Grayce pensaba que conocía el amor, pero su matrimonio con Seth se ha convertido en una prisión de desprecio y agresión. Cuando la misteriosa Dahlia, supuesta amiga de la infancia de Seth, entra en escena, las traiciones comienzan a salir a la luz, desmoronando la fachada de su vida perfecta.
En su desesperada búsqueda de libertad, Grayce se cruza con Cassius, un hombre cuya arrogancia y misterio la obligan a cuestionar todo lo que creía sobre el amor y la lealtad. ¿Puede un contrato con alguien tan egocéntrico y desafiante realmente salvarla de su pasado oscuro? ¿O solo la llevará a un nuevo abismo?
Lo que comienza como un acuerdo frío y calculado, se transforma en una pasión ardiente e inesperada, desafiando las sombras que han dominado su vida.
¿Hasta dónde llegará Grayce para reclamar su propia felicidad?
¿Podrá Cassius ser la chispa que ilumine su camino o será solo otra sombra en su vida?
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Capítulo 23
Mientras me quedaba mirando al hombre de cabello rojo y ojos verdes que estaba frente a mí, su presencia me inquietaba de una manera que no podía explicar. Había algo en la intensidad de su mirada, en la seguridad que irradiaba, que parecía atravesar todos mis pensamientos caóticos y desordenados.
— Soy Killian. Quizás no me recuerdes o no sepas quién soy —dijo finalmente, con una voz tranquila pero cargada de confianza—. Pero quiero que sepas que yo sí sé quién eres, Grayce. Hace unos meses estuviste en la fiesta de inauguración de la empresa de tu esposo Seth. Esa vez apenas tuvimos el placer de cruzar unas pocas palabras, pero fueron muy breves.
Sus palabras hicieron que mi mente retrocediera, buscando en el pasado los fragmentos de recuerdos que parecía haber olvidado. Cerré los ojos por un momento, tratando de concentrarme. Y entonces apareció, como un destello: la imagen de aquella fiesta, las luces brillantes, las conversaciones forzadas. Recordé haberlo visto en algún momento, su cabello rojo destacando en la multitud. Incluso había intercambiado un par de palabras con él, pero nada más. Todo había sido tan rápido, tan superficial, que ni siquiera había pensado en él después.
Cuando regresé al presente, lo miré con cierto reconocimiento, aunque seguía estando desconcertada.
—Ah, eres el esposo de Dahlia —dije finalmente, tratando de conectar los puntos.
Él dejó escapar una risa breve, sin humor, y negó con la cabeza.
—Ex —respondió, sus palabras cargadas de un tono que no pude descifrar del todo—. Porque casados nunca estuvimos. Comprometidos, sí. Pero nunca llegamos a casarnos. Mi familia tampoco lo permitió, debido al tipo de persona que es Dahlia.
Fruncí el ceño, tratando de asimilar lo que acababa de decir. Dahlia siempre había irradiado esa imagen de perfección, de alguien impecable y encantadora. Pero su mirada, la manera en que hablaba de ella, sugería algo completamente diferente.
—Ah, pero… —tartamudeé, todavía intentando ordenar mis pensamientos—. Ella está esperando un hijo tuyo.
Killian entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose ligeramente. Algo en su postura se tensó, como si estuviera preparándose para una batalla que ya había luchado antes.
—Ese bebé no es mío —dijo con firmeza, sus palabras cortando el aire entre nosotros como una hoja afilada—. Nunca toqué a Dahlia. Y tampoco me atrevería a tocar a una mujer como ella.
Su declaración me dejó perpleja. Todo lo que pensaba saber sobre la relación entre Dahlia y este hombre parecía desmoronarse de golpe. Y no podía evitar mirarlo con una mezcla de confusión y curiosidad.
—¿Qué quieres decir? —pregunté finalmente, intentando comprender lo que estaba insinuando—. Si el bebé no es tuyo, ¿entonces de quién es?
Killian dejó escapar un suspiro, y su mirada ahora era más directa, más intensa. Por un momento, el silencio en el café se sintió ensordecedor.
—Pregúntale a tu esposo —dijo, cada palabra pronunciada con una precisión deliberada—. Él sabe perfectamente de quién es ese bebé.
Sus palabras hicieron que mi corazón se detuviera por un instante antes de comenzar a latir con más fuerza. Era como si un nuevo hilo de caos se hubiera desatado dentro de mí, uno que no sabía cómo manejar. ¿Qué quería decir? ¿Era posible…?
No sabía cómo reaccionar. Miré a Killian, su expresión imperturbable, y luego a Amara, que estaba sentada frente a mí, claramente igual de confundida que yo. Y mientras trataba de encontrar una respuesta, un torrente de preguntas comenzó a inundar mi mente.
