Loco Por Mi Asistente

La conversación quedó suspendida, rota por la llegada de la azafata con bebidas. Ninguno dijo nada. Mientras ella servía café. Pero apenas se fue, la atención volvió a cerrar el espacio entre ellos.

Maximiliano bebió un sorbo, intentando recuperar la compostura.

-- No quiero que esto afecte tu trabajo. -- Dijo él. -- Ni tu paz. Pero tampoco puedo hacer como si no hubiera pasado nada. --

-- Solo dame tiempo. -- pidió Elena.

-- Todo el que necesites. --

Esa comprensión... esa ternura... casi hizo que Elena llorara.

-- No voy a presionarte más. -- añadió Maximiliano. -- No voy a acercarme más... A menos que tú quieras. --

Esas palabras hicieron que la tención cambiara. Ya no era un filo. Era una expectativa. Era promesa.

Elena sintió que su piel se erizaba.

Él la estaba dejando decidir.

Por primera vez.

Ella respiro hondo y apoyó la cabeza en el respaldo. No hablo más. Maximiliano tampoco. Pero el silencio ya no dolía; ardía.

Como una llama tranquila esperando aire.

A mitad de vuelo, cuando el cansancio la venció, Elena se quedó dormida sin querer. La cabeza ladeada, el cabello cayendo como una cortina sobre su rostro.

Maximiliano la observó en silencio.

Ese instante, era la segunda vez. Desde que la conocía, que la había visto vulnerable sin estar rota. La vio simplemente... hermosa. Hermosa. Pero sobre todo cansada.

Sin tocarla, acomodó discretamente una manta sobre sus piernas. Y cuando su cabeza se inclinó un poco más, él deslizó un cojín hacia ella para evitar que se golpeara con el borde del asiento.

Lo hizo sin despertarla.

Lo hizo sin esperar nada a cambio.

Lo hizo porque en realidad la quería.

Aunque ni ella ni él supiera aún como nombrarlo.

Cuando despertó, no por la manta y el cojín. Elena notó que Maximiliano fingía leer un informe digital, aunque no había pasado de página en más de 20 minutos.

Elena. Lo miró en silencio.

No dijo "gracias"

Él no dijo "de nada"

Pero ambos lo sintieron simplemente con sus miradas.

Lo ocurrido no tenía nombre.

Pero tenía un peso.

Un fuego.

Una verdad silenciosa.

Y mientras el avión descendía hacia casa, ambos se dieron cuenta de lo mismo:

El beso que había sido el comienzo, no era el problema.

Eran ellos.

El edificio corporativo se alzaba imponente bajo el cielo gris de la mañana, como si nada hubiera cambiado Durante los días que Elena y Maximiliano estuvieron fuera. Vidrio, acero, orden, poder. Todo seguía exactamente igual. Y, sin embargo, para Elena, nada era lo mismo.

El auto se detuvo frente a la entrada principal. El chofer descendió primero, abrió la puerta trasera. Maximiliano salió con la elegancia habitual, impecable, seguro, dominante. era la primera vez en mucho tiempo que Maximiliano descendía de su auto en la puerta principal.

Elena lo siguió segundos después, con la postura recta, el rostro sereno... y un torbellino silencioso en el pecho.

No se tocaron.

No se miraron de inmediato.

Pero se sentía.

Cuándo cruzaron el lobby juntos, rodeado de empleados que bajaban la mirada con respeto, secretarias que murmuraban saludos, ejecutivos que se apartaban para darles paso. Era la escena de siempre. Pero algo invisible vibraba entre ellos.

Elena caminaba a su lado, perfectamente sincronizada, cómo lo había hecho cientos de veces. Pero ahora, cada paso se sentía distinto. Sabía cuándo Maximiliano giraría literalmente su cuerpo. Sabía cuándo se detendría a saludar. Sabía cuándo iba a hablar... antes de que lo hiciera.

Él también lo sabía.

En el ascensor privado, el silencio cayó como un peso brutal. Las puertas se encerraron, aislándolos del mundo.

Elena fijó la vista en los números que ascendían lentamente. Maximiliano observaba su reflejo en el espejo Pulido. No directamente... pero lo suficiente.

Elena sentía su mirada como una presión suave en la nuca.

-- Tenemos reunión con el consejo en 20 minutos. -- Dijo Elena, rompiendo el silencio con profesionalismo impecable.

-- Lo sé. -- respondió Maximiliano.

Silencio otra vez.

-- El equipo de inversiones pidió un ajuste en la presentación. -- Dijo Elena. -- Ya lo integré anoche. --

-- Siempre lo haces. -- respondió Maximiliano.

No era un elogio directo.

Pero tampoco era indiferencia.

El ascensor se detuvo. Las puertas. Se abrieron.

Caminaron hacia sus oficinas. Elena se adelantó ligeramente, como siempre. Pero esta vez Maximiliano no la dejó ir tan lejos. Se detuvo frente a su despacho.

-- Elena. -- La llamó.

ella se giró.

Y sus miradas chocaron.

Por un segundo, el mundo corporativo desapareció. no había empresa, no había jerarquías, no había silencios profesionales. Solo estaban ellos... y todo lo que no habían dicho.

-- ¿Estás bien? -- pregunto en voz baja.

La pregunta era simple. La tención, no.

-- Sí. -- respondió Elena. -- Y tú. --

Maximiliano sostuvo su mirada un instante más largo de lo necesario.

-- intentando concentrarme. --

Elena asintió.

-- Yo también. --

Y se alejó antes de que se ese intento se derrumbara.

La mañana transcurrió como una coreografía tensa. reuniones, informes, decisiones estratégicas. Elena se movía con precisión, respondiendo preguntas, anticipando necesidades, corrigiendo cifras. era brillante. Impecable. Intocable.

Maximiliano la observaba desde la cabeza de la mesa. No con la mirada del presidente que evaluaba a su mano derecha. Con la de un hombre que intentaba no mirar demasiado.

Cada vez que ella hablaba, su voz firme y clara, él sentía ese tirón interno. Cada vez que ella giraba lentamente la cabeza hacia él buscando confirmación, su pulso se alteraba.

No se tocaban.

No se hablaban fuera de lo estrictamente necesario.

Pero cada silencio, era un grito contenido.

Cuando la reunión terminó, los consejeros se retiraron uno a uno. Elena recogió los documentos, revisando mentalmente la lista de pendientes. Estaba tan concentrada que no notó que Maximiliano se habían quedado sentado, observándola.

-- Elena. -- Dijo finalmente.

-- ¿Si? --

Maximiliano se puso de pie despacio.

-- En mi oficina. En un minuto. --

Elena dudó apenas un segundo. Y asintió.

Cerro la puerta de atrás de sí cuando entraron. Maximiliano no fue directo al punto. Camino hacia la ventana, se quedó mirando el tráfico allá abajo. Elena permaneció de pie, con la carpeta contra el pecho.

-- No hemos hablado desde el avión. -- Dijo Maximiliano finalmente.

-- Lo hicimos lo suficiente. -- respondió Elena con cuidado.

-- No. -- Maximiliano. -- Nos callamos lo suficiente.

Elena apretó los labios.

-- Maximiliano, acordamos tiempo. No quiero que esto interfiera con el trabajo. --

-- Tampoco yo. -- Dijo Maximiliano. -- Pero fingir que no pasó nada no es la solución.

Elena iba a responder cuando alguien tocó a la puerta.