duque golpeó el escritorio con furia; esto hizo sobresaltar a la pareja.
—Su señora está muerta. Su castigo por su insolencia será ser exiliados del imperio sin beneficio alguno. Fermín, llévatelos.
La pareja protestó, pero no podía hacer nada contra la furia del archiduque. Más tarde, Bastián reunió a todo el personal para establecer nuevas reglas.
— De ahora en adelante, quien se atreva a faltarle el respeto a mi esposa morirá al filo de mi espada. Espero que lo tengan claro.