En las áridas tierras de Wadi Al-Rimal, donde el honor vale más que la vida y las mujeres son piezas de un destino pactado, Nasser Al-Sabah llega con una misión: investigar un campamento aislado y proteger a su nación de una guerra.
Lo que no esperaba era encontrar allí a Sámira Al-Jabari, una joven de apenas veinte años, condenada a convertirse en la segunda esposa de un hombre mucho mayor. Entre ellos surge una conexión tan intensa como prohibida, un amor que desafía las reglas del desierto y las cadenas de la tradición.
Mientras la arena cubre secretos y el peligro acecha en cada rincón, Nasser y Sámira deberán elegir entre la obediencia y la libertad, entre la renuncia y un amor capaz de desafiar al destino.
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Monstruos
Samira no tardó en ver la silueta de la camioneta, oculta a medias tras una duna. No era un camello, sino un vehículo sólido, metálico, imponente, brillando bajo la luz de las estrellas. Maldito idiota, ahora no podría robarselo.
Ella no sabia conducir así que tomó la decisión más desesperada; giró en dirección contraria y se lanzó a correr hacia la nada oscura y ondulante de las dunas, convencida de que la arena infinita sería mejor compañía que su secuestrador cuando reaccionará si es que reaccionaba.
Durante mucho tiempo Sámira vago ya ni sabía donde estaba, cayó de rodillas agotada, moriría ahi tragada por la arena.
Una hora después, seguía caminando en medio del desierto, pero cuando empezó a soplar más fuerte el viento Sámira empezó a preocuparse.
Si se llegaba a levantar una tormenta no tendría ni siquiera un refugio, todo era culpa de ese idiota ¿ estaría muerto?, se preguntó.
El viento levantaba ráfagas de arena que le azotaban el rostro. Sámira cubrió su boca y nariz con el velo, tratando de respirar sin tragar polvo. El corazón le golpeaba en el pecho con fuerza, ya no sabía si por el miedo, el cansancio o la certeza de haberse condenado sola.
De pronto, un sonido distinto al aullido del viento la hizo detenerse. El retumbar de cascos.
Sámira alzó la vista, entornando los ojos. A través de la bruma de arena distinguió pequeñas luces; antorchas, que brillaban en la noche.
El miedo le encogió el estómago. Podían ser nómadas… o bandidos. En el desierto no había garantías. Unos compartían agua y pan con un extraño; otros lo despojaban hasta de la vida.
Los cascos se hicieron más cercanos, más fuertes, hasta que un grupo de hombres montados en camellos la rodeó. Ella retrocedió instintivamente, llevándose las manos al pecho.
Entonces escuchó una voz que le heló la sangre.
—¡Sámira! —rugió.
Su mirada se clavó en la figura erguida que sostenía la antorcha al frente. Reconoció el perfil, los hombros anchos, la barba recortada. Ahmed. Su hermano mayor.
Sámira sintió cómo sus rodillas flaqueaban. No sabía si llorar de alivio o de terror.
Ahmed desmontó de un salto, con el ceño fruncido y los ojos encendidos.
—¡Por Alá, niña insensata! —vociferó, sujetándola del brazo con fuerza—. ¿Qué haces sola en medio del desierto?, llevamos horas buscándote...
Los demás hombres la miraban en silencio. Ella quiso responder, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Todo lo que pudo pensar fue que había escapado de un monstruo, solo para caer en las garras de otro...
Nasser abrió sus ojos, llevo la mano a la nuca aparte del fuerte dolor noto algo húmedo, perfecto tenia sangre. Maldita loca, se incorporó lentamente y al ponerse de pie se tambaleó. Más le valía haberse desaparecido porque la mataba, entonces una idea vino a su mente ¿ se habría robado la camioneta?, Nasser toco su bolsillo, la llave seguía ahi comenzó a caminar busco otra cacerola, ni siquiera habia comido, ya que solo habia preparado algo para él.
¿ Y como le habia pagado la desagradecida?, a palazos. Nasser busco agua y la puso a calentar para tomar una infusión de menta mientras se limpiaba la herida.
Estaba bebiendo su té cuando escuchó balar a la cabra , con cuidado se puso de pie y se acercó para agarrarla.
— ¿Te ha dejado abandonada a tu suerte?, le preguntó Nasser a la cabra.
Pues te has salvado pequeña, esa loca te abraza mientras te vuelve manta y te carnea murmuró con total vehemencia ...
A la mañana siguiente en la base militar de Al-Rimah, él General Al–Hamdan se reunía junto a la heredera, los médicos ya habían regresado.
— Mucho me temo que no volveremos a saber de él exclamó el General.
— Excelencia, creo que es momento de enviar otro agente.
— No lo haremos, de momento no hay pruebas de que se esté formando una revuelta. Después de mucho pensarlo he decidido que viajaré personalmente a Wadi Al-Rimal.
Un silencio tenso se hizo en la sala.
Horas después Mahmoud Al– Thani líder del consejo ingresaba al palacio.
Khalil lo observó mientras este comentaba la preocupación por las decisiones de la princesa.
— Hablaré con ella, pero no revertire su decisión exclamó Khalil aunque estaba algo preocupado...
Esa tarde Mariana escuchaba a su padre.
— ¿Pensé que tenía total autonomía con respecto a Wadi Al-Rimal?, pregunto ella mirándolo fijo.
— Lo tienes, pero no creo que en este momento sea bueno que vayas a ese lugar.
— En realidad será mi primer viaje tras mi nombramiento.
Su padre asintió.— Es mucho tiempo en dos meses podrías tener una guerra en puerta.
Mariana suspiró.– A usted no voy a mentirle envíe a alguien, sere sincera no confío del todo en quienes nos rodean, no sería la primera vez que el consejo mete sus manos siguiendo sus propios intereses.
— ¿ No confías en Mahmoud ?, pregunto su padre.
— En el confío, pero incluso a un hombre como el puede escaparsele la liebre.
Khalil asintió.— ¿ El servicio secreto cree conseguir algo con este agente?.
Mariana miro hacia otro lado.– No recurri al servicio secreto, ni al ejército.
— Mariana, hija alguien sin preparación, es un riesgo muy grande murmuró preocupado.
—Esta persona tiene preparación militar.— Mariana resopló y apretó sus manos .— Envíe a Nasser...