Ella siempre supo que no encajaba en esa mansión. No era querida, no era esperada, y cada día se lo recordaban. Criada entre lujos que no le pertenecían, sobrevivió a las humillaciones de su madre y a la indiferencia de su hermanastra. Pero nada la preparó para el día en que su madre decidió venderla… como si fuera una propiedad más. Él no creía en el amor. Sólo en el control, el poder y los acuerdos. Hasta que la compró. Por capricho. Por venganza. O tal vez por algo que ni él mismo entendía. Ahora ella pertenece a él. Y él… jamás permitirá que escape.
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El día de la Boda
El espejo no mentía.
Ella sí.
Llevaba puesto el vestido blanco que tanto había odiado. El maquillaje perfecto, las flores frescas en el peinado, la sonrisa rota que intentaba parecer serena.
Parecía una novia feliz. Pero no lo era.
Porque ese día, mientras todos celebraban, ella enterraba algo. Su dignidad, tal vez. O su esperanza. O ambas cosas.
Amelia no estaba allí. La madre de Adrián la había llevado “para no incomodar”. Thalía no pudo ni besarla esa mañana. Ni verla sonreír.
—Estás preciosa, hija —dijo su madre, o mejor, la madre de Bianca, entrando al cuarto con un brillo hipócrita en los ojos.
“No soy tu hija”, pensó. Pero no lo dijo.
—Gracias —murmuró, tragándose el nudo que tenía en la garganta desde el amanecer.
Afuera, la música ya sonaba. Los invitados comenzaban a llenar el salón. Todo era lujo, ostentación y flores blancas. Tan irónico. Nada de eso la representaba.
El coordinador tocó la puerta.
—Cinco minutos —anunció.
Cinco minutos para cambiar su vida. Para terminar de firmar su condena.
Adrián la esperaba en el altar. Impecable. Frío. Imposible de leer.
Cuando Thalía apareció, los murmullos recorrieron el salón. Ella no temblaba. No lloraba. Caminaba como una reina. No porque quisiera. Sino porque ya no tenía nada que perder.
Sus ojos se cruzaron. Él no sonrió. Ella tampoco.
Solo se miraron. Como si, en el fondo, se odiaran un poco.
—¿Aceptas a Thalía De la Riva como tu legítima esposa? —preguntó el juez, con voz ceremoniosa.
Adrián dudó un segundo. Solo uno.
—Acepto —respondió.
La voz de Thalía fue más firme que nunca cuando le llegó el turno.
—Acepto.
El aplauso fue efusivo. Hipócrita. Bianca, en la primera fila, aplaudía sin mirar a nadie. El padre de Adrián asintió satisfecho. Todo estaba hecho.
O eso pensaban.
Durante la fiesta, Joshua apareció.
Thalía no lo esperaba. Pero allí estaba, con el ceño fruncido y la mirada llena de ira.
Se acercó a ella en la pista de baile, justo cuando Adrián se había alejado para atender a los inversores.
—Estás hermosa —dijo Joshua, con voz baja—. Pero no feliz.
Ella desvió la mirada.
—No me felicites, Joshua. No es un matrimonio. Es una transacción.
—Entonces vete conmigo ahora.
Ella lo miró, atónita.
—¿Qué?
—Vámonos. Tengo el coche afuera. No lo pienses. No lo hables. Solo dime que sí.
Thalía tragó saliva.
Y justo cuando iba a decir algo, Adrián volvió. Lo vio de lejos. Y lo supo. Supo que algo pasaba entre ellos.
Sus ojos se volvieron acero.
Joshua se alejó antes de que lo confrontara, pero la mirada de Adrián fue suficiente para tensar todo el aire del salón.
Se acercó a ella, la tomó del brazo.
—¿Qué hacía ese imbécil aquí?
—Celebrando. Como todos —dijo Thalía, con ironía.
—¿Invitaste a tu noviecito a nuestra boda?
Ella se giró bruscamente.
—¿Y tú cuántas trajiste a esta misma casa? ¿Ahora sí te molesta?
Adrián no respondió.
El silencio entre ellos volvió. Pero ya no era como antes.
La fiesta continuaba. El vals ya había pasado. Las fotos, también. Ahora, todos reían, bailaban, bebían… mientras ella seguía sintiéndose como una intrusa en su propia historia.
Adrián no la miraba. Estaba en un rincón, rodeado de inversionistas, riendo con una copa en la mano. Perfectamente sobrio. Perfectamente falso.
Thalía sostenía su copa de champán con fuerza. Había prometido no quebrarse. Ni hoy, ni nunca.
—Thalía… —la voz de Bianca la sacó de sus pensamientos.
Se giró. Su “hermanastra” estaba impecable, claro. Un vestido rojo carmín, labios a juego, y esa mirada de quien se siente superior a todos.
—¿No crees que esto es demasiado para alguien como tú?
—¿Demasiado qué?
—Todo —susurró, acercándose más—. El vestido. La boda. El apellido. Adrián. ¿No te sientes como una impostora?
Thalía no respondió. Solo la miró con una calma peligrosa.
—Yo no me casé con un príncipe, Bianca. Me casé con un desconocido. Uno que ni tú puedes controlar. Así que relájate. Nadie te está quitando nada.
Bianca sonrió, venenosa.
—¿Estás segura?
Y antes de que Thalía pudiera responder, el maestro de ceremonias anunció el brindis del padre del novio.
Todos se giraron hacia el centro del salón. Adrián dejó su copa, se acercó con una expresión dura. El padre alzó la suya.
—Quiero brindar por el amor —dijo, mirando a la pareja con ojos agudos—. Por esta nueva unión… que nos tomó a todos por sorpresa.
Thalía sintió cómo las miradas se clavaban en ella como cuchillos.
—Por fin, Adrián ha decidido sentar cabeza. Con una mujer… distinta. —Pausa tensa—. Pero toda familia tiene sus secretos, ¿no es cierto?
Algunos se rieron. Otros susurraron. Thalía apretó los dientes.
—Pero lo importante es la familia. La estabilidad. Y sobre todo… la obediencia.
Adrián bajó la mirada. Thalía sintió ganas de romper la copa contra el suelo.
—¡Salud! —exclamó el padre.
Todos brindaron. Thalía fingió hacerlo. Su garganta estaba seca.
Una hora después, en el baño, escuchó una conversación que no esperaba.
Dos mujeres, probablemente conocidas del círculo de la hermana de Adrián, hablaban cerca del espejo.
—¿Es cierto que Adrián ya estuvo con la hermanastra? —dijo una.
—No, ¡con la mucama! Bueno, con las dos, dicen. Pero la hermanastra era la oficial. Esta es solo… la versión de repuesto.
Rieron. Como hienas.
Thalía salió del cubículo. Se quedó frente a ellas. Silencio absoluto.
—¿Alguna de ustedes quiere decírmelo en la cara otra vez?
Las dos se congelaron.
Thalía las miró con la cabeza en alto, tan regia como nunca antes. Luego salió del baño sin decir nada más.
De regreso al salón, buscó a Adrián. Él estaba en la barra, solo.
—Necesito hablar contigo —dijo ella, sin rodeos.
Él la miró de arriba abajo.
—¿Y ahora qué hiciste?
—¿Yo? Nada. Pero ya estoy harta. Me estás usando como peón, Adrián. Y la gente lo sabe. Me están destrozando por dentro mientras tú solo te sirves otra copa.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que te abrace? ¿Que finja que estoy enamorado?
—No. Quiero escapar de aquí. Al menos eso.
Adrián frunció el ceño, harto, tenso… pero también herido. Aunque jamás lo admitiría.
—Tú no entiendes el juego, Thalía.
—No, Adrián. Tú no entiendes que yo no soy una ficha más de tu tablero.
Ella giró para irse.
—¿Y Joshua? —preguntó él, sin volverse—. ¿También lo estás usando?
Ella se congeló.
—¿O solo quieres saber si él te mira con las ganas que yo no tengo?
El golpe fue seco. Metafórico. Pero dolió como si la hubiese abofeteado.
Thalía no respondió. No podía. Solo caminó hacia la salida, respirando hondo.
Tiago ya eres grande para dejarte envolver como niño creo q los padres q te dio la vida te han enseñado valores ojalá no te corrompas con esa persona q dice ser tu padre , Thalía y Joshua hicieron mal al no decirte la verdad por cuidar tu ntegidad , ahora quien sabe lo. Q te espera al lado de este demonio