Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
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Capítulo 22
— "Piénsalo bien, CJ. No sería la primera vez que lo haces". —leyó Abby y la expresión del mulato cambió a una de no creérselo— ¿Es cosa del trabajo?
La ingenuidad en su tono de voz le hizo desviar el tema más fácil. Ella dejó el celular a un lado.
— Son cosas... quiere hacer un robo —la vio de reojo a su lado—, pero yo no tengo ganas ahora y tampoco te quiero dejar sola.
— No quiero que te enojes conmigo, puedes ir.
Él sonrió, besando la frente de ella para girarse al microondas y colocar ambos platos dentro.
— No me enojo contigo. No quiero y no iré.
— Bueno...
Él volvió a su lado, pegando sus cuerpos con una mano alrededor de la fina cintura de ella.
...*** ...
De buena mañana, el moreno disfrutaba de una ducha relajante bajo el sonido del agua golpeando las paredes y dibujando velos de vapor sobre los cristales, ocultando el mundo exterior.
Con recuerdos en su mente, la ducha se convirtió en una cascada personal.
...FlashBack ...
Iban en una de sus caminatas por la Plaza Central. Él disfrutaba del silencio sedante que los acompañaba. Abby, por otro lado, observaba el lugar con añoranza. Los colores vivos en las palmeras, los carteles, el bullicio de las personas y el taconeo de quienes pasaban por su lado no la hicieron sentir tan viva como cuándo vio una pareja a lo lejos, tomados de la mano.
Por inercia, tomó la mano de Carl, sin atreverse a mirarlo. Él percibió a leguas qué enfocaban sus ojos de bosque de otoño. La vio enrojecerse de mejillas como tomate y, aunque ella no se dio cuenta, él si sintió como su respiración se entrecortó en respuesta a qué él cedió y sus dedos se entrelazaron.
Miró al frente, ocultando la amenidad en sus ojos bajo los lentes lúgubres. Jubiloso, llevó su mano libre a su bolsillo
Ella vio otra pareja. El chico era más presumido.
— Pero eso sí no me gusta. —dijo y Carl elevó una ceja, mirando en la dirección que ella hacía muecas de desprecio— Esos presumidos que hacen de todo, cosas tan absurdas por sorprender a una chica.
— Pensé que era tu gusto. —su detector de mentiras se activó.
— Y lo es. —no pudo ocultar sus risitas a él— Fue la envidia hablando por mí. Bien sé que, en todas sus maneras, el amor es la base de todo.
Él contó victoria en sus adentros. La conocía bien, ¿o eso creyó?
— ¿Por qué dices que el amor es la base de todo? —le preguntó siguiéndole el hilo y terminar de sacarle los ojos de aquella pareja. Si iba a mirar a alguien tan notorio que fuera a él— No te da dinero, estabilidad económica y solo te empeora
— ¿Como qué sólo te empeora? —sus ojos escrudiñeron cada gesto del moreno de nariz alta, buscando el significado oculto.
— ¿Has visto las personas casadas? Terminan gordos.
Ella se rodó de ojos, moviendo su cabeza de un lado a otro y recogiendo todas las velas que había encendido por él y su alma.
— El aspecto físico no es tan importante. Es solo una parte pequeña que influye al inicio y un extra luego de que amas.
Él se quedó con sus palabras en mente y la miró, viendo la pronunciación elocuaz de sus labios en lo que ella miraba al frente. Sus pasos eran lentos, pero relajantes.
— Como el amor a primera vista. —reanudó la idea— Ahí hay una mezcla de varios. Hay personas que se enamoran en unos día y otras que solo les basta unas horas para saber que es esa persona la especial.
Sus palabras se fueron en un suspiro hacia él y sus vistas chocaron. Sabía bien que se estaba enamorando de él. Lo sabía, lo veía en sus ojos. Cada vez era más difícil cortar ese apego emocional y, pensando por él, quizás estaba incluso más apegado que ella.
...Fin del flashback. ...
En la comisura de sus labios se estableció un Carl travieso. Juguetón con su propio cuerpo, recreando en su mente cada sensación que las manos de ella causaban en su cuerpo. Metió su rostro bajo la ducha y cerró los ojos, dándose placer a sí mismo con las imágenes mentales de la mujer que dormía en su cama. En su suite, en sus sábanas, con una camisa suya porque le dio frío a media madrugada. ¿O solo había sido un truco para encantarlo?
Tiró su cabeza hacia atrás, llegando a su punto extremo. Se cuestionó: ¿Por qué tenían que dejarse influenciar tanto si veían a una mujer con sus cosas? Eso les movía el piso a todo dar, un terremoto que a ellas les encantaba provocar para luego hacerse las víctimas con su hermosa cara redondita y ojos avellanas de textura amielada.
Salió de la ducha, envolviendo una toalla en su cintura y se miró en el espejo, organizando varios de sus rizos empapados. Escuchó la puerta principal abrirse.
— ¿Qué haces aquí? ¡Vete! —gritó Abby, él levantó las orejas en alerta.
— Te dije que te encontraría dónde sea. —distinguió la voz de un hombre.
Y los gritos desesperados de Abby siguieron en carretilla.
— ¡No! ¡Suéltame! ¡Carl! ¡CARL!
Abrió la puerta del baño casi derribándola con el hombro para encontrarse con un hombre corpulento reteniendo a Abby contra la pared y levantándola por el cuello. El rostro de ella se estaba tornando morado.
— ¡Suéltala, hijo de puta!
Lo alejó por los hombros y, cuando volteó, el puño de Carl se estrelló en su nariz haciéndolo caer al suelo de cara.
El jadeo de dolor se le escapó por segunda vez cuando el moreno le dio otro puñetazo en su ojo, y otro más que cogió parte de sus labios y dientes.
Lo dejó tirado en el piso, con su pecho subiendo y bajando en precipitaciones, y miró a Abby de soslayo. Ella tosía y se tocaba el cuello, parecía que se sentía una soga en la zona morada que dejaron los dedos del tipo bajo sus puños.
Vio sus rostros, tenían cierto parecido. Y las cejas cortadas del corpulento de tez blanca, tatuajes de prisión. Supo de inmediato quién era. El hermano mayor, el mismo de las noticias que vio.
— Escúchame bien, imbécil —lo tomó por el cuello, dejando que se desangrara de nariz, labios y un ojo hinchado como granada a punto de explotar— Te vuelves a acercar a ella y te mato.
Hizo presión en su cuello y, con las gotas de agua de sus rizos cayendo en el rostro ensangrentado que empezó a forsajear contra el brazo conciso de Carl. Estaba conociendo su ira mayor, la misma que llenó sus pupilas de la úmbria del infierno.
— ¡Olvidate de ella, maldito gusano!
Lo levantó, él chico tuvo vertigos en su vista y lo único que vio fue la puerta de salida cuando Carl gritó:
— ¡Seguridad!
Solo bastó que lo hicera una vez para que de las escaleras se asomaran dos cabezas, hombres corpulentos vestidos en trajes negros y gafas oscuras
— ¡Llevénselo de aquí! —lo tiró al suelo, a los pies de ellos— ¿Qué tan incompetentes son para dejar subir a alguien sin avisar?
— Señor, creíamos que era del servicio. —lo cogieron por los hombros. El barbudo no podía ni con sus propias piernas. Estaba perdiendo la consciencia.
Vio el uniforme que usaba, fue listo. Alguna vez él hizo lo mismo para infiltrarse en ciertos sitios. Se alejó de la puerta, pidiéndole a uno de los hombres que lo siguiera y habló por lo bajo.
— Llévalo al almacén. —le indicó— Que nadie los vea, yo iré más tarde.
El hombre de lentes oscuros y piel morena asintió, estando a su altura.
— Si tiene celular, destrozalo. —miró al chico y su aspecto sucio. No vio brazalete en su tobillo— Sabes qué hacer. Manda otros tres hombres para acá.
Sus palabras fueron cumplidas tal cual jefe de todo el Centro. Entró a la suite, sujetando la toalla en su cintura. Cerró la puerta y fue a donde estaba Abby, sentada en el piso, como ovillo de lana, con los ojos llorosos.
— No entiendo cómo supo que estaba aquí. —confesó, su mirada estaba perdida en el suelo.
— Tranquila. Ya se fue. —se agachó a su lado, ella estaba en puros temblores— Abby —la tomó por su mejilla derecha, haciéndola girar la cabeza hacia él— No va a hacerte daño mientras yo esté aquí.
Sus ojos panela consintieron todas sus palabras y, en un sollozo inquebrantable, lo abrazó por encima de sus hombros. Ocultó su rostro entre el cuello de él y el brazo de ella, siendo sujetada con fuerza por él. La presionó contra sí, haciéndole saber que estaba con segura con él.
— Relájate... —le sobó la espalda, besando su cabeza, adentrando sus dedos en la cabellera enmarañada.
Ella comenzó a llorar sin control. En hipidos, saltaba de pecho entre sus brazos. Él se mantuvo arrullándola con breves y bajos: "shh, shh, calma". Era lo único que repetía, lo único que filtraba en tanto por su cabeza pasaban mil formas de destrozar al desgraciado del hermano.
La tomó en brazos, levantándose en una sentadilla. La llevó hasta la cama, abrazada de su cuello, miró la cama cuando la dejó con el máximo cuidado que sus brazos le brindaban. Se sentó detrás de ella y la dejó acostarse sobre él, con su cabeza en su pecho, por la zona del corazón. Se encargaría de brindarle la calma que necesitaba.
Las manos del moreno acariciaron su cuero cabelludo como pétalos delicados, como masaje a un rostro hermoso y sensible. Las llemas de sus dedos iban y venían entre sus herbras rubias y ondeadas, las apartaron de su piel helada y sudorosa. Sus manos tomaron la responsabilidad de darle el calor que necesitaba su espalda hasta cesár sus sollozos.
– Tengo que ir a trabajar.... —habló, sin moverse.
Él negó a su propio reflejo en el techo, con la cabeza apoyada en la cama.
— No irás así. Te quedas conmigo. Ya hablaré con Loera.
— ¿Y por qué te tomaría en cuenta?
— Somos viejos amigos. —dejó dicho.
Un suspiro salió de ella, como aires que necesitaban salir para dejar de entorpecer en su sistema.
— ¿Quién es él? —preguntó, mejor hacerse el despistado y escuchar su versión.
— Mi hermano por obligación de la vida. —dijo, sin despegar su mejilla del pecho de él— Me hizo cosas muy malas...
Al ver que se le dificultaba tanto decirlo. Él hizo como que captó en un suspiro.
— ¿Malas en lo físico?
— Sí. Eramos muy unidos, como todo dúo de hermanos. —comenzó a hablar, sintiendo liberador soltar las sustancias rencorosas retenidas en su cuerpo a manera de pensamientos— Salíamos a muchos lugares juntos. A muchas fiestas con sus amigos y, en una de esas, yo no sé qué me pasó. Lo único que recuerdo fue haber bebido bastante, todo lo demás está oscuro y lo siguiente que aparece en mi mente es despertarme en la cama de una habitación de la casa de su mejor amigo y él estaba ahí.
Carl apretó la mandíbula, manteniendo su respiración sedada.
— Me dolía mucho esa zona. —hizo una mueca, con su índice pegado a sus labios, recordando el ardor— Tenía raspones que me dolieron por días. Nunca supe con qué me los hizo, pero me dejó destrozada por ambas partes.
— Ambas partes te refieres a-
— Sí. —se adelantó a decir— Cuándo lo desperté, sin poder creérmelo.... él estaba con esta clase de sonrisa pervertida en el muy mal sentido hacía mí. Me cogió por el cuello como e intentó repetir lo que pasó en la noche. Y entraron mis padres, por suerte.
— ¿Cómo supieron que estaban ahí?
— Manteníamos mucha comunicación con nuestros padres, así me dejaban salir con él. Sabían dónde estábamos, pero supongo que uno de sus amigos los llamó. No recuerdo muchos detalles de esa parte.
Carl llevó una de sus manos a la de ella que descansaba sobre su pecho y la tomó por el lomo, dejando caricias con su pulgar.
— Te juro que yo lo quería tanto, confiaba tanto en él que lo primero que pensé es que habían sido uno de sus amigos y que nos habían tirado ahí.
Él huyó del silencio, esta vez era molesto sobre sus hombros y quiso salir de dudas.
— Abby, la noche que nos conocimos, ¿te recordé lo que viviste? ¿Te lastimé?
Ella se acodó al lado de su torso, viendolo a los ojos. Sus párpados estaban tintados de una fina linea rojiza, línea que pinchó el pecho de Carl al verla así.
— No. ¿Por qué dices eso?
— Porque tu saliste corriendo para el baño. ¿Crees que no me di cuenta?
— Fue porque... a ver, fue algo nuevo en mi vida. —confesó, casi al escaparse una sonrisa— Y que me gustó y me quedé en plan... ¿Qué acaba de pasar y por qué me siento tan bien con ello?
Lo miró, recuperando los colores en su rostro. Ese era el efecto que tenían sus recuerdos respecto él en ella.
— En sí, no recuerdo lo que él me hizo. Solo siento la mala sensación y todo el dolor de mi cuerpo después de eso; pero no de hacerle rechazo al sexo.
Él apartó los mechones de cabellos de su rostro, obviando por completo las gotas de agua que se deslizaban por su frente y que ella limpió para luego volver a acostarse sobre él.
— El apoyo de mi familia además de la asistencia psicológica que recibí también me ayudó mucho a superarlo. Me ayudó a no perderme y hacerme entender que el que actuó mal fue él.
Él la abrazó fuerte y ella cerró los ojos, dedicando su alma a ese abrazo. A los primeros abrazos que recibía de él desde que habían comenzado.
En cambio, la mente de Carl se estaba llenando de razones para hacer pedazos al sujeto. Si sus ojos hubieran sido capaces de lanzar fuego y quemar todo, habría explotado el planeta desde el punto en que empezó a sentir que ella no estaba bien.
— ¿Qué hicieron con él? ¿Cómo llegó aquí?
— No lo sé. No lo entiendo. Él fue preso con todas las huelgas que hicieron las personas de mi barrio para hacer justicia. Después de todo, yo casi era una niña y había violado a muchas más. Lo intentaron matar varias veces en la cárcel, pero se libró. Tenía tantas peleas que lo mantuvieron más tiempo entre rejas, alejados de todos.
Él analizó la situación. ¿Qué pena era la máxima para esos casos?
— Mi madre me llamó ayer diciéndome que le habían dsdo salida, pero que no sabían dónde estaba. —se levantó de su pecho, mirando el suelo cayendo en cuenta— Carl, de alguna forma ella sintió que algo iba a pasar.
Él obvió su sorpresa.
— ¿Tu familia tiene dinero? —le preguntó sin escrúpulos— ¿Algún integrante que lo ayudara a salir del país tan pronto?
Ella negó, viéndolo a los ojos.
— Nadie. Yo estoy aquí por mi ex. Lo conocí años después y el resto de la historia ya la sabes.
Sintió un dolor en su sien y se sujetó la frente, gimoteando.
— Ay...
— ¿Qué tienes? —él la tocó, mirándola bien— ¿Qué sientes?
— Me dio una punzada de pronto. —cerró sus ojos casi cediendo al mareo.
— Te estás estresando demasiado, tienes que calmarte. —la tomó por las manos, ganándose su mirada— No dejes que ese maldito te siga causando ese dolor.
Sus dedos se encontraron con su pulso de casualidad.
— Tienes el pulso demasiado acelerado. —miró sus muñecas, midiendo bien esta vez.
— De seguro me subió la presión. —se sentó, frotando su rostro— ¿Puedes alcanzarme unas pastillas en mi bolso?
Señaló al sillón entre la puerta y el espejo y él se paró, en un solo paso, estiró su brazo y se lo dio.
— ¿Pastillas de qué?
— Suelo tomármelas si me duele mucho la cabeza.
Él lo aceptó, buscando agua en la cocina. De regreso, la toalla se quedó a medio camino y Abby no perdió de vista su tercera pierna mientras tragaba la pastilla. ¿Era tan difícil dejar de mirarla? Sí.
Él se sentó a su lado, sin dejar de mirarla. A la castaña, le encantaba la forma en que sus ojos la apreciaban, pero algo le preocupó.
— Prométeme que no le harás nada.
Él fingió desconcierto.
— Si tú no quieres, no lo haré. —dijo, no prometió. No salieron esas palabras de su boca.
Mas ella lo tomó por un sí, cubrió su entrepierna con unas sábanas —lo cual causó risas entre ambos— y se acostó sobre su pecho.
No pasó mucho para que se quedara dormida bajo los mimos en su cabeza, los besos en su frente y los latidos de su corazón como cajita musical. Volvió a sentirse querida, protegida.