Arim Dan Kim Gwon, un poderoso CEO viudo, vive encerrado en una rutina fría desde la muerte de su esposa. Solo su pequeña hija logra arrancarle sonrisas. Todo cambia cuando, durante una visita al Acuario Nacional, ocurre un accidente que casi le arrebata lo único que ama. En el agua, un desconocido salva primero a su hija… y luego a él mismo, incapaz de nadar. Ese hombre es Dixon Ho Woo Bin, un joven biólogo marino que oculta más de lo que muestra.
Un rescate bajo el agua, una mirada cargada de algo que ninguno quiere admitir, y una atracción que ambos intentan negar. Pero el destino insiste: los cruza una y otra vez, hasta que una noche de Halloween, tras máscaras y frente al mar, sus corazones vuelven a reconocerse sin saberlo.
Arim ignora que la mujer misteriosa que lo cautiva es la misma persona que lo rescató. Dixon, por su parte, no imagina que el hombre que lo estremece es aquel al que arrancó del agua.
Ahora deberán decidir si siguen ocultándose… o si se atreven a dejar que el amor, como los latidos bajo el agua, hable por ellos.
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Cuerpos llenos de sudor.
Dixon sonrió, estremeciendo su espalda y cerrando los ojos. Se sentía seguro, en paz, como si el mundo hubiera dejado de girar solo para ellos dos. Arim saca su dedo y lo besa.
Arim lo guió lentamente hacia la cama, sin dejar de mirarlo. Ninguno se podía contener más. Y eso era peligroso.
Ambos desnudos y excitados.
—Quiero recordarte así —dijo Arim, acariciándole el cabello—. Con esa mirada que me mata y me cura al mismo tiempo.
Dixon le sostuvo la mano, entrelazando sus dedos.
—Entonces haz que repita tu nombre toda la noche —susurra mientras se abre de piernas—. Quédate conmigo esta noche. ¿Puedes?
Arim lo besó otra vez, esta vez más lento, más profundo. No había prisa. Había ternura. Había amor.
Cuando por fin quedaron piel contra piel, el tiempo pareció detenerse. Arim trazó con los labios el contorno de sus hombros, su cuello, su pecho, como si quisiera memorizarlo todo mientras se hundía lentamente en su interior. Dixon se arqueó bajo la primera embestida salvaje, aferrándose a él, entregándose sin miedo.
—Mierda...duele como el demonio.
— ¿Quieres que la saque? Estás muy apretado, siento como si me la fueras a cortar.
— Carajo...es porque eres muy grande. Como un elefante. ¿Qué demonios te daban a comer de niño? Sigue...ya me estoy acostumbrando a tu enorme polla. La siento en el estómago. Me estoy volviendo loco. Haz que me corra.
— Pues este elefante es todo tuyo. Para ti solito.
Embiste de nuevo. Una y otra vez.
— ¡Si Arim...más profundo! ¡Ve más profundo!
No fue solo deseo. Fue reencuentro de dos amantes que sentían que no podían vivir sin el otro.
— ¡Estás tan caliente aquí adentro que siento que me derrito! ¡Vas a hacer que me corra!
Lo agarra más fuerte de las caderas y va más profundo.
Dixon siente como su interior se estremece cuando Arim llega a su punto exacto. Siente que va a desmayar cuando un chorro sale de su interior sin poder detenerlo.
— ¡Me vengo, Arim, detente!— grita pero ya era tarde, su vientre se empapó con sus jugos.
Por otra parte Arim no lo escuchó. Arremetió varias veces más sin compasión, hasta llegar a su propio éxtasis.
— ¡Yo también me vengo!
Sus jugos llenaron el agujero sonrojado de Dixon quien seguía temblando entre sus brazos al borde del delirio.
—Eso fue tan bueno que pensé que moriría.
— Soy un mal educado... me vine dentro.
Lo saca y sus secreción se desbordó hacia afuera.
— Solo vamos a la ducha a sacarlo más tarde. Necesito una segunda ronda mi amor. Aún no te pienso dejar dormir.
— ¿Quien habló algo de ir a dormir? Esta noche nadie duerme.
El silencio que siguió fue tibio, apenas roto por el sonido de sus respiraciones mezcladas. El cuerpo de Dixon temblaba todavía, y Arim lo sostuvo con cuidado, acariciándole la espalda con la palma abierta, como si temiera que se deshiciera entre sus brazos.
—Tu cuerpo es tan suave —susurró Dixon, con la voz ronca, casi un suspiro.
Arim sonrió, sin apartar su frente de la suya.
—Tu eres como la seda. No solo te extrañaba... necesitaba tenerte así, mirarte de cerca. Saber que no eras solo un recuerdo— le susurra mientras vuelve a entrar en él duro como un bate de béisbol.
Dixon lo miró, con los ojos entrecerrados, húmedos todavía. En ellos se mezclaban cansancio, deseo y algo más profundo, algo que pesaba como el amor. Arim lo besó despacio, con esa ternura que le nacía solo para él. Lo volvió a recostar con cuidado, dejando que el aire fresco los cubriera.
—Si esto es un sueño, no quiero despertar...ummm— gimió al sentirlo dentro por completo.
El contacto fue lento, sincero, más suave que antes. Ya no había urgencia ni prisa, solo necesidad de sentir, de confirmarse el uno al otro.
Sus manos exploraban con calma, reconociendo cada trazo, cada respiración temblorosa. El segundo encuentro fue distinto: más silencioso, más profundo. Era como si se buscaran desde dentro, como si ambos supieran que esa noche quedaría grabada en la piel y en sus almas.
— Te voy a volver a llenar.
— Quiero sentir tus jugos dentro de mí. No te detengas. Esta noche es nuestra.
Arim le tomó la mano con suavidad y entrelazó sus dedos, llevándolos a sus labios. Los besó uno por uno, como si fueran lo más provocativo del mundo. Dixon sintió un estremecimiento recorrerle todo el cuerpo.
El aire se volvió más denso, cargado de deseo: esa necesidad de fundirse con el otro, de reconocerse. Arim recorrió su piel con lentitud, dejando tras de sí el rastro de sus besos, su respiración, su calor. Cada contacto era una forma de decir te amo sin palabras.
Dixon le respondió con el cuerpo, con las manos que buscaban, con el suspiro que se escapaba sin poder contenerlo.
—¿Te gusta así? ¿No sientes dolor?
— Sigue... se siente tan bien. Pero quiero que vayas más profundo que antes. Me encanta cuando llegas hasta aquí— posa su mano en su vientre.
— Eres muy goloso. Ven, date la vuelta. Hoy te voy a complacer.
Lo pone de rodillas en el colchón. Y vuelve a hundirse.
— Ahhh...ummm.
El ritmo entre ambos fue creciendo, como una ola que no podía detenerse.
—¿Así está bien? Dime si estás incómodo.
— Sí...así está bien. Carajo, esto es delicioso. Quiero más. No te detengas.
Los movimientos se acompasaron hasta volverse uno solo, un vaivén perfecto, un lenguaje antiguo que solo ellos y sus cuerpos sudados entendían.
— Sí... Me encanta. Estoy tan cerca.
— No te contengas. Dámela. Yo también te la daré.
Siguió embistiendo hasta llegar lo inevitable.
Cuando el momento culminó, el silencio volvió a llenar la habitación, solo los jadeos y la respiraciones entrecortadas de ambos, llenaban el aire, con la piel húmeda y los corazones golpeando al mismo compás.
Arim hundió su rostro en su cuello, aún sin aliento.
—Nunca me sentí tan vivo —susurró, acariciando su mejilla.
Dixon sonrió, cerrando los ojos mientras lo abrazaba.
—Ni yo —respondió—. Tan bueno… que el mundo se detenga aquí.
Cuando se lavaron en el baño y regresaron a la cama, Dixon rió con un hilo de voz mientras se acomodaba junto a él.
—No sabía que podías ser tan dulce después de ser tan... intenso.
Arim lo abrazó, riendo también.
—Solo tú me haces así. Contigo no hay máscaras.
—Entonces prométeme que esto no se acaba aquí —pidió Dixon, acariciando su mejilla con la yema de los dedos.
Arim le besó la mano.
—No pienso dejarte, Dixon. Asi que sácate alguna idea errónea. No estaría aquí si te viera como un juguete. No soy de esos hombres. Yo me tomo esto muy en serio. No solo siento deseo... realmente me gustas.
Lo mira directamente a los ojos.
— Tu también me gustas. Muchisimo— responde Dixon todo colorado.
— Entonces nunca me alejes.
Dixon no respondió con palabras; solo lo abrazó más fuerte, hundiendo su rostro en el cuello de Arim, donde el calor seguía vibrando. El sueño los alcanzó juntos, lento, tibio, mezclado con el eco del mar y la certeza de que algo nuevo acababa de comenzar.
El ruido suave del agua los arrulló, y entre suspiros, la noche se volvió infinita.
Amor, ternura y calma. Eso fue todo lo que quedó.