Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 24
Los tres partieron del lugar y en todo el trayecto del camino nadie dijo nada.
Dejaron a la mujer en el punto de siempre. Ella decidió no presentarse a trabajar y se dirigió a casa de Lola. La señora estaba mirando TV cuando escuchó el sonido de la puerta, se levantó y procedió a abrir.
— ¿Puedo pasar?
Lola le cedió el paso con la mano. No le preguntó nada, pero sabía que algo le pasaba.
Muriel se sentó en un pequeño sofá, y clavó la mirada en un cuadro que tenía un paisaje parecido al de la cabaña. Dejó escapar un suspiro con un enorme pesar.
— ¿Quieres algo de tomar?— preguntó Lola.
— No. ¿Alguna vez te has sentido una completa inútil, que no vale nada para nadie?
— Sí, muchas veces. ¿Te abandonó el millonario?
— ¿De qué hablas?
Ellas se habían convertido en buenas amigas, pero Muriel no le había confesado nada de su relación clandestina a Lola. Aunque la señora era muy astuta, y sabía que algo hacía ella cuando salía en ese lujoso auto.
— Muriel, eres una mujer hermosa, inteligente, debería cambiar tu estilo de vida.
Pasaron los días, aproximadamente un mes, Muriel estaba desolada, no sabía nada de Yeikol. En el banco nadie hablaba de él, y el teléfono que le entregó Alfred no sonaba ni para pedir carga. Sin más, pensó que él se había olvidado de ella, que había olvidado el contrato.
Era fin de semana, Muriel se encontraba en casa de Lola, tirada en el pequeño sofá, evidentemente triste. Su amiga tenía días notándola distraída, pero no sé atrevía a preguntar, pues sabía que ella no le diría nada acerca de su aflicción.
— Llevas días así, ¿no me vas a decir que te pasa?— preguntó Lola.
— La verdad, es difícil de explicar. Los problemas en la mansión me tienen agotada.
— ¿Y te haces falta él?
— En muchas ocasiones sale con tus suposiciones, no me haces falta nadie.
— Muriel, deja de engañarte a ti misma. Te gusta el millonario, Yeikol Richardson.
— Espera, ¿cómo sabes de mi jefe?
— Sé muchas cosas.
Muriel sentía la necesidad de hablar con alguien, de escuchar un consejo, de expresar sus emociones.
— Prométeme que no dirá nada. No es lo que piensas, entre él y yo no hay nada sentimental. Ni siquiera soy su tipo de mujer.
— Te he contado mis más oscuros secretos y tú no me tienes confianza.
Mientras ellas instalaban una ardua conversación, Yeikol y Alfred regresaban al país. Estaban en el avión y Yeikol no dejaba de pensar en Muriel, quería estar con ella. Era como sí su cuerpo reaccionara al hecho de que la tenía cerca.
— Alfred, llámala.— ordenó con los ojos cerrados.
— Señor, supuse que quería ver a la señora Milena.
— ¿Por qué siento que te interpones en mis decisiones, cuando se trata de ella? Alfred, amo a Milena, nunca la dejaría por ninguna mujer.
— Lo siento, mi señor.
Muriel se marchaba a su hogar, cuando recibió una llamada. Una llamada que hizo su corazón saltar, de miedo, oh de alegría.
“Hola. Señora, Muriel, el jefe la solicita”, se escuchó del otro lado de la línea.
Lamentablemente, Muriel no tenía buena respuesta para darle a Alfred. “Hola, Alfred, dígale al jefe que estoy en mis días, por ende, hay un receso obligatorio”.
Muriel cerró la llamada bruscamente, exhaló y se puso la mano en el corazón, ¿por qué sentía esa sensación?
Yeikol miró a Alfred y este no mostraba buen semblante. — Habla ya.— pidió exaltado.
— Señor, hay un receso obligatorio.
El jefe entendió perfectamente a qué se refería un “receso obligatorio”. Yeikol respiró profundamente, pasó sus manos por la cabeza, y empezó a sentir una ira y un desasosiego en su interior.— Maldita sea. ¿Por qué con ella todo es difícil?
Ellos llegaron a la mansión Richardson, Yeikol estaba alterado. Milena no se encuentra en el hogar, él se encerró en el despacho y empezó a tomar alcohol, desmedido.
Era de noche cuando Milena regresó a la casa, encontró a su esposo ebrio. Eso era muy extraño en él, puesto a qué nunca perdía los estribos con el alcohol.
— Mi amor, ¿por qué no me avisaste que estaban aquí?.— preguntó Milena.
— Mi Reina, discúlpame.— ellos se acercaron, se besaron y se dieron un fuerte abrazo.
— Yeikol, ¿por qué estás tomando de esta manera? ¿Pasó algo en el banco?
— Todo está bien.— dijo esas palabras, se dirigió a la licorería y volvió a verter whisky en el vaso, luego se lo tomó de un sorbo.
Milena estaba preocupada, el comportamiento de su esposo no era normal.
— Por favor, deja de tomar, te espero en la habitación.
Por otra parte, pero en diferentes circunstancias.
Muriel, después de hacer la cena, se duchó y se acostó a descansar. No quería hablar con nadie, ya que había discutido fuertemente con Noah. Él seguía insistiendo para que ella buscará el dinero prestado para su operación. La joven podía pagar la operación sin ningún problema, pero no iba a soportar los reclamos que vendrían después.
Mientras se acomodaba entre la sábana, la puerta de la habitación se abrió, y su esposo entró con su carita de santo, haciendo lo que mejor sabía hacer, chantajearla.
— Lo siento, cariño. Te juro que quiero cambiar, pero no soporto más esta maldita silla. ¿Te ha puesto a pensar lo difícil que es para mí ser un verdadero inútil?
Muriel se puso en su lugar, ella también se sentía como una inútil, alguien que no valía nada.
— Noah, quiero verte caminar, y voy a conseguir el dinero, pero dame tiempo, ¿Sí?
— Está bien mi amor, seré paciente.— él se acercó a ella, la sujetó por la mejilla y la besó. Sin darse cuenta se unieron en un apasionado beso. Muriel en todo momento creyó que era Yeikol. Separó sus labios de los de sus esposo, y exclamó, “Maldición”.
— Lo ves, te hace falta tener sexo, por eso debo volver a caminar.— comentó Noah con una sonrisa de lujuria.
— Supongo que sí.
Autora; Mis queridas lecturas, ¿Me pueden apoyar con regalos? 🙏
Deja a Muriel en paz, que cargue con su cruz.....allí estás echándole sal a la erida
Ay Milena .....que no digas que nadie le dijo.