Salem escapó de la oscuridad para refugiarse con una bruja Pero la oscuridad la mato . Durante años esperó en silencio a la niña de ojos ámbar que la bruja le había mencionado.
Y un día, Clarisse llegó.
El destino, sin embargo, pronto la apartó: fue enviada a la Academia de Brujas, un lugar antiguo donde las jóvenes aprendían a dominar sus dones. Cinco años después, vuelve convertida en una hechicera que apenas comienza a descubrir la magnitud de su poder.
No estará sola. Un cuervo sarcástico, tan fiel como insoportable; un tigre y un puma que ella misma rescató y que ahora la reconocen como su reina ; y Salem, el misterioso gato que nunca la abandonó, serán sus guardianes en la batalla contra las sombrasen la oscuridad.
Entre secretos familiares, pactos rotos y un linaje perdido. Clarisse deberá descubrir hasta dónde llega su poder… y qué precio está dispuesta a pagar por él.
¿Estás listo para entrar en un mundo donde nada es lo que parece, y hasta la magia tiene un precio?
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El baúl
Encendió una vela que llevaba años apagada. Su llama parpadeó, como si protestara por haber sido despertada de un largo sueño. La luz iluminó un rincón olvidado, y allí apareció un viejo baúl cubierto de runas. Desde lo alto de la viga, lo observé con atención. Un destello de memoria atravesó mi mente: hacía muchos años, una bruja había sellado aquel cofre con un hechizo. Recordarlo me hizo doler el pecho. Si tan solo aquella noche esos magos no hubieran llegado … quizás el no habría muerto de esa manera.
La pequeña se agachó, fascinada, y dejó que sus dedos recorrieran las runas talladas en la madera. Mientras tanto, yo me acerqué en silencio al tarrito de comida, atraído por el olor.
De pronto, su voz volvió a llenar el aire:
—Oye, gatito… ¿tienes nombre? Si no, puedo ponerte uno. —Lo dijo en voz baja, pero con una determinación infantil que me desconcertó, aunque no apartaba su atención del baúl que intentaba abrir.
Yo respondí en mi mente, con la desesperación de quien sabe que ya no puede ser escuchado:
No… no lo hagas. Detente ahí. No me pongas un nombre, pequeña humana.
Imagen de referencia del baúl y el libro con estrellas.
—¡Wow! Mira este libro… tiene estrellas, como si las hubieran tallado en la tapa —dijo, mostrándomelo con emoción, mientras sus ojos se posaban un instante en mí.
Mis orejas se alzaron de inmediato. ¿Libro? ¿Qué libro? pensé, acercándome con sigilo entre las cajas viejas, sin apartar la vista de aquel objeto extraño.
—Se llama El gato al que alcanzó la noche… —leyó despacio, frunciendo el ceño—. Qué título tan raro. —Murmuró aquello más para sí misma que para mí, aunque cada palabra me atravesaba con inquietud.
—Me lo quedo —sentenció al final, abrazándolo con decisión.
Mis pensamientos viajaron de golpe hacia el recuerdo de la última cosa que aquella bruja guardó en un cofre. ¿Sería acaso eso…? No tuve tiempo de cuestionármelo porque, de pronto, la tapa del baúl se cerró de golpe.
¡BANG!
El sonido fue seco, como un portazo directo en el pecho. Una nube espesa de polvo se alzó en el aire, exhalando de repente como si el tiempo mismo soltara todos sus secretos acumulados.
—¡Cof, cof! —tosió Clarisse, llevándose el antebrazo a la boca. Sus ojos se entrecerraron, irritados por la picazón que le ardía en la garganta.
—Cof… caray, qué polvo… —murmuró finalmente, limpiándose la cara y sacudiéndose el cabello, mientras la ceniza gris comenzaba a cubrir su piel.
Yo, por supuesto, quedé indignado. Arqueé el lomo con orgullo altivo, como una estatua viva, y sacudí mi pelaje con la elegancia ofendida de un rey destronado como se atrevía .
—Hrrrk-ffrrrt —estornudé con fuerza, como espantando a un demonio invisible, y luego tosí con dramatismo antes de mirarla de reojo, lanzándole una mirada cargada de reproche.
¿Cómo te atreves, pequeña humana? ¡Mira lo que has hecho! grité en silencio, furioso en mis pensamientos, aunque ella jamás podría escucharme.
Pero como si comprendiera la esencia de mi enojo, alzó las manos en un gesto de rendición, lo cual no sabía si reírme o enojarme más acaso los gatos reían .Asrrael si lo hacía.
—Ya sé, ya sé, fue por mi culpa —dijo con un tono burlón. Y en su defensa añadió—: No sabía que eso se cerraría así… —acompañando sus palabras con un sarcasmo ligero y una risita que apenas asomaba en sus labios.Como quien se divertía de una broma que acababa de hacer .
Colocó el libro a un lado, sacudiéndose aún el polvo de las manos.
—Mejor lo guardo y mañana vengo a limpiar… y de paso leo este libro. ¿No te interesa? —preguntó, mirándome directamente, como si de verdad esperara una respuesta de mí,con esos ojitos tan emocionados que por un momento me derreti.
Sí, sí… ahora lárgate —dije en mi mente, mientras me dirigía al tarrito de comida.
No podía aceptar que aquella chiquilla se estaba ganando mi diminuto corazón.
Cuando pensé que ya se marchaba, su voz volvió a sonar:
—Cierto, olvidaba darte un nombre… Te llamaré Don Bolita.
Mi alma se tambaleó. ¿Qué…? Justo cuando estaba a punto de dar un bocado, me quedé congelado. Levanté la mirada en silencio, entornando los ojos, y me encontré con los suyos: esos hermosos ojos color ámbar que parecían atravesarlo todo.
—Grr… mmrrau —solté un gruñido contenido, como si con ese sonido pudiera protestar ante semejante ofensa. Aquello era un golpe directo a mi dignidad.
Acto seguido, lo dejé salir con fuerza, casi como escupiendo el alma en queja: un gruñido áspero, cargado de rabia orgullosa. No, eso sí que no lo iba a aceptar.
Me senté de espaldas a ella, meneando la cola con violencia, en un gesto pasivo-agresivo, clavando la mirada en la pared como si de pronto fuese más interesante que aquella niña.
—Está bien… no te gusta Don Bolita —dijo en voz baja, pensativa, como si realmente considerara mi opinión—. Bueno, ¿qué tal Salem?
Mis orejas se movieron apenas, con un gesto involuntario. Salem… No era perfecto, pero servía. O eso pensé.
Antes de darme cuenta, un ronroneo traicionero salió de mi garganta, como si mi cuerpo hubiera aceptado lo que mi orgullo se negaba a reconocer. La miré, y ella sonrió, como esperando mi reacción.
Cuando se acercó con la intención de alzarme entre sus brazos, me escabulli hacia una esquina oscura.
—Ya entendí… —susurró, algo apenada triste a la vez —. Bueno, me voy, Salem.
La vi bajar por las escaleras y cerrar la puerta del ático con suavidad. Poco después volvió, ya cambiada y limpia, con el cabello aún húmedo, y se recostó en su cama con el libro de hechizos viejos que su madre le había dado. Pasaba las páginas con atención, como si quisiera memorizar cada palabra.
Lo admito: la observaba. No porque me importara —me repetía tercamente—, sino porque me recordaba a algo que ya había visto antes, mucho tiempo atrás,a aquella bruja que un día me trató como un familiar y cuando quise volver a recordar el pasado con dolor.
La puerta se abrió con violencia. Su madre entró como un huracán, trayendo consigo un aire helado que parecía arrasar con la calma del cuarto.
—¡Clarisse! —tronó su voz—. ¿Qué te he dicho? No solo es leer el libro, también debes practicar. Si no lo haces, jamás serás fuerte.